Por… Cristina López G.
Eso de que cada uno de nosotros seamos únicos e irrepetibles, con la dignidad y autopropiedad que eso conlleva, es verdaderamente un problema. No lo sería si no viviíéramos en un mundo compuesto por recursos escasos, por los que cada quien debe competir para conseguir que se usen para los fines que quiere y no para fines alternativos, según el gusto del vecino. El mercado ayuda a resolver este problema de la mejor manera. El mercado no es ningún mantra filosófico, ni un fin en sí mismo, es simplemente el nombre que se le da al conjunto de intercambios voluntarios de mutuo beneficio que permite, dentro de las limitaciones del mundo con recursos escasos en el que vivimos, que cada quien consiga lo que le gusta.
El acadíémico jurídico Trevor Burrus simplifica este concepto de manera acertada al decir que los derechos de propiedad y el intercambio que deriva de los mismos, sirven justamente para evitar que la solución para que cada quien consiga lo que le gusta termine en la imposición a travíés de la fuerza. Lo malo es que hay gente que tiene un problema con que a la gente le gusten cosas diferentes y con la manera como los derechos de propiedad (sobre los bienes y sobre nosotros mismos) nos permiten disfrutar de nuestros diferentes gustos.
A algunas personas les molesta que algunos quieran criar a sus hijos con ciertas creencias. A otros, les estorba que haya personas que ingieran ciertas sustancias. Para no arriesgar el cuerpo imponiíéndose a travíés de la fuerza física, estas personas decidieron hacer uso de la política. Con lograr que el cincuenta por ciento más uno estíé de acuerdo, pueden conseguir que la fuerza del Estado se vuelque contra aquellos a quienes les gusten cosas diferentes. La política rompe la premisa de los derechos de propiedad de que los demás respeten lo propio mientras nosotros respetamos lo ajeno. La premisa se convierte en “quien conquiste la política puede irrespetar lo que quieraâ€: valores, culturas, tradiciones, ¡lo que sea! Es por eso que algunos buscan conquistar la política a como díé lugar, porque desde ahí pueden irrespetar los gustos ajenos sin los límites que les imponía antes la igualdad. Pueden desde ahí callar a quienes opinan de manera que no les gusta, quitarles lo suyo a quienes lo usen de maneras que no les complacen para usarlo diferente, y a travíés de impuestos y mecanismos de fuerza, sustituir la convivencia respetuosa y tolerante con la imposición y la prohibición.
Y por eso no se puede ser indiferentes. Si queremos impedir que la democracia se vuelva una licencia para el ejercicio de la tiranía, la única manera de combatir a estos intolerantes empoderados es jugar tambiíén el juego político y empujar para que se limite el poder y se fortalezcan los derechos de propiedad para todos. Los derechos de propiedad, de los que tienen mucho y de los que tienen poco, pues la propiedad no se ejerce sólo sobre las cosas sino sobre uno mismo: las ideas, opiniones, y valores. Sólo garantizar verdaderamente los derechos de propiedad (en el sentido amplio) permite la convivencia pacífica de gustos diferentes.
Suerte en sus vidas…