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Autor Tema: Economí­a y hermeníéutica...  (Leído 260 veces)

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Economí­a y hermeníéutica...
« en: Octubre 02, 2013, 07:57:49 pm »
Por...  Alberto Benegas Lynch (h)



Las clases de mi amigo Don Lavoie, prematuramente muerto en su plenitud, suscitaban gran atracción entre los alumnos de George Mason University por su teorí­a hermeníéutica aplicada a la economí­a. Su fuente principal de inspiración era el economista Ludwig Lachmann profesor en la London School of Economics (a su vez influido por escritos de Max Weber) y el hermeneuta Hans-Georg Gadamer, profesor y Rector de la Universidad de Leipzig.

Lavoie apuntaba a instalar su tesis en el contexto de la Escuela Austrí­aca retomando la tradición subjetivista que partió con Carl Menger y la extrapolaba no solo a los fundamentos de toda transacción comercial sino a toda comunicación intraindividual.

Con razón mantení­a que todo es materia de interpretación: cuando se observa una obra de arte, cuando se lee un texto, cuando se mira un paisaje, cuando se conversa, etc. Pero de allí­ concluí­a que toda manifestación subjetiva enriquecí­a y alimentaba lo interpretado. Esta forma de ver las cosas está í­ntimamente emparentada con el posmodernismo y la adulteración de textos a travíés de interpretaciones que nada tienen que ver con lo que el autor ha consignado.

Una cosa es la valorización subjetiva en el sentido del me gusta o no me gusta que establece los precios de mercado y otra bien diferente es la objetividad de las cosas que son independientes de las opiniones que de ellas se pueda tener. Esta diferencia epistemológica resulta central para no caer en el dadaí­smo cultural.

Es muy cierto que en la apreciación de muy diversos mensajes incluyendo la conversación, la mente no opera como un scanner que toma lo dicho tal cual el emisor lo trasmitió (aún prestando debida atención como aconseja Tom Peters en uno de los capí­tulos de su Thriving on Chaos titulado muy acertadamente “Become Obsessed with Listening”). Hay un bagaje cultural y un contexto que el esqueleto conceptual del receptor incorpora, lo cual hace que haya diversas interpretaciones, incluso malentendidos de distinta naturaleza, pero de allí­ no se sigue que todas la interpretaciones sean legí­timas: unas se acercarán más a la verdad de lo expuesto que otras, del mismo modo que ocurre con la interpretación de textos y otras manifestaciones de la vida en sociedad. Todo esto es de naturaleza distinta de cuanto ocurre en el mercado, en este proceso es irrelevante la verdad de la interpretación puesto que lo importante son las preferencias de compradores y vendedores.

Otro autor de peso que ha influido en Lavoie es Paul Ricoeur. En una oportunidad formíé parte del tribunal de tesis doctoral en economí­a en la Universidad Francisco Marroquí­n que versaba sobre una aplicación de Ricoeur a la ciencia económica. No recuerdo quien era el doctorando, si tengo presente que su director de tesis era nada menos que Peter Boettke y que otro de mis colegas en el tribunal era Lawrence White. En todo caso, si bien tengo desdibujado el esqueleto central de ese trabajo, tengo presente que la disertación y las respuestas a nuestras preguntas resultaron satisfactorias. Precisamente, el libro más conocido de Ricoeur es Hermeneutics & the Human Sciences en el que sostiene que dado que las palabras no son uní­vocas se abre la posibilidad de interpretaciones varias pero que la faena del caso consiste en trabajar la recepción de lo dicho o escrito, lo cual presenta sin duda una serie de problemas a resolver.

En este sentido, es pertinente aludir a las trifulcas que produce la traducción puesto que en definitiva todo es traducción incluso dentro del mismo lenguaje en la simple conversación en cuanto a la secuencia interpretativa. Tambiíén aquí­ de lo que se trata es de acercarse lo mejor posible a lo dicho (o escrito) en otro idioma. Traduttore-traditore es un lugar común que ilustra los riesgos de la traducción sin pretender nunca un texto definitivo como decí­a Borges, en todo caso puede ser lo mejor por el momento, hasta que aparezca una versión más precisa, del mismo modo que nos enseña Popper ocurre con la ciencia. Pero ya que lo mencionamos a Borges, es de interíés señalar que ha subrayado que una traducción puede ser mejor que el original (puesto que en otro idioma puede emplearse un vocablo más pertinente)…hasta escribió en una  boutade que “un original puede ser infiel a su traducción” (y, por otra parte, decí­a este autor que hay expresiones intraducibles como que fulana “estaba sentadita”).

