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Autor Tema: Cuento de Navidad  (Leído 147 veces)

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Cuento de Navidad
« en: Diciembre 26, 2013, 09:54:25 pm »
Por  Santiago Niño Becerra

Habí­a una vez un mundo en el que sobraba dinero (no pregunten porquíé sobraba: ahora eso no toca). Billetes, no, dinero cuyo soporte eran bits de ordenador y que era la contraparte de unos contratos que correspondí­an a unos actos económicos basados en posibilidades, probabilidades, incertidumbres y futuribles. Ese dinero, cuyos propietarios eran muy pocos, estaba parado, quieto, lo que era malí­simo porque no generaba rendimientos, por lo que habí­a que inventar algo para los beneficios apareciesen. Y se inventó.

El invento por novedoso parecí­a una locura: prestar a los pobres y a quienes nadie prestaba tomando como garantí­a el valor de cosas cuyo precio no cesaba de crecer, para apoyar eso un supuesto: que ese valor siempre continuarí­a creciendo; y prestar a todos mucho, muchí­simo; y vender unos productos financieros cuyos fundamentos eran tan sólo el esperar que su valor siempre continuase creciendo a fin de que siempre continuasen comprándose.

Se igualaron riesgos entre paí­ses; los bits viajaron entre puntos del planeta a la velocidad de la luz y con la misma facilidad que con un cuchillo caliente se corta mantequilla; se concedieron capacidades de endeudamiento a personas, a compañí­as, no respaldadas por nada; ese mundo creció como nunca, tanto que el presidente de uno de sus organismos manifestó abiertamente que ‘el mundo iba bien’.

Y cuando la capacidad fí­sica de endeudamiento se agotó, todo empezó a derrumbarse porque el fundamento último del proceso era la deuda, la privada, más que la pública.

Luego en ese mundo se puso en marcha una cosa rara para arreglar la situación que no arregló nada y que para lo único que sirvió fue para endeudar más a Estados ya endeudados. Y continuaron las transferencias de renta de abajo hacia arriba, de los muchos: hacia donde habí­a ido, hacia los pocos que siempre lo habí­an tenido, pero no tanto ya en forma de bits sino de plantas industriales, de yacimientos minerales, de concesiones de servicios, de edificios emblemáticos, de bienes que eran adquiridos a precio devaluado con el mismo dinero que habí­a sido prestado transmutado en menos valor debido a la degradación producida por la acumulación de una deuda impagable.

El tiempo fue pasando y el escenario cambiando. Todo se concentró en unas pocas manos. Las zonas con posibilidades resurgieron, no las que no. Se pagó por acceder al uso de bienes y activos cuya propiedad no pertenecí­a a quienes los usaban. Habí­a estabilidad pero no crecimiento; escasez pero no miseria. Se olvidó el pasado: no hubo tristeza, pero no habí­a alegrí­a.

Y en algún lugar alguien murmuró: ‘¡Por fin las cosas han recuperado su orden!’.

Foro de bolsa, un saludo y Feliz Navidad.


¡Se nos va de las manos!