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Autor Tema: El extractivista más grande del continente: Brasil...  (Leído 165 veces)

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El extractivista más grande del continente: Brasil...
« en: Mayo 13, 2013, 06:31:42 pm »
Por...  Eduardo Gudynas 



Extractivismo es la apropiación de enormes volúmenes de recursos naturales o bajo prácticas intensivas que, en su mayor parte, son exportados como materias primas a los mercados globales. Parece estar pasando desapercibido que, según esta definición, el mayor extractivista de Amíérica del Sur es Brasil.

Esa situación no siempre es reconocida, ya que cuando se habla de extractivismo en primer lugar se piense en la minerí­a, y en segundo lugar se dirán que los ejemplos destacados son paí­ses como Chile, Perú o Bolivia. Las imágenes populares conciben a esas naciones andinas como los lí­deres mineros continentales, e incluso globales.

La realidad de los últimos años es otra. Brasil se ha convertido en el más grande productor y exportador minero del continente. Este paí­s extrajo más de 410 millones de toneladas de sus principales minerales en 2011, mientras que todas las demás naciones sudamericanas sumadas, se apropiaron de poco más de 147 millones de toneladas. Estos indicadores se basan en la extracción en Amíérica del Sur de cobre, cinc, plomo, estaño, bauxita, carbón y hierro (que expresan a los principales minerales por su volumen de extracción y exportación). Es impactante advertir que Brasil extrae casi el triple que la suma de todos los demás paí­ses sudamericanos que tienen minerí­a de relevancia (Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Guyana, Perú, Suriname y Venezuela).

Esos enormes volúmenes brasileños se deben especialmente a la apropiación de hierro y bauxita. Pero este paí­s es tambiíén el que tiene una de las canastas mineras más diversificadas (además es un importante productor de carbón, plomo, algunos “tierras raras”, etc.).  Que Brasil sea el mayor minero continental tampoco es un hecho reciente, y ya en el año 2000 extraí­a el doble de volumen que todos los demás paí­ses sudamericanos.

Como se sabe, por cada tonelada de mineral extraí­do existen distintas proporciones de una “mochila ecológica”, que representa todo el material no aprovechado. Al sumar esa mochila las cifras de recursos naturales apropiados aumentan todaví­a más. Este es un indicador importante para el caso del oro, ya que su volumen final es pequeño para incidir en los indicadores de arriba, pero tiene una altí­sima mochila ecológica (un kilogramo de oro requiere remover 540 toneladas de materia, según el promedio de referencia global), y en muchos casos se lo obtiene por procedimientos muy contaminantes y destructivos (tales como deforestación asociada y uso de mercurio). En este rubro el primer productor sudamericano en 2011 fue Perú (188 toneladas), pero Brasil fue el segundo (con 67 ton), y por detrás le siguieron Argentina y Chile.

El extractivismo en su sentido estricto es mucho más que la minerí­a. La apropiación de grandes volúmenes de recursos naturales o bajo procedimientos intensivos, para alimentar las exportaciones, se repite en otros sectores, destacándose los hidrocarburos y la agricultura. En esos rubros Brasil tambiíén es un “campeón”.

Si bien Brasil es actualmente es un productor petrolero de nivel medio (ocupando el tercer lugar en Amíérica Latina), y se enfoca en su propio consumo, tambiíén es cierto que se está preparando para explotar yacimientos marinos. Su gobierno espera ubicar al paí­s entre las primeras potencias petroleras mundiales.

Los nuevos yacimientos se encuentran en la plataforma costera, a enormes profundidades, condiciones exigentes de perforación, y altas temperaturas. Esa extracción es de un enorme riesgo ambiental, tal como ha dejado en claro el accidente de la plataforma de BP en el Golfo de Míéxico en 2010. A pesar de esa catástrofe y de la evidencia sobre esos riesgos, la discusión brasileña está mucho más enfocada en los niveles de las regalí­as o su distribución, que en sopesar sino serí­a más sensato una moratoria en ese tipo de extractivismo.

