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Autor Tema: El Poder Magníético  (Leído 572 veces)

Scientia

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El Poder Magníético
« en: Marzo 07, 2014, 09:01:03 pm »
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El Poder Magníético


Todas las religiones antiguas y modernas, todas las escuelas y órdenes esotíéricas tienen como objetivo adquirir el Poder Magníético equilibrado que une al hombre con su Dios Interno. Para tal objeto han señalado cinco caminos que son los siguientes:
-          Por el dominio del cuerpo
-          Por el dominio de la mente
-          Por la acción
-          Por el Saber
-          Por la Devoción.
Hablaremos algo sobre cada uno de estos míétodos.
Adquisición del equilibrio del magnetismo por el dominio del cuerpo
La tendencia de la naturaleza humana es la pereza y la molicie. El objeto de esta práctica es enseñar a dominar el hambre, la sed y el sueño; sobreponerse a los efectos del calor y del frí­o; a prevenir y curar las enfermedades y mantenerse en cabal salud sin necesidad de medicamentos; a detener la decadencia del organismo desgastado por consumo de energí­a vital, mantenerse joven a los cien años y prolongar a voluntad la vida corporal.
Muchos volúmenes fueron escritos sobre las prácticas de este sendero, y sólo los orientales e hindúes han seguido fielmente sus consejos. No vamos a repetir lo que otros han escrito, solamente vamos a enumerar los ejercicios por medio de los cuales se adquiere con el tiempo admirables capacidades que asombran a los fisiólogos. El objeto de estos ejercicios es dominar al cuerpo y hacer de íél un instrumento obediente al espí­ritu. Todo ser humano puede realizarlos para despertar en íél estos poderes latentes, aunque parecerá imposible a los esclavos de la comida y de la bebida o el sueño que se figuran que no podrán vivir sin comer tres veces al dí­a, sin dormir 8 o 9 horas de las 24 diarias y sin comer un kilo de carne.
Las religiones no olvidaron de ordenar el ayuno y el ascetismo a sus fieles. Todos los profetas ayunaron cuarenta dí­as; velaban las noches, dormí­an muy poco, se abstení­an de comer carne y así­ llegaban a tener la clarividencia; percibí­an objetos a lejaní­sima distancia, leí­an en completa obscuridad y llegaban a ver por medio de la Luz interna.
Estos poderes están latentes en todo ser humano y todos mediante los convenientes ejercicios los pueden desenvolver; porque todas las fuerzas sutiles existen potencialmente en nuestro organismo. Tambiíén por los ejercicios de la respiración, del ríégimen dietíético y de los hábitos se puede curar todas las enfermedades del cuerpo; aunque la salud, robustez y vigor del organismo no son sinónimos de salud, robustez y vigor espiritual. La idea dominante de estas prácticas es que las enfermedades orgánicas son obstáculo en el sendero espiritual, mientras que la salud del cuerpo es la primera condición exigida para el conocimiento de las superiores verdades espirituales asequibles en esta vida.
Las prácticas de este sendero exige la estricta observancia de sus reglas:
Ríégimen dietíético: debe abstenerse de todo manjar o bebida de í­ndole amarga, picante, salada o ardiente, de toda clase de carnes, de mariscos, de especias como el clavo, la pimienta, la vainilla, la canela, la nuez moscada y la mostaza; de vinos y licores sin excepción; de cafíé, tíé y tabaco, de los dulces y pasteles, las frituras, así­ como los crustáceos, los embutidos y todos los requilorios de la cocina de fonda, restaurante y hotel.
Ya estoy oyendo las carcajadas y la pregunta ¿quíé nos queda para comer?, y a esta interrogación nos contestan las Escrituras: “He aquí­ que os he dado toda hierba que da simiente, que está sobra la faz de toda la tierra; y todo árbol en que hay fruto, de árbol que da simiente, será para comer”. Mas, cuando nadie quiso obedecer, el legislador tuvo que escoger el mal menor y decir: “De entre los animales, todo el de pezuña, y que tiene las pezuñas hendidas y que rumia, íéste comeríéis, etc.”. De esto se comprende que la comida de carne es un invento humano y no es divino. De todos modos la ciencia asegura que el reino vegetal proporciona las cuatro clases de alimentos indispensables para el mantenimiento de la vida fisiológica.