Sin duda que la traducción “no puede administrarse a puro golpe de diccionario” como ha expresado Victoria Ocampo. Por su parte, Umberto Eco advierte que las traducciones literales resultan en tremendos mamarrachos (como cuando se traduce “it is raining cats and dogs” como “está lloviendo gatos y perros”). Resulta clave el contexto y el sentido en el que se usa una palabra en el texto original. Enrique Pezzoni denomina la traducción literal “servil”. Como apunta Alfonso Reyes “cuando se trata de nombres propios, la adaptación es repugnante”. Tengo muy presente la oportunidad en la que la Universidad de Buenos Aires le entregó un doctorado honoris causa a Friedrich Hayek, mientras bajábamos las escaleras de la Facultad de Derecho (donde tuvo lugar el acto), el homenajeado me señaló su diploma en el que se leí­a Federico y me dijo con un dejo de disgusto: “you never do this”.

Lachmann, Lavoie y sus numerosos discí­pulos entienden que las interpretaciones libres constituyen una manifestación del orden espontáneo en economí­a, primero expuesto por la Escuela Escocesa y luego afinada por Hayek, pero esto es otra extrapolación ilegí­tima. El orden espontáneo significa que cada una de las personas que persiguen sus intereses particulares en una sociedad abierta contribuyen a formar un orden que no estaba en la mente de aquellos sujetos actuantes, pero para nada implica la tergiversación de los fenómenos observados bajo el pretexto de una mal concebida subjetividad.

En su ensayo titulado “Understanding Differently: Hermeneutics and the Spontaneus Order of Communicative Processes”, Don Lavoie escribe con razón que “ El giro subjetivista que íél [Menger] le dio a la economí­a, destaca que lo que le interesa al economista no son las circunstancias objetivas como tales sino el significado que tienen para el agente correspondiente”, pero de esto no puede inferirse que la subjetividad se aplique a cualquier interpretación de las propiedades de las cosas sino, como queda dicho, a las valorizaciones de lo que se intercambia según satisfaga deseos. Una cosa es concluir la perogrullada de que todo es materia de interpretación y otra bien diferente es afirmar que todo es lo que cualquiera dice que es.

Ya bastantes problemas existen en el seno de la economí­a como para introducir una visión posmoderna. Mark Blaug en “Disturbing Currents in Modern Economics” resume bien el asunto que venimos comentando: “El posmodernismo en la economí­a adopta formas diferentes pero siempre comienza con la ridiculización de las pretensiones cientí­ficas de la economí­a tirando agua frí­a a las creencias de que existe un sistema económico objetivo”.

Por último, una nota breve sobre la interpretación de la historia de los acontecimientos económicos que en no pocos casos tambiíén sufre de malformaciones hermeníéuticas debido principalmente (aunque no exclusivamente) a una concepción errada de la noción de la filosofí­a de la historia. Robin Collingwood, en The Idea of History, explica que es inconducente entenderla como envuelta en leyes inexorables  (como Spengler), como la historia universal (como Hegel) ni en cierto sentido como la versión de la historia en la que se enfatizan grupos en bloque (como Toynbee) y mantiene que Voltaire —quien acuñó la expresión “filosofí­a de la historia”— fue el pionero en estudiarla con criterio independiente y no simplemente reproduciendo noticias consignadas por otros. Collingwood agrega a esta crí­tica de la reproducción sin más (la tíécnica “de las tijeras y el engrudo” en sus palabras) la concepción del primer tíérmino del binomio como un ejercicio de no solo escudriñar el objeto estudiado sino hurgar en el modo en que piensa el sujeto, y el segundo como la recreación del suceso bajo estudio.

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