Por... Mark Calabria
Han pasado casi 30 años desde que tuve mi primer trabajo preparando hamburguesas en Burger King. Empecíé ganando el salario mínimo y estaba feliz de tener esa oportunidad. A pesar de trabajar de manera intermitente en Burger King durante casi tres años, lo que si tenía claro es que no pretendía hacer de eso una carrera.
Uno de los argumentos más extraños para elevar el salario mínimo es que las personas pueden y deberían hacer una carrera de este tipo de empleos. Alentar a grandes segmentos de nuestra fuerza laboral a pasar sus vidas como trabajadores en cadenas de comida rápida es un flaco favor tanto para ellos como para nuestra economía. En lugar de hacer eso, quienes hacen las políticas deberían estar concentrados en aumentar la productividad de nuestros trabajadores, que es lo que últimamente determina los incrementos en los salarios.
Primero, aclaremos algunos mitos acerca de quiíén realmente trabaja por un salario mínimo. Según los últimos números del Buró de Estadísticas Laborales, más de la mitad de los trabajadores que ganan un salario mínimo son menores de 25 años. De hecho, solo 3 por ciento de los trabajadores mayores de 25 años ganan el salario mínimo o menos. Dos tercios de los trabajadores que ganan el salario mínimo solo trabajan a tiempo parcial. El indicador más importante de quiíén trabaja por un salario mínimo es la educación, dado que solo 8 por ciento de los trabajadores que ganan un salario mínimo tienen un título universitario; alrededor de un tercio no se graduaron de secundaria.
La razón por la cual estos trabajadores ganan solamente el salario mínimo es sencilla: no son muy productivos. Si nos gustaría que ganen más, la solución es hacerlos más productivos.
La gran mayoría de los trabajadores que ganan el salario mínimo están concentrados en los sectores de entretenimiento y hospitalidad, particularmente en la industria de restaurantes. Incluso dentro del sector comercial, casi todos los trabajadores de salario mínimo se encuentran en el área de ventas al por menor y no en el área de ventas al por mayor. La razón detrás de estas diferencias es, nuevamente, la productividad.
Entre 1987 y 2012, la productividad (producción por hora) aumentó a una tasa anual de 3 por ciento en el sector comercial de ventas al por mayor. Los trabajadores se beneficiaron de gran parte de este incremento en la forma de compensaciones al empleado. De hecho, los salarios de los trabajadores aumentaron a una tasa más rápida que aquella de la productividad, 4,2 por ciento al año.
En cambio, si uno observa la productividad en las líneas de ventas al por menor, donde hay una alta proporción de trabajadores de salario mínimo, casi no hubo incrementos en la productividad. Por ejemplo, entre las tiendas de alimentos y bebidas, el crecimiento anual de la productividad entre 1987 y 2012 fue solo de 0,3 por ciento. A pesar del díébil crecimiento de la productividad, la compensación a los trabajadores igual aumentó en casi 3 por ciento al año.
Las recientes protestas se han enfocado en la industria de comidas rápidas. Contrario a la percepción popular, la compensación de los trabajadores en la industria de alimentos de hecho ha crecido más rápido que en otras. Entre 1987 y 2012, la compensación de los empleados aumentó a una tasa anual de 5,1 por ciento. Esto es especialmente impresionante dado que el crecimiento anual de la productividad fue de solo 0,6 por ciento durante el mismo período.
La teoría detrás de la idea de que la productividad determina los salarios tiene sentido común: los mercados competitivos alentan a los empleadores a elevar la compensación para equiparar la contribución de un empleado, y la competencia entre empleados evitará que los salarios se eleven muy por encima de la compensación.
Los datos a largo plazo respaldan esta teoría básica. Desde la Segunda Guerra Mundial, el cambio trimestral en la productividad y en la compensación de los trabajadores en el sector empresarial no-agrícola han mostrado una correlación de 0,97 por ciento. Esto es una relación de casi uno a uno. Si, podemos ver retardos o fluctuaciones a corto plazo, pero los datos son muy claros: los cambios en la productividad están estrechamente asociados con cambios en la compensación.
Que el gobierno simplemente decrete aumentos en los salarios desafía la razón cuando hay aumentos difícilmente discernibles en la productividad.
De manera que, ¿cómo podría aumentarse la productividad de los trabajadores y por lo tanto, los salarios? Primero, el enfoque de nuestras políticas de inversión debería estar fijado en cosas que en realidad hacen que los trabajadores sean más productivos como el capital humano (las habilidades y la educación), o equipos que hacen que los trabajadores sean más productivos. Hacerlo no es solo un beneficio para los trabajadores sino tambiíén para sus empleadores, la economía y la sociedad en general. Crear un ambiente de mayor certidumbre para las inversiones es probablemente lo mejor que podemos hacer para fomentar las inversiones en las fábricas y en equipos.
Cuando se trata del capital humano, fallas estructurales en nuestro sistema educativo deben ser abordadas. Como indiquíé anteriormente, los niveles de educación son determinantes poderosos de quiíén trabaja y para obtener quíé nivel de salario. Para reducir la desigualdad, no hay nada más importante que incrementar la rendición de cuentas en la educación. El mecanismo finalmente más efectivo sería incrementar la libertad para elegir en la educación. Tambiíén hay demasiados hombres jóvenes atravesando nuestro sistema de justicia criminal. Aumentar el salario mínimo no hará más probable que un hombre que pasó por la cárcel y que no tiene un título de bachiller obtenga un empleo.
Aquellos que claman por un incremento en el salario mínimo están, en el mejor de los casos, intentando agitar una varita mágica y pretender que los profundos problemas estructurales simplemente desaparecerán. Sería mucho más productivo enfocarse en la enfermedad, en lugar de obsesionarse acerca de sus síntomas.