Sin embargo, el occidental debe evitar los extremos y obedecer las leyes de la ciencia de la alimentación racional o trofologí­a, para no sufrir graví­simos trastornos en su organismo; pero debemos aclarar que para obtener el Poder magníético equilibrado debemos sacrificar muchos, muchí­simos de nuestros gustos porque toda bebida y comida o excitante produce un desgaste de nuestro poder magníético, mientras que el aspirante debe conservar y defender esta energí­a a toda costa. Por lo tanto, para conservar la salud, fuente y canal de todo poder, es preciso tener mucho cuidado con lo que se come y al propio tiempo cumplir con las reglas de la higiene en lo referente al cuerpo, a la naturaleza del agua y del aire.
Los espí­ritus de la Luz nunca pueden acudir o ayudar a un ser desaseado mental o corporalmente. Sólo los elementales inferiores son los que se presentan a esta clase de seres. Sabemos de un caso extraño que sucedió hace poco y es bueno relatarlo:
Un grupo de espiritistas invitaron a un estudiante y practicante de la ciencia espiritual para que asistiera a una sesión. El estudiante aceptó de buena gana, pero despuíés de una invocación larga y de una sesión que duró más de una hora, no se presentó ningún espí­ritu ni acaeció ningún fenómeno. Los asistentes, desesperados, decidieron levantar la sesión y el estudiante se despidió y salió. No habí­an transcurrido cinco minutos de su retirada, cuando el míédium cayó en trance y comenzó a hablar. Al preguntarle por quíé no se manifestó antes, el míédium contestó: Su fluido brilloso envolví­a a todos los presentes y era impenetrable.
Otras reglas más: el estudiante debe vivir en un lugar limpio, nunca ha de comer hasta la saciedad, mantenerse en absoluta continencia para poder refrenar sus sentidos, y levantar en su ánimo sentimientos de amor y compasión respecto de todo ser viviente. Debe tambiíén dominar todas las actitudes posibles de la cabeza, tronco y extremidades y reducir el cuerpo a la obediencia a la voluntad, sin contravenir las leyes fisiológicas, y por medio de la respiración intensificar la potencialidad nerviosa del organismo que elimina todos los desechos que determinan la pesadez del cuerpo y ocasionan los resfriados, catarros, reumatismos y otras enfermedades.
La postura del cuerpo aventaja todos los míétodos de gimnasia conocidos. Las siguientes descripciones darán una idea de los principales ejercicios que curan las enfermedades y preservan de ellas:
1º Colocar firmemente las manos en el suelo, soportando en los codos el peso del cuerpo, oprimiíéndolo contra los lomos. Despuíés se levantan los pies del suelo, manteniíéndolos rí­gidos a nivel de la cabeza.

2º Tenderse a lo largo, de espaldas en el suelo con la cabeza al mismo nivel del tronco. Este ejercicio apacigua la mente.
3º Sentarse en el suelo o en una silleta manteniendo siempre erguidos el tronco, el cuello y la cabeza. Esta postura corrige los defectos de la respiración y cura las enfermedades del pecho y los pulmones; así­ sucesivamente, cada ejercicio cura la enfermedad de un órgano y además le llena de magnetismo.
La respiración es otro factor indispensable para el objeto. El aspirante ha de inspirar siempre por las narices, con la boca cerrada y tan profundamente que el diafragma se mueva con todo el alcance de su posibilidad estableciendo el ritmo entre la aspiración y la espiración. Despuíés aprenderá la respiración alternativa, esto es, inspirar por la fosa nasal izquierda manteniendo cerrada la derecha y espirar luego por la derecha manteniendo cerrada la izquierda. Esta respiración tonifica el sistema nervioso. Luego inspirará por una de las fosas nasales, retendrá el aliento durante la mitad del tiempo que empleó para la aspiración y espirará por la otra fosa nasal.
