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Autor Tema: EL CAMINO DE GILGAMESH  (Leído 607 veces)

Scientia

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EL CAMINO DE GILGAMESH
« en: Noviembre 20, 2013, 07:34:49 pm »
EL CAMINO DE GILGAMESH, BREOGíN, HERACLES, Hí‰RCULES, SANTIAGO A LA COSTA DE LA MUERTE DEL SOL. EL PAíS DEL SOL PONIENTE.
suso · Nov 21, 2011
Respondiendo a la pí­a solicitud de D. Guillermo Proupí­n, Presidente de APIT-Galicia.

 http://www.guiasdegalicia.com/lang/gl/el-camino-de-gilgamesh-breogan-heracles-hercules-santiago-a-la-costa-de-la-muerte-del-sol-el-pais-del-sol-poniente

A donde vas Gilgamesh,

Eso que Tú buscas,

No lo encontrarás

Poema de Gilgamesh (2.500 a.C)

 

El mí­tico viaje a Occidente, a donde se hunde o muere el Sol, ha sido un tema universal o icono de representación en la liturgia o aparato mitológico de todas las religiones occidentales de la Prehistoria hasta la Edad Histórica, debido seguramente a un orí­gen Paleolí­tico o Neolí­tico común. Esa divinidad común es el Sol, el Rá egipcio, el Dagda celta, el Disco Solar fenicio y púnico; y su viaje diario y anual desde donde nace, el Oriente (El Paí­s del Sol Naciente) a donde se hunde o muere (el Fí­n del Mundo), objeto de culto fí­sico, que se cristalizará en un viaje de carácter sagrado o Peregrinación. Todo porque este viaje de carácter sagrado nos lleva al último confí­n frente al Mare Tenebrossum desde donde se puede asistir al espectáculo de los Tiempos, la Muerte del Dios Solar en el Paraí­so para su resurrección posterior despuíés de haber atraversado las profundidades de la Muerte. Este es el Big Bang de las civilizaciones occidentales indoeuropeas, que esconden un remoto orí­gen común.

Este camino solar nos lleva, pues, al Paraí­so, Paí­s de la Felicidad o Paí­s de la Eterna Juventud, a donde las ánimas de los mortales humanos han de acudir despuíés de muertos si no lo han hecho en vida[1]. En los espectaculares acantilados atlánticos de Galicia, Fí­n del Mundo, ultimo confí­n Occidental, los antiguos localizaban este último peaje o lanzadera de almas al Más Allá, donde se visualiza la Muerte del Sol, y por lo tanto puerta del Paraí­so o Alíén, como lo llamamos los gallegos. Una entrada al Paraí­so que, obviamente, es compleja y que precisa para los mortales una serie de guí­as turí­sticos o agentes psicopompos o conductores. La rica y milenaria mitologí­a galaica de la Santa Compaña, A Compañí­a do Oso, los Sanandreses de Terixido o, sobre todo, el aparato de gravados rupestres desde el Neolí­tico hasta el Bronce de Galicia denominados petroglifos con sus animales y espirales, tienen que ver con estos “guí­as” que deben acompañar a las almas al Paraí­so[2].

El Viaje al Occidente mí­tico se convertirá en tema religioso hecho camino fí­sico hasta el fí­n del orbe. Al margen de que esta realidad pueda tener un primer orí­gen en el hecho de que el NO de la Pení­nsula Ibíérica y Sur de Francia pudiera haber servido de refugio a la población europea contra los hielos hasta la llegada del Holoceno (calentamiento de temperaturas) y el Mesolí­tico, cuando se habrí­a comenzado una recolonización del Continente[3], hay que observar en la Mitologí­a comparada la realidad que la creencia del Fí­n del Mundo y de la ubicación del Paraí­so en el Promontorium Occidentalis es una temática universal, conocida ya en las primeras civilizaciones urbanas de Extremo Oriente. De esta menera, el divinizado rey sumerio de Uruk (tercer milenio antes de Cristo), Gilgamesh, protagonista de la primera narración escrita del Mundo, La Epopeya de Gilgamesh, junto con su amigo Enkidu se aventuran hacia la Isla de la Eterna Juventud para poder conseguir la inmortalidad propia de la divinidad[4]. Gilgamesh es contemporáneo al Dolmen de Dombate (Cabana de Bergantiños) y al Megalitismo Atlántico. En esta narración ya encontramos un tópico que  ya se repetirá para siempre en este viaje al Más Allá: el tópico de las funestas consecuencias a la vuelta[5].

Tras el mito del viaje de Gilgamesh encontramos la memoria de ese larguí­simo viaje al Occidente, donde se muere el sol.

A continuación de Gilgamesh, tenemos el Ciclo Legendario Celta de Irlanda recopilado en una maravillosa óbra medieval en tiempos probablemente de Gelmí­rez por clíérigos irlandeses a modo de un mester de clerecí­a, el Libro de las Invasiones de Irlanda o Leabhar Gabbala Eirin, donde se indica que los Celtas son descendientes del rey Breogán y de Mil, que habrí­a conquistado la Isla partiendo desde Galicia. El pueblo celta habrí­a realizado esta epopeya desde la Tierra de la Muerte, donde Breogán habrí­a establecido un reino Brigantia (Brigantium, Bergantiños) y una torre (la Torre de Breogán) desde donde habrí­a divisado la verde Eirí­n.

