Por... ALEJO VARGAS VELíSQUEZ
El inicio de la XXIII Cumbre Iberoamericana en Panamá, sin la presencia de la mitad de los veintidós jefes de Estado y de Gobierno, plantea un interrogante acerca de la vigencia de este mecanismo de la diplomacia contemporánea. Pero más allá de la ausencia de tan significativa cantidad de jefes de Estado y de Gobierno -en el caso Suramericano de la gran mayoría de presidentes-, porque podría ser simplemente anecdótica y eventualmente explicable, lo real es que nuevamente se plantea el interrogante acerca de la utilidad de este mecanismo y si no es hora de revisarlo a fondo.
La diplomacia de cumbres toma fuerza en la postguerra fría y en el escenario crecientemente globalizado contemporáneo, como expresión del multilateralismo al cual no le es fácil sustraerse ningún país. Las cumbres iberoamericanas se iniciaron en 1991 con la presencia de España, Portugal y los países latinoamericanos hispano y luso parlantes. Pero este mecanismo comenzó a ser cuestionado hace ya varios años por diferentes razones, la cantidad de cumbres multilaterales, la eficacia y el costo de las mismas. De hecho, la anterior Cumbre Iberoamericana realizada en Cádiz creó una comisión, presidida por el expresidente chileno Ricardo Lagos, para proponer reformas a la misma, algunas de ellas son, volverlas bianuales, modificar las responsabilidades en cuanto a financiación, enfatizar el aspecto del diálogo político.
Efectivamente, un primer problema es la existencia en Amíérica de múltiples cumbres de jefes de Estado y de Gobierno -unas regionales, otras subregionales y unas terceras de diálogo entre países de la región y de otras regiones-, además de la Iberoamericana, las Cumbres de las Amíéricas, las del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (Apec), las de la Celac, las cumbres de la Unión Europea con la Celac, las de Unasur, las de la CAN, las cumbres del Mercosur. Adicionalmente están las cumbres del Alba, las de los miembros de la Alianza del Pacífico. Sin duda una alta proliferación de estas reuniones.
Pero adicionalmente se cuestiona mucho la eficacia de estas cumbres, que casi siempre emiten unas declaraciones muy en el plano retórico, sobre las cuales hay muy poco seguimiento; para tratar de resolver esto se han creado en algunas de estas cumbres unas secretarías tíécnicas, que cumplan esta función de seguimiento a los acuerdos, pero los resultados siguen siendo cuestionados.
Ahora bien, el supuesto cuando se inició esta diplomacia de Cumbres, era una cierta homogeneidad de gobiernos democráticos y la inexistencia de la bipolaridad propia de la guerra fría. Pero la realidad política de Latinoamíérica se ha complejizado y eso no hace fácil los escenarios de diálogo político y especialmente el que se logren posiciones comunes frente a problemas regionales o globales -tenemos desde democracias liberales clásicas hasta países que proclaman discursivamente los llamados socialismos del siglo XXI, aunque no sea muy claro quíé es esto-. Lo anterior tiene efecto igualmente en las políticas económicas de los distintos gobiernos y dificulta acuerdos prácticos de estos países en lo relacionado con la integración económica -tenemos en la región países amigos de la economía de libre mercado y países que apuestan por economías con una alta regulación estatal-.
Si a lo anterior se suma que los intereses de España y Portugal están ligados a las políticas de la Unión Europea y lo de Latinoamíérica parece por momentos más una rememoración un poco nostálgica del pasado -por compartir la lengua, religión y algunas tradiciones culturales-, no parecen ser vistas estas cumbres iberoamericanas como realmente de utilidad práctica aunque se hayan tratado de complementar con encuentros de empresarios, de sectores de la sociedad civil.
No parece probable que estas cumbres desaparezcan a corto plazo, pero si no viven una real reingeniería cada vez serán más irrelevantes.