La ducha nasal de agua frí­a alivia el dolor de cabeza, evita los pólipos de la nariz y aftas en la boca. Dos o tres litros de agua tomados al dí­a limpian los riñones, los intestinos, curan el estreñimiento y limpian la sangre. De cuando en cuando el lavado intestinal es el mejor depurador de los desechos del organismo. El insomnio se remedia asumiendo las posturas enumeradas y al propio tiempo respirando profundamente y reteniendo el aliento despuíés de cada inspiración.
Todas estas indicaciones tienen por objeto:
- Curar las enfermedades del cuerpo
-Llenar el organismo de la Energí­a Magníética
-Hacer del cuerpo un instrumento del Yo Soy
-Hacer que el cuerpo sea un instrumento perfecto del Espí­ritu por el dominio de los fugaces placeres de la vida.
-Llegar por medio de sus capacidades a dominar los elementales inferiores y ascender al nivel de los de la Luz.
Esta es la aspiración de todas las religiones.
Adquisición del poder magníético por el dominio de la mente
La principal aspiración del estudiante es fortalecer la voluntad y vigorizar el poder de concentración para llegar a la Divinidad por el sendero del perfeccionamiento espiritual que es la meta de toda religión. Tiene que eliminar toda obstrucción mental hasta lograr una mente sana y con acierto perfecto.
El hombre de mente vigorosa y de voluntad robusta puede dominar sin mayor dificultad la naturaleza fí­sica y alcanzar la verdad. Todos los santos y sabios actualizaron sus poderes o facultades latentes, y adquirieron el poder de dominar todas las fuerzas del universo por el completo dominio de la mente.
La Mente Divina es el Soberano del Universo; cuando la mente del hombre se une a la de Dios, tiene aquella, poderes divinos, de suerte que al concentrar el humano su mente en un objeto del mundo fenomenal descubre la verdadera naturaleza del objeto en sí­ mismo en el mundo de la realidad. Concentrada la mente en un objeto o en un ser, quedan iluminados todos los aspectos y pormenores del ser en que se encontró la mente, y así­ resultó que el poder de concentración aventaja al de la percepción sensoria.
Quien se abstrae por completo del mundo exterior y se concentra en su verdadero ser descubre la real naturaleza del yo individual y reconocerá que en esencia es idíéntico a la íšnica Realidad. Entonces ve que el Dios a quien adora está en íél y no muy lejos de íél y este conocimiento le emancipará de la esclavitud de la ignorancia y comprenderá que los mundos fí­sico, mental y espiritual son inherentes y esenciales de su propio y verdadero ser.
El poder mental de la concentración es un puente entre el hombre y la verdad. Tiene ocho etapas:
1ª El candidato debe obedecer a los mandamientos de no matar, no hurtar, no mentir, no fornicar y la práctica y ejercicio de las virtudes de veracidad, continencia, misericordia, sencillez, templanza, pulcritud, firmeza de carácter y compasión de todo ser viviente.
La 2ª y 3ª etapas: para adquirir el poder mental se requiere austeridad, paciencia, estudio, absoluta confianza en Dios y completa sumisión a su Divina Voluntad.
La 4ª etapa consiste en los ejercicios de respiración que se practican con el pensamiento fijo en la energí­a magníética, la que le ayudará a vencer muchos obstáculos: enfermedades y temor, obteniendo al tiempo equilibrio en todos los estados.
La 5ª etapa: abarca el ejercicio de la concentración externa.
La 6ª consiste en la concentración interna, un órgano, un funcionamiento del cuerpo, etc.
La 7ª incluye la meditación en alguna virtud hasta adquirirla.
