Por... James A. Dorn
Cuando el Presidente Barack Obama nominó a la actual vicepresidenta de la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal para suceder a Ben Bernanke como gobernadora, luego de que íél acabe su periodo en enero, los mercados se mostraron aliviados. La adherencia de la Fed a tasas de interíés extremadamente bajas y al alivio cuantitativo para fomentar la toma de riesgos y elevar los precios de los activos ahora se espera que continúe por lo menos durante otro año y probablemente hasta fines de 2015. Ese camino podría resultar costoso.
El estado de cuenta de la Fed ya se ha disparado desde $800.000 millones en 2008 a $3,7 billones hoy. Continuar acumulando mensualmente $45.000 millones en títulos de la Tesorería a un plazo más largo y $40.000 millones de títulos respaldados con hipotecas inflará todavía más la base monetaria y podría provocar inflación.
El Presidente Obama, en su discurso de nominación, señaló que “mucha gente no necesariamente entiende lo que la Reserva Federal haceâ€. Luego agregó que gracias a las políticas monetarias no convencionales de Bernanke “más familias son capaces de poder pagar por su propia casa, [y] más empresas pequeñas son capaces de obtener príéstamos para crecer y contratar más trabajadoresâ€. Aparentemente el presidente acepta la idea de que imprimir dinero y reducir artificialmente las tasas de interíés, es algo bueno para EE.UU.
La verdad es que muchas familias todavía se ven limitadas por la píérdida de patrimonio sufrida durante la crisis financiera de 2008 y no pueden hacer los pagos iniciales altos ahora requeridos para la gran mayoría de las hipotecas. Además, los bancos se niegan a prestar a empresas pequeñas y de mayor riesgo y el crecimiento del empleo ha sido lento.
El mandato dual de la Fed, impuesto en 1977, exige el empleo máximo y la estabilidad de precios, pero la realidad es que hay límites a la política monetaria. La impresión de dinero no puede aumentar la riqueza de una nación. Además, no puede haber una compensación permanente entre la inflación y el desempleo. Los participantes en el mercado aprenden a ajustarse a la política monetaria. Una vez que los trabajadores anticipan inflación, demandarán salarios más altos y el desempleo volverá a su nivel “naturalâ€, consistente con la demanda y oferta del mercado.
El crecimiento económico real requiere mejor tecnología, inversión de capital, una fuerza laboral mejor educada, e instituciones que conduzcan al emprendimiento y a la prudente toma de riesgos. Esas instituciones incluyen un Estado de Derecho justo que proteja a las personas y a la propiedad, el libre comercio, una moneda estable, un gobierno limitado, impuestos marginales bajos y regulaciones favorables al mercado.
Aunque imprimir dinero no puede aumentar la capacidad productiva de una sociedad o generar una calidad de vida superior, puede aumentar la inflación y el desempleo, como ocurrió durante la estanflación de la díécada de los setenta.
La Fed parece estar apegada a la idea de que la política monetaria es necesaria para estimular el crecimiento y reducir el desempleo, y que lo puede hacer manteniendo las tasas de interíés por debajo de lo que los mercados libres determinarían, aumentando así las inversiones, los precios de los activos, y el consumo. Con las tasas de interíés nominales cerca de cero, un poco más de inflación (por encima del objetivo de 2 por ciento de la Fed) está siendo percibido por algunos economistas en la Fed como la forma de reducir los intereses reales y estimular la toma de riesgos y las inversiones.
Janet Yellen acepta esa visión y ha argumentado que la Fed debería enfocarse en su mandato de empleo y no preocuparse demasiado acerca de la inflación a estas alturas del ciclo económico. Ella cree que la Fed “puede ayudar a asegurar que todos tengan la oportunidad de trabajar duro y construir una mejor vidaâ€.
Hay escasa evidencia que respalde esta opinión —incluso si el Presidente Obama, Ben Bernanke, y Janet Yellen la sostienen. Luego de varias rondas de QE, el desempleo todavía es anormalmente alto (7,3 por ciento), las tasas de participación laboral son históricamente bajas y el crecimiento ha sido lento. Esto es porque la política monetaria tiene sus límites: no puede ser más lista que los mercados, que finalmente son los que determinan las variables reales como el empleo y la calidad de vida. La Fed puede alterar los precios relativos a corto plazo —por ejemplo, distorsionando las tasas de interíés reales— pero a largo plazo afecta la oferta de dinero, el PIB nominal, y el nivel de precios.
