Roubini: "La volatilidad no ha terminado"
Abróchense los cinturones. Entramos en un periodo en que aún puede haber sorpresas. A persar de que hay noticias alentadoras, todavía no se han arreglado los problemas de fondo.
Imagínese que le dijeran a principios de 2008 que Estados Unidos iba a estar al borde de una quiebra del mercado financiero de proporciones históricas y con la recesión más larga y profunda desde los años treinta. ¿Se lo habría creído? ¿Y si le hubiesen dicho que la propia supervivencia de la eurozona se iba a convertir en un debate de portada? ¿O que una ola de malestar social barrería Oriente Medio, derrocaría a los autócratas de la región, encerraría en prisión al presidente egipcio Hosni Mubarak y sumiría a Siria en una guerra civil? ¿Se habría creído que todo eso iba a ocurrir en los cinco años siguientes?
Las últimas noticias parecen más alentadoras. La economía estadounidense vuelve a ponerse en marcha poco a poco y los mercados de capital alcanzan nuevas alturas. Europa, pese a un mareo continuo, parece encaminada hacia aguas más tranquilas. Los levantamientos en el mundo árabe hasta ahora han tenido pocos efectos en el mercado internacional, aunque las convulsiones de los cinco últimos años obedecen a carencias estructurales (financieras, económicas y políticas) que no se han resuelto aún. Y hay nuevos motivos de preocupación. El crecimiento económico de las economías emergentes líderes ha aminorado notablemente con la posposición de unas reformas necesarias. En concreto, China (encaminada a convertirse en la mayor economía del mundo, aunque siga siendo un país pobre) se ha comportado últimamente de forma errática en el escenario internacional.
"Ascenso pacífico" son palabras cada vez más huecas para muchos de sus vecinos, a medida que el ejíército chino se enzarza en luchas con Japón en el mar de China Oriental; con Vietnam, Filipinas y otros en el mar de China Meridional, y con India a lo largo de la línea de control real que ha separado ambos países desde 1962. La oleada de cíberataques a empresas y agencias estatales de EEUU, relacionada con el ejíército chino, ha creado todavía más fricción. Sin embargo, el principal motivo de preocupación a largo plazo es que el nuevo liderazgo chino se enfrenta al proceso de reformas económicas más ambicioso de la historia, con un modelo de desarrollo inestable, desequilibrado y en último tíérmino insostenible, que debe reconstruirse para trasladar la riqueza de las íélites con conexiones políticas y empresas estatales hacia una clase media cada vez más enterada y exigente.
A la volatilidad se añade que vivimos en un mundo global en el que ninguna potencia sola o alianza operativa tiene la fuerza ni las ganas de ofrecer liderazgo global. Y eso importa porque el mundo necesita líderes dispuestos y capaces de asumir los costes y riesgos de establecer y mantener un orden internacional coherente (extinguir incendios, firmar los cheques que otros no pueden permitirse e imponer compromisos para evitar conflictos).
En un mundo global hace falta una crisis para forzar la colaboración entre (o dentro de) los gobiernos. En EEUU, sólo una emergencia flagrante podría haber convencido a tantos legisladores de ambos partidos de apoyar rescates importantes y un gasto masivo en estímulos en 2008 y 2009. Sólo una crisis del mercado potencialmente catastrófica podría haber llevado a China y otros pesos pesados emergentes, Europa y EEUU a acordar medidas concretas para sacar a los mercados financieros del abismo.
Hizo falta la amenaza de una calamidad sistíémica en la banca europea (y el temor sobre el futuro del proyecto europeo en general) para generar respaldo público a los duros recortes del gasto que han infligido sufrimiento a sociedades enteras y el apoyo de la íélite a un rediseño de la eurozona. Sólo una revolución podría haber derribado unas autocracias aparentemente bien atrincheradas, y traído el comienzo de unos cambios tardíos en Oriente Medio.
Por desgracia, la sensación de crisis se ha evaporado en todos esos frentes y algunos se animan a ver el nuevo paisaje cambiado como una "nueva normalidad" sostenible, un periodo de progreso económico dolorosamente lento pero previsible, como anunció el consejero delegado y codirector de inversiones de Pacific Investment Management Mohammed El-Erian, o la opinión más optimista de muchos inversores, dispuestos a apostar que la subida de liquidez en EEUU, Europa y Japón constituye un camino más sólido para esos países y todos los demás. Algunos creen que los legisladores de EEUU ya no pueden permitirse posponer las decisiones difíciles, los europeos saldrán del paso, China podrá reequilibrar con cuidado su economía y el fuego en Oriente Medio se acabará extinguiendo solo. Son ilusiones peligrosas.
Las cuestiones más profundas que han dado pie a las convulsiones recientes no están resueltas y el alivio de unos temores tan útiles los hará mucho más difíciles de abordar. Por eso la incertidumbre y volatilidad de esta última media díécada no han terminado ni mucho menos (y lo más seguro es que desencadenen nuevas crisis).
Abróchense bien los cinturones porque la calma no ha llegado. Entramos en una "nueva anormalidad", un periodo en el que todo supuesto de mercado deberá ponerse en duda y el inversor sensato estará preparado para las sorpresas.