La 8ª es el estado extático que convence al hombre de que es un verdadero Yo Soy y que es uno con Dios y recibe toda revelación e inspiración de que es capaz  el alma humana. Y así­ el hombre sabe que la revelación emana del Yo Soy fuente de las verdades espirituales y así­ se vuelve un verdadero Mago Blanco consciente y no un míédium subyugado por los elementales. Tambiíén de esta manera será dueño de sí­ y de las fuerzas de la naturaleza aún en esta vida. Verá a Dios en todas las cosas y todas las cosas en el Infinito Dios.
Las religiones han enseñado la mayor parte de este sendero pero descuidaron los ejercicios respiratorios que persisten en las escuelas hermíéticas.
Adquisición del poder magníético por la acción
Tambiíén el hombre adquiere el Poder Divino por medio de las obras, porque a toda acción sigue infaliblemente una reacción y en este sentido la devoción, el amor, el discernimiento, la concentración y cualquier función fí­sica están incluidos en el sendero de la acción.
Ninguna obra está separada de sus resultados y todos estamos sujetos a esta ley; de aquí­ que el carácter de un individuo sea el resultado de sus obras y su futuro será el resultado de las acciones en el presente. Las mismas obras son las que condenan al hombre y le castigan para enmienda y corrección, mas nunca para su eterna condena. El sendero de la acción es el más a propósito para los que no profesan ninguna religión, que carecen de sentimiento devocional y no adoran o ruegan a Dios personal. Es el concepto de la salvación por las obras y no por la críédula fe.
El sendero de la acción nos enseña que la causa del sufrimiento, miseria, enfermedades e infortunios está en las propias acciones pasadas. La acción acertada elimina las causas del sufrimiento y otorga el gozo, la paz, la felicidad, la libertad y el poder.
El secreto de la acción consiste en trabajar desinteresadamente sin la mira puesta en el resultado de la acción. De nada sirve espiritualmente el favor a un amigo con la esperanza de que algún dí­a nos lo devuelva con creces; hay que practicar el bien por amor al bien sin deseo ni esperanza de recompensa, porque la recompensa se halla en la misma práctica del bien. Estos seres que practican la virtud altruista de una manera impersonal adquieren un poder magníético divino, y eventualmente el conocimiento de su verdadero ser.
Las religiones prometieron un cielo a los que guardan los mandamientos, al paso que amenazan con horrendos tormentos sin fin a los desobedientes; todo esto es para poner freno a las torcidas inclinaciones de la humanidad. Pero el hombre evolucionado no necesita del espantajo de las torturas para guardar la ley que Dios grabó en su corazón.
Las buenas acciones conducen al hombre hasta llegar al conocimiento de sí­ mismo y este conocimiento es la fuente de toda felicidad y de todo poder mágico; entonces comienza el hombre a practicar las obras en bien del prójimo y de la humanidad en general con todo fervor sin esperar retribución alguna y de esta manera desempeña el mismo papel de la Divinidad, en la tierra.
La ley de acción nos enseña que cada pensamiento, palabra y obra ha de producir su consiguiente efecto, pues cada acción tiene su correspondiente reacción. Si la acción es armónica el efecto será armónico y por lo tanto allegará en justa proporción paz, poder, abundancia y felicidad, y si por el contrario la acción contraviene las leyes naturales y divinas, la reacción será siniestra y acarreará desdichas.
La ley de acción prohí­be terminantemente pensar mal del prójimo y muchí­simo menos injuriarle de palabra ni perjudicarle de obra. Debemos recordar que el pensamiento vibra de tal modo que atrae todos los pensamientos circundantes de una menor intensidad, aunque de la misma tónica de vibración. Por lo tanto, cuando acariciamos malignos pensamientos emitimos formas mentales de siniestras vibraciones y nos exponemos al doble peligro de quedar influidos por los elementales malignos que brotan a nuestro alrededor.  En cambio, con mantener buenos pensamientos atraemos átomos de luz que nos ayudan y nos alumbran.