La Religión Celta común de los paí­ses atlánticos europeos era de carácter solar; es decir, un dios solar con tres pasos diferentes: Imbolc, Belteníé y Samain. El Samaí­n es el Fí­n del Año o ciclo solar[6], cuando se muere el dios solar bajo el oceano. Este espectáculo se verifica en la costa occidental de Galicia, y este espectáculo es el que siguen asistiendo los miles de peregrinos que no terminan el Camino en Compostela sino que continúan hasta Finisterre. En este sentido, lo que fue seguramente el orí­gen de la peregrinación universal (los celtas de toda europa acudí­an para rendir homenaje al Ocaso, vease el templo al Altí­simo o Berobreo del Facho de Donón de Cangas do Morrazo frente a las Islas Cí­es) vuelve a cobrar vigor. Es interesante observar como, en ocasiones, la historia se repite. Toda esta compleja temática religiosa ha persistido en el conservadurí­simo y religiosí­simo rural gallego naturalmente bajo el barniz cristianizador. De hecho el Samaí­n, dí­a de la Muerte, Fí­n de Año, Muerte del Dios, ha pasado a Dí­a de los Defuntos, y los irlandeses emigrantes exportaron su Hallowen a EEUU.

Este camino mitológico de almas hacia el Paraí­so necesita de agentes guí­as o psicopompos personificados en el Oghmios celta o Mercurio romano (Cíésar afirmaba que era el dios más venerado por los galos), o en el San Roque o San Cristobal cristianos.

A continuación de Breogán, tenemos el mundo mediterráneo greco-romano igualmente indoeuropeo. Híércules es un gigante y viajero, elemento propio de guí­a de almas como el Ogmios celta. El sabio Alfonso X, gloria de nuestra lengua gallego-potuguesa, recogió en su Crónica General la memoria del mito de Híércules. En su Díécimo Trabajo, Heracles debe viajar al último confí­n occidental, al mismo lugar a donde se dirige el Sol todas las tardes, para derrotar al gigante ctónico o infernal habitante de este Mundo de los Muertos, Gerión, y robar su rebaño de vacas rojas y bueyes (es curiosí­simo observar como los animales propios del Alíén o Más Allá son de un rojo intenso como el perrito regalado por el rey de los enanos al rey Helan en los Mabinogui galeses).

Atraversando el tórrido desierto lí­bico, el rudo Hercules se enfada con el Sol y comienza a arrojarle flechas. Ante este ataque el Sol le pide que cese, y a cambio le cede al gigante su nave espacial o Copa del Sol, que llevará a Híércules hasta el último confí­n atraversando la Ví­aLáctea, láctea por cierto porque parte de la leche de las vacas robadas por Híércules se perdió permaneciendo para siempre en el cielo marcando un camino, ese camino que lleva al Fí­n del Mundo. Por cierto, Híércules, despues de la lucha habrí­a decapitado a Gerión, cuya cabeza habrí­a sepultado en los cimientos de una torre que habrí­a ordenado construí­r, la Torre de Híércules en A Coruña, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO[7]. Es fácil pensar que los romanos ya habrí­an encontrado una la torre o, al menos, con la memoria de la anterior Torre de Breogán y la habrí­an romanizado con su gigante Híércules.

Y a continuación de la romanización, la pí­a cristianización, y ese milenarí­simo camino al Occidente pasará a ser tras la Confirmatio de la Sede Apostólica en el Camino que lleva a un lugar de muerte que al mismo tiempo es lugar de Vida y esperanza de Resurección. El Hijo del Trueno, Boanerges, Soldado de Cristo, el Zebedeo encontrará eterno reposo en esta tierra que sigue siendo y seguirá por siempre jamás siendo lugar universal de llegada de millones que buscan, recorriendo un Camino fí­sico, un premio que trasciende los cuerpos y que nos acerca al Paraí­so, al menos lo más cerca que podamos estar en vida.

[1] Los gallegos saben que uno de los santuarios cristianizados más importantes de la Celtia, Teixido, en las faldas del mayor acantilado atlántico del Continente, “vai de morto quen non foi de vivo”, claro.

[2] Pena Graña, Andríés. El Tema de la caza salvaje en los petroglifos gallegos. http://www.riograndedexuvia.com/CAZA%20SALVAJE.pdf

[3] http://www.guiasdegalicia.com/lang/es/apuntes-sobre-la-teoria-del-origen-galaico-de-los-celtas

[4] Gilgamesh es el hombre más antiguo que se atreve a encontrar el Paraí­so en vida. El último que conocemos y que realiza ese mismo viaje, es el santo gallego San Amaro, que impaciente se lanza en una embarcación desde la costa gallega hasta el lugar donde se muere el Sol. San Amaro tiene su equivalente en el San Barandán entre nuestros hermanos irlandeses.

[5] http://www.riograndedexuvia.com/CAZA%20SALVAJE.pdf . Página 62. El desfase temporal es una consecuencia segura (en el exterior han pasado cientos o miles de años mientras nosotros hemos estado en el Alíén un breve tiempo). Carlos Solla recoge que los que vuelven del Más Allá despuíés de cruzar el Portalíén de O Seixo, en Cerdedo (Pontevedra) se quedan mudos,…Curioso, lo mismo dicen las pelí­culas y documentales acerca de  los famosos “agujeros de gusano” que nos trasportan al futuro o a otra dimensión.

[6] http://www.guiasdegalicia.com/lang/es/a-cristianisima-galicia

[7] http://www.guiasdegalicia.com/lang/es/galicia-celta