Esto es muy diferente de lo que sucede, por ejemplo, en varias localidades amazónicas, donde la experiencia ciudadana frente a distintos impactos sociales y ambientales, no está dispuesta a aceptar más compensaciones económicas, sino que reclama moratorias.

Finalmente, Brasil tambiíén es el lí­der en el extractivismo agrí­cola. Actualmente es el primer productor mundial de soya; en la zafra 2011-12 superó los 66 millones de toneladas míétricas (en nuestro continente le sigue Argentina con 40 millones ton m). Es tambiíén el primer exportador mundial, y buena parte de lo que comercializa lo hace sin procesamiento. Este fenómeno va de la mano con un enorme aumento del área de cultivo, que ha superado los 24 millones de hectáreas.

De esta manera, el extractivismo avanza en Brasil en varios frentes. Si se agrupan la extracción de recursos naturales mineros, hidrocarburí­feros y agrí­colas, el nivel de apropiación es de recursos naturales en Brasil es escalofriante, y deja muy atrás a cualquier paí­s sudamericano. Ese estilo de desarrollo genera presiones ambientales y sociales fortí­simas, que van desde los conflictos en el medio rural al drama ecológico que se observa en el Cerrado o la Caatinga, ecoregiones que pueden desaparecer al convertirse en tierras agrí­cola-ganaderas.

El extractivismo exagerado hace que la economí­a brasileña sea muy dependiente de exportaciones como las de hierro o soya para crecer. La proporción de productos primarios aumenta en el comercio exterior y caen las manufacturas. El paí­s se vuelve muy dependiente de las condiciones globales, tales como los precios internacionales de las materias primas o la llegada de inversores extranjeros.

Por estos motivos, un examen riguroso muestra que la economí­a brasileña se está pareciendo más a la de los paí­ses andinos de lo que usualmente asumen analistas convencionales, que una y otra vez dicen que es un ejemplo de industrialización. Es más, durante las dos administraciones de Lula da Silva, la economí­a se primarizó en lugar de industrializarse.

A diferencia de lo que sucede en otros paí­ses sudamericanos, esta expansión del extractivismo no se debe solamente a las inyecciones de capital internacional, sino a los propios fondos internos estatales. El gobierno brasileño empuja decididamente este extractivismo, por medidas directas o financieras (en especial desde su banco de desarrollo BNDES).

Hay varios ejemplos. Petrobrás es una corporación petrolera mixta. Vale, la segunda empresa minera más grande del mundo, si bien es formalmente privada, aproximadamente la mitad de sus acciones depende de los fondos de pensión de los funcionarios del Banco de Brasil, y su principal fuente es el BNDES. Por esos y otros canales, el gobierno tiene amplios poderes de control sobre esa corporación.

Entretanto, el extractivismo agrí­cola tambiíén es apoyado directamente por el gobierno. Este se beneficia del más grande paquete de ayuda financiera estatal del continente (el llamado Plan Agrí­cola y Pecuario), que para los años 2012/13, totalizó 115,2 miles de millones de reales destinados al críédito, lo que favorece directamente la expansión de la agroindustria exportadora en lugar de los pequeños agricultores.

Esta es una situación de enormes paradojas: una parte nada despreciable del dinero recaudado por el Estado se utiliza en fomentar, apoyar e incluso subsidiar el extractivismo, el que alimenta en primer lugar la globalización antes que las necesidades internas del propio Brasil. En cambio, quedan dentro del paí­s aquella mochila ecológica y otros impactos ambientales, y un amplio abanico de efectos sociales, polí­ticos y económicos.

Son estas medidas de apoyo del extractivismo, la persistencia de una inserción internacional funcional a la globalización, y la contención de la protesta social, las que explican que el gobierno brasileño sea una y otra vez presentado como ejemplo económico a seguir para la economí­a convencional. Allí­ se originan las felicitaciones que se encuentran en las páginas de The Economist o en los foros de Davos. Pero si la perspectiva se coloca en la sociedad civil o en la Naturaleza, está claro que Brasil deberí­a dejar de ser el campeón del extractivismo, y comenzar cuanto antes a discutir una estrategia postextractivista.


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