La ley de acción enseña que en el universo no hay más que un solo Ser real, manifestado en la multiplicidad de seres; y que por tanto, debe reconocer la unidad esencial de todos los seres consigo mismo y no dañar de pensamiento, palabra ni obra a ninguno de ellos. Quien así­ se conduce es una bendición para la humanidad y un instrumento auxiliador en el desarrollo del plan de evolución.
Este sendero enseña que nada en la vida es íéxito o fracaso. Hace cuanto está al alcance de sus fuerzas y cumpliendo con su deber hasta el extremo lí­mite de su capacidad; no se aflige si fracasa, ni se regocija en el íéxito, sino que satisfecho con haber llevado a cabo cuanto pudo en medio de las circunstancias en que se hallaba, se mantiene ecuánime en la alegrí­a y la tristeza, en el placer y en el dolor, en la derrota y en la victoria. Este es el ideal del Mago: vivir libremente, sin deseo y sin pasión.
Cuando cumple con todos los deberes, el mago se refugia en el Amor como lo ha hecho el Cristo y otros que trabajaron movidos por el intenso amor a la humanidad, y cuando llega un hombre a ser fuente de amor ya es uno con el Padre.
Adquisición del poder magníético el saber
Se puede adquirir el Poder por medio del conocimiento de la absoluta Verdad que es la fuente común de todos los fenómenos objetivos y subjetivos del universo. El conocimiento de la Verdad consiste en sentir y saber que no hay más que una Vida, una Realidad y que toda diversidad, diferenciación y multiplicidad de la existencia no son más que ilusorias; que el Creador y la criatura son diferentes aspectos de la única Realidad; que los diferentes fenómenos del universo proceden de lo Absoluto.
El saber nos enseña que la materia, la mente, el intelecto, los sentidos, las formas, la energí­a y el poder son aparentes manifestaciones de lo Absoluto. Dichas manifestaciones nos parecen reales, pero no son más que realidades relativas. Estos fenómenos son como olas de mar, se levantan y a poco vuelven a sumergirse en su seno y así­ como el mar manifiesta sus olas, lo Absoluto manifiesta sus fenómenos; de esta manera, las olas del mar son accidentales como los fenómenos del universo y lo íšnico Eterno es lo Absoluto.
El objeto del saber es ligar nuevamente al alma con lo Absoluto fuente de todo Poder y demostrar como Cristo la absoluta unidad que existe entre ambos.
La primera manifestación de lo Absoluto es el Alma Universal llamada El Verbo o el Yo Universal y se manifiesta por la Dualidad del Poder Magníético. La unión de esta dualidad produce la Luz del conocimiento del Yo individual y de su unidad con el Yo Universal y por consiguiente con lo Absoluto. Este conocimiento disipará las tinieblas de la ignorancia, que nos mueve a identificarnos con el cuerpo, las emociones, los pensamientos y sus modificaciones, que es la causa de todo error, egoí­smo, apego a la naturaleza inferior y a las cosas del mundo; de esta manera dejaremos de confundir el alma con el cuerpo y de satisfacer los gustos sensuales.
El conocimiento nos muestra que nuestro verdadero ser es eterno, inmutable, omnisciente por sí­ mismo, aunque la ignorancia nos dice lo contrario. El Saber nos enseña que lo que es de Dios es Dios y que el Yo es como Dios; lo Absoluto trasciende las cualidades y está más allá de los pares opuestos, y que sus atributos son Voluntad, Sabidurí­a y Actividad; porque el Ser que sabe obra cuando quiere y porque sabe, obra armónicamente.
Esta sabidurí­a, esta Voluntad y esta Actividad son la Trinidad de lo Absoluto y del Yo individual que hace de este último, imagen, semejanza y reflejo de Dios. De modo que la trinidad no forma tres personas o entidades, sino tres atributos o cualidades.
