Por... ADRIANA COOPER
Hace unos días y mientras le enviaba un mensaje a una amiga en Whatsapp, vi una frase que escribió un compañero de trabajo: "Las mejores cosas de la vida son gratis". La afirmación no es nueva pero me pareció pertinente en una íépoca en la que recibo anuncios que me invitan a comprar.
Desde octubre pasan por mis manos catálogos de productos variados y leo mensajes que me invitan al próximo madrugón o día de promociones. Son enviados por los concesionarios, centros comerciales, almacenes y supermercados que al aproximarse diciembre esperan que compre regalos, cambie mi vestuario, salga de vacaciones o estrene carro. Y rápido porque parece que no habrá otra oportunidad.
Disfruto hasta el cansancio ver y dar regalos a las personas que quiero, me hicieron la vida más fácil, fueron generosas o me acompañaron en momentos desafiantes. Los entrego con una tarjeta que me encanta escribir a mano y con sentimiento total. Tanto que a veces creo que lo comprado se convierte en una excusa para hacer cada nota.
Aunque aplaudo el crecimiento de la economía y me gusta salir de compras, fuera de esos regalos para los seres que quiero, no veo la necesidad apremiante de salir a los almacenes. Los días de descanso en diciembre me gustan porque puedo hacer ciertas cosas una y otra vez: comer buñuelos, recibir o escribir noticas, recordar los sabores de la infancia, estar con la familia, ver a las amigas del colegio y a los compañeros de la universidad. Ir sin afán a las citas, ver los atardeceres, tomar jugo de naranja reciíén hecho, sentarme en una tienda de barrio o en un cafíé, conversar y recordar historias, enseñar palabras nuevas a mis hijas, ir a cine, desearle cosas buenas a la gente, leer historias bien escritas y disfrutar de las risas y la amabilidad que a tantos se les despierta en el último mes del año gregoriano.