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Mike Konczal, comentarista de economía de The Washington Post, escribió recientemente una columna muy buena sobre por quíé es una mala idea la propuesta del senador Rand Paul de que la Reserva Federal sea “auditadaâ€. Deberían leerla; sólo me gustaría dar una interpretación complementaria.
Esta es la cosa: sabemos lo que significa auditar a un banco privado (significa revisar para asegurarse que no estíé desperdiciando el dinero de los depositantes o asumiendo riesgos indebidos con íéste). Pero la Fed no está en el negocio de invertir, excepto por propósitos tácticos. Está para manejar dinero, no para ganarlo.
Entonces, ¿exactamente quíé sería auditado? Supongamos que la Fed estuviera comprando activos en cierta forma riesgosos, como valores con garantía hipotecaria. ¿Eso es bueno o malo? La respuesta casi no tiene nada que ver con la cuestión de si hay probabilidad de que algunos de esos valores salgan malos. Todo tiene que ver con los efectos sobre la economía.
Y ya saben a quiíénes estarían recurriendo gente como Rand Paul para hacer esa valoración; si no a amantes del estándar de oro, sería al grupo de “econoeruditos†de ala derecha que en 2010 escribieron una carta abierta en The Wall Street Journal dirigida a Ben Bernanke, presidente de la Fed, advirtiendo sobre devaluación monetaria e inflación.
Tal como lo dice el Sr. Konczal, todo esto de auditar a la Fed es simplemente una excusa para imponer políticas de restricción monetaria, basadas a la vez en fantasías sobre devaluación monetaria.
¿Quíé hacer cuando estás equivocado?
Tal como nos lo recordó recientemente el comentarista Barry Ritholtz en una publicación en Internet, acabamos de pasar el tercer aniversario de la publicación de la carta de devaluación e inflación, en la que “econoeruditos†advirtieron que las políticas de relajación cuantitativa de la Fed tendrían graves consecuencias. Estuvieron absolutamente equivocados.
Tambiíén, al leer la carta ahora, hay que preguntarse quíé tipo de modelo económico tenía en mente el grupo. Los firmantes aseveraron que: “Las compras de activos planeadas arriesgan devaluación de la moneda e inflación, y no pensamos que lograrán el objetivo de la Fed de promover el empleoâ€.
¿Así que serían inflacionarias sin ser expansivas? ¿Supuestamente cómo iba a ser eso?
En su discusión, el Sr. Ritholtz tomó la incorrección como motivo para no escuchar a estas personas, y ciertamente es una señal de advertencia. Sin embargo, mi opinión es que no sólo hay que ver si la gente se ha equivocado, sino que tambiíén hay que preguntarse cómo han respondido a los eventos que no sucedieron como lo predijeron.
Despuíés de todo, cuando alguien escribe de asuntos actuales y nunca se equivoca, simplemente está arriesgando poco el cuello.
¿Quíé hacer entonces? ¿Afirmar que nunca dijo lo que dijo? ¿Atacar a los críticos y jugar a la víctima? ¿O intentar entender quíé salió mal y por quíé?
Me he equivocado muchas veces con el paso de los años, normalmente en cosas menores pero a veces en cosas importantes. Antes de 1998 no pensaba que la trampa de liquidez fuera una preocupación grave; el ejemplo de Japón sugirió que me equivocaba, y eventualmente concluí que efectivamente era motivo de gran preocupación. En 2003 pensíé que Estados Unidos era potencialmente vulnerable a una píérdida de confianza como la de la crisis asiática; cuando no sucedió revaloríé mis modelos, comprendí que la deuda en moneda extranjera era crucial y cambiíé de opinión.
El caso del euro fue un poco diferente: me vi muy pesimista respecto a la estrategia de austeridad y devaluación interna, que pensaba que tendría un costo terrible; y en eso estuve completamente en lo cierto. Y tambiíén supuse que este costo resultaría políticamente insostenible, llevando a una crisis del propio euro. Al menos hasta el momento, me he equivocado. Mi modelo económico funcionó bien, pero mi modelo político implícito no. Bueno, así pasa.
¿Alguno de los firmantes de esa carta de 2010 ha admitido alguna vez haberse equivocado y ha explicado por quíé cometieron errores, y quiero decir “alguno†de ellos? Hasta donde síé, no.
Y en ese punto esto se convierte en algo más que una discusión intelectual. Se convierte en una prueba de carácter.