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Autor Tema: Guerras silenciosas...  (Leído 239 veces)

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Guerras silenciosas...
« en: Octubre 19, 2013, 09:31:00 am »
Por...  Carlos Ayala Ramí­rez 



Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglíés), uno de cada cuatro niños menores de cinco años en el mundo padece retraso del crecimiento. Esto significa que 165 millones de niños están tan malnutridos que nunca alcanzarán todo su potencial fí­sico y cognitivo. Aproximadamente, 2 mil millones de personas en el mundo carecen de las vitaminas y minerales esenciales para gozar de buena salud. Unas 1,400 millones de personas tienen sobrepeso; de estas, alrededor de un tercio son obesas y corren el riesgo de sufrir cardiopatí­as, diabetes y otros problemas de salud. Las mujeres malnutridas tienen más probabilidades de dar a luz a niños con bajo peso, que inician su vida con un riesgo mayor de padecer deficiencias fí­sicas y/o cognitivas. De acuerdo a la FAO, la malnutrición de las madres es una de las principales ví­as de transmisión de la pobreza de generación en generación.
 
El hambre y la malnutrición, pues, matan progresivamente a más personas cada año que el sida, la malaria y la tuberculosis juntas. Los datos mundiales siguen siendo dramáticos: 870 millones de personas pasan hambre; las mujeres, que constituyen un poco más de la mitad de la población mundial, representan más del 60% de las personas con hambre; la desnutrición aguda mata cada dí­a a 10 mil niños. Este último dato, por sí­ mismo, es escandaloso y serí­a suficiente argumento para transformar de raí­z el actual sistema alimentario, cuya inequidad genera más muertes que cualquiera de las guerras actuales. O quizás estamos ante otro tipo de guerra, esta vez silenciosa.
 
En el caso de El Salvador, de sus 262 municipios, 188 están en el grupo de población con desnutrición media; 28, con alta; y siete, con desnutrición muy alta. El resto aparece en el grupo de baja y muy baja. Si nos atenemos a estos datos, no podemos hablar de hambruna en el paí­s, pero eso no implica desconocer la realidad de miles de familias que siguen sufriendo la angustia y la incertidumbre de la inseguridad alimentaria.
 
Eduardo Galeano, en su libro Los hijos de los dí­as, habla de las guerras calladas. Denuncia que la pobreza, con todas sus secuelas, no estalla como las bombas ni suena como los tiros, pero igual produce muerte. Y con agudeza crí­tica señala que “de los pobres, sabemos todo: en quíé no trabajan, quíé no comen, cuánto no pesan, cuánto no miden, quíé no tienen, quíé no piensan, quíé no votan, en quíé no creen. Solo nos falta saber por quíé los pobres son pobres. ¿Será porque su desnudez nos viste y su hambre nos da de comer?”.
 
El 16 de octubre se celebra el Dí­a Mundial de la Alimentación con el propósito de dar a conocer y destacar los problemas relacionados con el hambre. Este año, el lema central es “Sistemas alimentarios sostenibles para la seguridad alimentaria y la nutrición”. Tres son los mensajes centrales enviados al mundo y a los tomadores de decisiones polí­ticas y económicas. Primero, una buena nutrición depende de las dietas saludables; segundo, estas dietas exigen sistemas alimentarios que posibiliten el acceso a alimentos variados y nutritivos; tercero, los sistemas alimentarios saludables solo son posibles con polí­ticas e incentivos concretos y coherentes. Para la FAO, las polí­ticas gubernamentales deben enfrentar directamente las causas de malnutrición, entre las que figuran la insuficiente disponibilidad de alimentos saludables, variados y nutritivos, y el limitado acceso a ellos; la falta de acceso a agua salubre, saneamiento y atención sanitaria; y las formas inapropiadas de alimentación infantil y de dietas de los adultos.
 
Así­, este año se pone íénfasis en la malnutrición, más que en el hambre, lo cual supone que se tiene algo quíé comer, aunque no sea lo más nutritivo. Supone, además, que el aumento de la producción de alimentos no garantiza por sí­ sola una nutrición adecuada. Ahora bien, sin menospreciar el valor de este enfoque, hay que tener presente, si se quiere una solución estructural, que el mayor obstáculo para la superación del hambre y la malnutrición en el mundo es la falta de avances en la consecución de un desarrollo equitativo y de medios de vida más sostenibles no solo para los grupos más vulnerables, sino para el conjunto de la sociedad. Y eso pasa, necesariamente, por reducir las enormes disparidades en el mundo y en cada paí­s.
 
En Amíérica Latina, por ejemplo, la brecha entre ricos y pobres ha aumentado. El 20% de la población más rica tiene en promedio un ingreso per cápita casi 20 veces superior al ingreso del 20% más pobre. El hecho de que 47 millones de personas sufran hambre en la región se explica en buena medida por esta concentración de la riqueza tan desigual como injusta. Por otra parte, se afirma que para salvar a los que padecen hambre en el mundo se requieren unos 30 mil millones de dólares anuales. Una cifra pequeña si la comparamos con los gastos militares de Estados Unidos en 2012: 682 mil millones de dólares. Está claro que en el mundo es más importante la seguridad militar que la seguridad alimentaria, los gastos para la guerra que los gastos para la vida. Otra cifra escandalosa la representan las 1,300 millones de toneladas de alimentos que cada año se tiran a la basura en lugar de orientarlas a la reducción del hambre y la malnutrición.
 
Estos datos sobre hambre, malnutrición, gastos militares, concentración de riqueza y desperdicio de alimentos remiten a muerte, directa o indirectamente. Y en este contexto, resultan profíéticas y esperanzadoras las palabras de Jesús de Nazaret: “Dichosos ustedes los que tienen hambre ahora, porque serán saciados… Pero ¡ay! de ustedes los que ahora están saciados, porque van a pasar hambre”. Hay aquí­ un primer paso para cargar con la realidad de los que pasan hambre y malnutrición: se ha escuchado su clamor y se les ha sacado de su inexistencia haciendo central su situación; condiciones necesarias para decidirse a trabajar por la justicia y poner fin a las guerras silenciosas del presente.


•... “Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo, poder correr todos los días”...
 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...