Por… Dalibor Rohac
Es difícil permanecer optimista acerca del futuro de Egipto, especialmente considerando el auge de violencia en el país. En la mañana del día lunes, 51 partidarios de la Hermandad Musulmana fueron asesinados en lo que las fuerzas armadas describieron como un acto de defensa propia. A uno le preocupa que con la represión del liderazgo de la Hermandad Musulmana, y el retiro del partido salafista Al Nour de la política formal, el país verá más incidentes de violencia con motivaciones políticas y sectarias. Pero incluso si Egipto evita un baño de sangre, el golpe de la semana pasada fija un mal precedente para la transición en Egipto —dejando claro que son los militares en última instancia, aunque con respaldo popular, y no los votantes, quienes mandan. En resumen, los prospectos son sombríos. Con una fuga de las reservas de divisas, tasas crecientes de pobreza y desempleo además de una clase política que continúa decepcionando, no es de sorprender que los egipcios estíén enfadados. Pero, ¿cómo puede Egipto salir del atolladero en el que se encuentra?
No olvidemos que, para los egipcios comunes y corrientes, la Primavera írabe se ha tratado tanto acerca de expandir el acceso a las oportunidades económicas como de difundir el acceso al gobierno representativo y a la democracia. Y sin importar cuánto le desagrade a uno el autoritarismo y el gobierno militar, parece que el futuro del país depende de la capacidad y la claridad del pensamiento económico del gobierno interino. í“jala, los reformadores valientes utilizarán esto como una oportunidad para abordar algunos de los problemas económicos que más afectan al país, mientras que simultáneamente lideran a Egipto hacia un sistema constitucional estable. Muchas personas de negocios parecen estar optimistas —tal vez demasiado. Comentando en el blog Rebel Economy, Mohammed Badra, director de la junta de Banque Du Caire, dijo que los egipcios “podían ver luz al final del túnelâ€. Tal optimismo me parece injustificado pero es cierto que el ríégimen militar tendrá que rendir frutos en el frente económico pronto, o se arriesgará a enfrentarse a otra revuelta popular.
¿Quíé se debe hacer? Primero, la insostenible situación fiscal del país requiere de medidas decisivas. Eso significa que el problema de los subsidios debe abordarse. Los subsidios constituyen un tercio del gasto público total en Egipto —más que el gasto en educación y en salud combinados. Desafortunadamente, los beneficios de los subsidios llegan en gran medida a los egipcios ricos —aquellos que compran gran parte de los productos primarios subsidiados.
Un estudio de políticas públicas del Cato Institute que está por publicarse analiza una variedad de opciones de políticas que combinan eliminar los subsidios e introducir transferencias en efectivo que se entregarían de forma indiscriminada o, preferiblemente, de forma focalizada a los hogares de menores ingresos. Mientras que esto podría ser políticamente difícil —especialmente si el nuevo gobierno no cuenta con un amplio respaldo popular— esta es probablemente la mejor opción para que Egipto evite un default. Quien sea que gobierne Egipto necesitará afianzar un Estado de Derecho. Incluso en tiempos de estabilidad relativa, Egipto no era un lugar excelente para hacer negocios, crear empleos ni uno que estíé lleno de oportunidades para emprendedores.
El país tiene un sistema tributario sumamente complejo, muchas veces inasequible para la empresa privada. Egipto se ubica en la posición 165 del ranking del reporte Haciendo Negocios del Banco Mundial en tíérminos de su dificultad para obtener permisos de construcción, y en la posición 152 en cuanto al cumplimiento de los contratos. Y en el índice de Libertad Económica en el Mundo del Instituto Fraser, Egipto está detrás de Haití, Malawi y Belice —los cuales no son ejemplos estelares de economías vibrantes y libres. En los últimos años del gobierno de Mubarak, hubo un movimiento lento hacia la liberalización y hacia la apertura de la economía, resultando en tasas decentes de crecimiento económico antes de la crisis financiera de 2008. Aún así, la ineptitud de Mohamed Morsi y del gobierno del Primer Ministro Hisham Qandil implicaron que muchas de las reformas económicas se estancaron o fueron reversadas, y reemplazadas con medidas populistas con el único propósito de apaciguar a las potenciales protestas en las calles.
El próximo líder de Egipto tendrá la oportunidad de sacar a millones de egipcios de la pobreza y de abrir la economía a la empresarialidad, el comercio y las inversiones. Mientras que la probabilidad de que eso suceda es mínima, las alternativas son demasiado terribles como para imaginarlas.
Suerte en sus vidas…