Les voy a reproducir un artículo de Álvaro Bermejo que me ha llamado la atención porque esboza una fotografía del “cómo somos, y no nos enteramos”

Cuando Gilles Lipovetsky definió la Era del Miedo no estaba pensando en el Apocalipsis maya, ni siquiera en la crisis económica que, entonces parecía un fantasma de la ópera (versión Wall Street) desterrado del imaginario de Europa. Sin embargo, vaticinó que el miedo sería la gran pandemia del futuro cuyo único antídoto, desterrado el crédito de la razón, serían los infinitos narcisismos colectivos con que se blinda la sociedad posmoderna.

Al hilo de todo esto en la España a la espera del Rescate se está produciendo un fenómeno paranormal: por más ardua que se ponga la crisis, conectas el televisor un día de Champions y te encuentras estadios saturados de masas eufóricas.

El fenómeno merecería un guión de J.J. Abrahams, el creador de la serie “Perdidos”. Tanto en Barcelona como en Madrid, sus equipos estrella se presentan como bálsamos que curan heridas mientras las crean, absorben enajenaciones y las producen, generan esperanzas y transforman los fracasos en oportunidades. Ya en el colmo del delirio, y así como Joan Gaspart definió al Barça como “una multinacional de sentimientos” Bobby Robson lo valoró como “el ejercito de Cataluña”.

Ahora ya sabemos dónde está la guerra: ya no se trata de inocular en una cohorte de millonarios un crisol de valores identitarios. Su éxito pasa por crear un fenómeno de hipnosis colectiva, de manera que a la gente le duela menos la subida del IVA que dos goles en contra en su Maracana particular.

Censuramos unánimemente los signos de ostentación en nuestra clase política. A los futbolistas se lo perdonamos todo. Las diferencias están a la vista: empresa pública, empresa privada. ¿Pero qué pasa con la ejemplaridad? La respuesta es evidente: nuestros futbolistas pertenecen a otra especie. Son nuestros auxiliadores mágicos y, por consiguiente, tanto sus personas físicas como sus Ferraris devienen intangibles. Hasta que abdican de la sacrosanta camiseta. Por la de Llorente hemos visto un Bilbao cien veces más “llorante” que el que sufrió las inundaciones del 83. Un mar de lágrimas que se enjugan con goles. Porque el nuestro, aun en la miseria, sigue siendo un país de nuevos ricos, de pobres que juegan al euromillón, de goleadores domésticos en bancarrota que siguen respirando por el culto a los ídolos de la tribu.

En la Era del Miedo estos detalles escriben nuestra sentencia como claveles sobre el féretro. Hala Madrid o Visca el Barça, gritó el parado cinco millones. No sé a que esperamos para concederle la insignia de oro y brillantes.

 

Salud y suerte. No se olviden de la liquidez.