Al proveer críédito barato al gobierno federal y respaldar el sector inmobiliario, la Fed está haciendo política fiscal y asignando el críédito. Es así que el Estado tiene el incentivo de crecer más allá de sus medios, los inversores de apalancarse excesivamente, y las viviendas de consumir de más. Esos son los mismos incentivos que existieron antes de la crisis financiera. La política federal está fijando las bases de otra crisis.
El Premio Nobel de Economía Edmund Phelps y Amar Bhidíé de Tufts University advierten que “la política monetaria de la Fed ha sido cada vez más peligrosaâ€. Podría volverse todavía más peligrosa bajo Yellen, que parece estar determinada a mantener las tasas de interíés bajas —incluso despuíés de que el desempleo alcance el objetivo de 6,5 por ciento y de que la inflación exceda el 2 por ciento.
La experiencia reciente con el retiro de esta estrategia, durante la cual el mero anuncio de una desaceleración del programa de alivio cuantitativo impresionó a los mercados, es un indicador de la turbulencia que está por venir cuando la Fed se vea obligada a actuar. Mientras más la Fed retarde la normalización de las tasas, más altos serán los costos del ajuste en el futuro. La selección de Janet Yellen como gobernadora de la Fed es una señal de que la monetización de la deuda y la asignación errónea del críédito continuarán, y de que el riesgo de las burbujas de activos aumentará conforme los inversores busquen ganancias.
Las tasas de interíés cercanas a cero sobre las cuentas de ahorro desde 2008 han perjudicado a los inversores conservadores y reducido considerablemente su ingreso a lo largo de una vida. De manera que la política de la Fed no ha derivado en un aumento neto de la riqueza nacional, sino simplemente en una redistribución arbitraria hacia grupos favorecidos. Si la Fed se demora demasiado en aumentar las tasas de interíés y reducir su estado de cuenta, la inflación redistribuirá todavía más ingreso conforme los acreedores sean pagados en dólares depreciados. Y si la Fed eleva las tasas de interíés demasiado rápido, el riesgo de una recesión aumenta.
Consecuentemente, Yellen se enfrentará a opciones difíciles, ninguna de las cuales es libre de costo. Habrá una presión política firme para financiar un gobierno que ya está sobredimensionado, para proveerle alivio a los propietarios de vivienda, y para crear empleos —especialmente cuando muchos electores suelen creer que esos objetivos pueden lograrse a travíés de un banco central todopoderoso.
El verdadero problema no es a quiíén se ha elegido como nueva gobernadora de la Fed; es reconocer los límites de la política monetaria y el peligro de concentrar poder en pocos individuos que tienen discreción total de dictar la política monetaria en un mundo de dinero puramente fiduciario. Hoy la Fed no está limitada por norma monetaria alguna y la oferta del dinero no está determinada por la demanda en el mercado, como sucede bajo un estándar con respaldo físico.
Es cierto que una moneda que no se puede convertir, cuya cantidad es estrictamente limitada por el Congreso teniendo en cuenta el crecimiento económico, hubiese tenido un valor predecible y estable. Sin embargo, como el arquitecto principal de la Constitución de EE.UU., James Madison, dijo: “¿Quíé nos asegurará de la adherencia inflexible de los Aseguradores Legislativos a sus propios principios y propósitos?†Luego concluyó, “La única garantía adecuada de un valor uniforme y estable del dinero de papel es que sea convertible a una especie —la que menos fluctúe y la única moneda universalâ€.
Sin una norma que limite a la Fed y sin una moneda convertible, el riesgo de travesuras monetarias es alto y será incluso más alto si Yellen es confirmada como gobernadora. Su creencia de que un poco más de estímulo monetario e inflación son los medios para lograr el pleno empleo y la prosperidad desvía la atención del verdadero obstáculo al desarrollo —específicamente, las instituciones monetarias, fiscales y regulatorias que han fracasado en limitar el tamaño y la envergadura del Estado y que están asfixiando al sector privado.
Un primer paso hacia el dinero sólido, y hacia la probidad fiscal, sería tener un debate nacional acerca de las alternativas al dinero estatal fiduciario y discrecional, con el objetivo de crear un ríégimen monetario que prevenga la monetización de la deuda, resguarde la propiedad del individuo con una moneda de valor estable, y proteja a los mercados libres de capitales. Por eso es que el Congreso debería respaldar HR1176 introducida por el representante Kevin Brady (Republica de Texas), director del Comitíé Conjunto Económico, para establecer una Comisión Monetaria Centenaria, que fijaría el marco para el cambio institucional en búsqueda de una moneda sólida.