El mago es aquel que explaya su Voluntad, Sabidurí­a y Actividad y las identifica con las de lo Absoluto; por eso cura las enfermedades, porque la Ley de lo Absoluto es salud, alivia las penas porque la Ley es alegrí­a, etc. Mientras que el ignorante emplea esos tres atributos en provecho personal y detrimento de la Ley Universal y las consecuencias son nefastas para íél. Este conocimiento es el conocimiento de sí­ mismo; San Agustí­n dice: “No quieras ir fuera; concíéntrate en ti mismo; en el interior del hombre mora la verdad”. Y en otro lugar añade: “Entra, pues, dentro de ti mismo, despríéndete de la turba confusa y atronadora de las imágenes de los sentidos, purifica tu espí­ritu y penetra con la mirada escrutadora del pensamiento hasta el fondo del alma y allí­ descubrirás el reflejo de aquella luz increada que esclarece y enseña a todo hombre que viene a este mundo… Este es indudablemente el único medio de alcanzar la luz… La voz de la verdad no sale de los labios, sino del corazón donde tiene puesta su cátedra y su trono y donde únicamente se puede recoger su enseñanza.”
El saber se logra cuando la mente y el ánimo se han purificado de todo egoí­smo y el Yo discierne entre lo real y lo transitorio y este discernimiento conduce al reconocimiento de la absoluta Verdad más prestamente que la práctica de la devoción y de la obra.
El sendero de la Sabidurí­a es el más a propósito para los sinceros y fervorosos indagadores de la Verdad, que no tienen apego a la vida activa ni temperamento devocional, sino que son puramente intelectuales, ya que al Yo no le satisfacen los placeres de los sentidos. Los aficionados a la filosofí­a, los que poseen una poderosa mentalidad, siguen el camino del saber y el saber elimina de ellos las pasiones y los deseos bajos; el conocimiento rige sus sentidos y mantiene el cuerpo fí­sico sano y al cuerpo mental vigoroso contra las adversidades y dispuesto siempre a rechazar todo lo que es falso. La ví­a del conocimiento enseña a la mente a estar siempre disciplinada en los ejercicios de concentración y meditación y de esta manera acopla en su organismo el Poder Divino magníético que le une nuevamente a la Realidad, por encima de las leyes que gobiernan los fenómenos. Todo filósofo siente que los goces desmesurados de los sentidos son cadenas de esclavitud y lucha contra la ilusión para llegar a la íšnica Realidad.
El sincero buscador de la Verdad penetra y siente el significado de estas enseñanzas: “Mi Padre y yo somos una sola cosa”. “Yo soy la puerta, la verdad y la vida”. “Yo soy í‰l y í‰l es Yo”. “Mujer, críéeme que la hora viene cuando ni en este monte, ni en Jerusalíén adoraríéis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabíéis; nosotros adoramos lo que sabemos”. “Mas la hora viene y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adoran al Padre en Espí­ritu y en verdad”.
El verdadero sabio es incapaz de obrar mal; es impecable porque ha dominado sus deseos y pasiones; conoce y sabe que su naturaleza divina está más allá del bien y del mal, y así­ se vuelve Mago porque ha descubierto en su naturaleza la fuente de todo Poder y porque siente que su espí­ritu está siempre unido con la Realidad.
Adquisición del poder magníético la devoción
Tambiíén la devoción y la adoración a la Causa Suprema o Dios impersonal e íntimo, conduce al mismo fin. El verdadero mí­stico abre sus centros magníéticos por medio de la devoción a la Energí­a Magníética Creadora y los llena del Poder.
La adoración es la más a propósito para las personas de extrema y exquisita sensibilidad; para los espiritualistas, que han intensificado los sentimientos de amor y devoción sin fanatismo ni superstición; para aquellos seres abnegados en su amor y muy lejos del concepto de salvar a sus propias almas y que despuíés de ellas venga el diluvio.
