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Autor Tema: Cómo acabar con la adicción a los subsidios de Egipto  (Leído 144 veces)

OCIN

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Cómo acabar con la adicción a los subsidios de Egipto
« en: Noviembre 13, 2013, 06:40:15 pm »
Por...  Dalibor Rohac



Luego del golpe militar y la sangrienta represión contra los partidarios de la Hermandad Musulmana, Egipto ha experimentado una violencia y desorden recurrentes. La incidencia de la violencia dirigida en contra de la minorí­a cóptica del paí­s parece estar aumentando, así­ como tambiíén las actividades de los musulmanes operando en la Pení­nsula de Sinaí­. En resumen, esto parece ser un momento extremadamente raro para debatir los detalles puntuales sobre los programas de subsidios en Egipto. 

Sin embargo, el problema de los subsidios de energí­a y alimentos es uno de los retos más importantes a los que se enfrenta Egipto hoy. Sin importar cuál sea el futuro polí­tico que le corresponda a Egipto, una reforma a los subsidios es necesaria para evitar una inminente catástrofe económica.

El gobierno de Egipto destina alrededor de un tercio del gasto público —o 13 por ciento del PIB del paí­s— a los subsidios al combustible como el diesel, el gas licuado de petróleo (GLP), el petróleo, y el gas natural, así­ como tambiíén para varios alimentos. Los subsidios explican el triste estado de las finanzas públicas de Egipto, con un díéficit de 15 por ciento del PIB proyectado para el año fiscal actual y con una deuda pública de alrededor del 90 por ciento del PIB.. La economí­a está siendo mantenida a flote solamente gracias al flujo entrante de ayuda externa de los paí­ses del Golfo, incluyendo a Arabia Saudita y a los Emiratos írabes Unidos.

Este problema fiscal es amplificado por los incentivos distorsionados que los subsidios crean, derivando en el consumo excesivo y el desperdicio. Como los egipcios más ricos suelen consumir más de los productos primarios subsidiados —particularmente la energí­a— no deberí­a sorprender que ellos sean los principales beneficiados del gasto en subsidios. En las áreas urbanas, por ejemplo, el quintil más alto en la distribución del ingreso recibe ocho veces más en subsidios energíéticos que el quintil más bajo.

Además, muchos de los productos subsidiados terminan siendo revendidos en el mercado negro. Según unos cálculos, esto incluye aproximadamente un tercio del pan subsidiado y 20 por ciento de la oferta total del azúcar y del aceite de cocina subsidiados. El mismo problema surge con el GLP embotellado utilizado para cocinar, que usualmente es revendido a diez veces el precio subsidiado.

El problema del subsidio en Egipto persiste a pesar de díécadas de reformas a medias. En enero de 1977, por ejemplo, el Presidente Anwar Sadat anunció una reducción modesta en el gasto en subsidios a ciertos grupos de productos primarios. Lo que resultó fueron las llamadas revueltas de pan en las principales ciudades de Egipto, que derivaron en que el gobierno cancele las reformas. Desde ese entonces, se realizaron varios intentos, moderando temporalmente el crecimiento del gasto en subsidios pero sin lograr controlarlo a largo plazo. Ahora, conforme el paí­s se acerca a la insolvencia, se presenta tal vez la última oportunidad para que Egipto implemente reformas duraderas sin perjudicar a tantas personas en el proceso.

En un nuevo estudio (en inglíés), publicado la semana pasada por el Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute, argumento que la reforma exitosa a los subsidios requerirá de tres caracterí­sticas fundamentales. Primero, tendrá que ser rápida e integral —a diferencia de los ajustes parciales que se hicieron a los programas de subsidios en el pasado. Cada intento fracasado de reforma causa que los gobernadores egipcios pierdan algo de su credibilidad. Si se intenta todaví­a otra reforma parcial, la gente simplemente se negará a tomarla en serio y en cambio demandará, tal vez de manera violenta, que se preserve el status quo.

Segundo, una reforma exitosa tendrá que ser parte de un paquete más amplio de reformas estructurales. Los mercados energíéticos de Egipto se caracterizan por ser altamente intervenidos por el Estado y carecen de competencia. Al mismo tiempo, los patrones de los precios de los alimentos en Egipto muestran fuertes rigideces que impiden que bajen incluso cuando así­ lo hacen los precios internacionales. Esta es una señal de que allí­ hay mercados no competitivos e inflexibles.

Tercero, es irracional esperar que los egipcios sean convencidos por la reforma a los subsidios si el gobierno no se compromete a compartir los beneficios de esta con la población. Dicho compromiso puede tomar la forma de transferencias en efectivo que reemplazarí­an los subsidios existentes a los productos primarios. Despuíés de todo, el enorme tamaño del gasto en subsidios crea grandes oportunidades para generar ahorros fiscales y para realizar pagos considerablemente generosos a los más necesitados. El gobierno podrí­a esencialmente ahorrar la mitad de su gasto en subsidios y todaví­a podrí­a pagarle a cada hogar egipcio una suma de $373 al año. O, con un sistema básico de evaluación de recursos, podrí­a pagarle al 40 por ciento más pobre de los hogares $933 cada año mientras que todaví­a gastarí­a solamente la mitad de lo que gasta actualmente en subsidios. Esto podrí­a sonar modesto, pero el PIB per cápita de Egipto está solamente ligeramente por encima de $3.000 y un cuarto de la población del paí­s está viviendo con menos de $37 al mes.

La deuda pública de Egipto es una bomba de tiempo. A menos que quienes diseñan las polí­ticas públicas del paí­s aborden el problema de los subsidios ahora, los ciudadanos de este afligido paí­s árabe pueden prepararse para una nueva turbulencia económica y social —con efectos potencialmente más dañinos que los episodios anteriores.


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