El falso devoto cree que con quemar un cirio en un altar o rezando masculladamente una oración, pueda obtener de Dios o de la Virgen, que le conceda, a cambio de la ofrenda, todo lo que pide, como si Dios fuera un hombre a quien se puede sobornar con ofrendas del devoto, mientras que su corazón está muy lejos de í‰l.
El verdadero devoto es aquel que pide, primeramente, el Reino de Dios y su justo uso, y no necesita pedir más porque sabe que todas las demás cosas vienen por añadidura. El verdadero mí­stico nunca puede sentir ni creer que Dios es una entidad que vive lejos de íél, sino que siente a Dios en su propio ser; que su alma está unida con el Amado. El mí­stico sabe que debe sojuzgar las emociones siniestras e inferiores para adquirir la perfección y el poder; porque el Poder Divino es incompatible con todo siniestro y morboso sentimiento.
El mí­stico y devoto siente que su Amado está más cerca que el aliento y lo venera con obras y no con palabras solamente, como dijo Cristo “Este es mandamiento: Que os amíéis los unos a los otros como yo os he amado”. El mí­stico sabe que este amor divino fluye en copiosa corriente de su alma y como un rí­o supera todo obstáculo y va en derechura al ocíéano de la Divinidad. Se entrega de todo corazón a Dios y somete su voluntad a la voluntad del Omnipotente que le llena de su poder para obrar, sin preocuparse de los resultados, en gloria y honor de Dios.
El fiel devoto pierde la noción del mí­o y tuyo porque donde dirige su mirada, ve a Dios en todas partes, y por esta razón las religiones consideraron el sendero devocional el más fácil aunque tome vidas de perseverante práctica; pero el que entra en el sendero de la devoción lo alcanza en poco tiempo, si en su corazón arde la llama viva del divino amor, como fueron las vidas de San Francisco de Así­s, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús.
El sendero devocional está dividido en dos trechos; el primero es aquel en que el devoto toma por modelo de su conducta la vida de un santo cuyas virtudes aspira a imitar y en quien constantemente piensa con desinteresada devoción. El segundo trecho consiste en que este sentimiento de devoción se amplí­a y enaltece hasta identificarse con el íntimo Dios, y así­ el mí­stico desarraiga de su corazón toda ambición de bienes materiales y de la petición de gracias contrarias a la justicia. De esta manera llega el mí­stico a la fuente de todo conocimiento, de todo amor y de todo poder.
Al imitar, por ejemplo, al Cristo o un verdadero santo, el imitado transfiere al devoto parte de su energí­a espiritual a cuyo toque despierta el alma; por eso dijo el Cristo: “A íél iremos y haremos con íél nuestra morada”. Desde entonces el mí­stico adora a Dios en espí­ritu y en verdad. Observa la continencia, rige y domina sus deseos para convertirse en canal de la Omnipotencia. Ya no puede padecer más pasiones; mientras que sus emociones estarán al servicio del íntimo, porque entonces puede tener la emoción pura, sin pasión.
En este estado, el devoto abre en sí­ el caudal del Amor, obedece las leyes de la salud, observa la higiene; tiene la mente sana en un cuerpo sano, no mata ni a un animal; ama a todos los seres y admite la estrecha solidaridad entre todas las criaturas y todas las cosas del Cosmos, como un todo manifestado de lo Absoluto por medio del Alma Universal o Magnetismo; y llamará a todo ser, como San Francisco de Así­s, hermano y hermana. Y cuando dice: “Hágase tu voluntad así­ en la tierra como en el cielo”, siente que su voluntad es una con la del Padre, porque ambos concurren al mismo punto del reinado eterno de la justicia, la paz y la felicidad.
Así­ como el mí­stico adquiere el poder del Magnetismo Divino para convertirle en llama y Luz, es así­ como puede comunicarse con los espí­ritus de la Luz hasta identificarse con la Fuente de Luz Inefable.
Dr. Jorge Adoum
Ref.: La Zarza de Horeb, Ed. Kier.