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Autor Tema: “Todos los dí­as son 11 de marzo”  (Leído 235 veces)

Eguzki

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“Todos los dí­as son 11 de marzo”
« en: Marzo 11, 2014, 08:02:47 am »
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“Yo viajaba en el último vagón del tren de El Pozo. Nada más cerrarse las puertas, explotó el penúltimo. La gente se abalanzó sobre la puerta. Conseguí­ salir, habí­a muchí­simo humo. No se veí­a nada. Alguien gritó: ‘¡Ha sido una bomba!", relata Silviu Jarnea, superviviente de los atentados. "La gente corrí­a hacia las escaleras. Le dije a mi amigo Julián: ‘Vamos a ayudar’ y fui hacia el humo. í‰l me pidió que no fuera, que podí­a haber más bombas, pero yo no le oí­, me lo dijo despuíés.Entríé en el vagón que habí­a explotado. Nadie se moví­a. Veí­a siluetas. No sabí­a si de hombre o de mujer. Vi a un chico joven, boca abajo, su cabeza ardí­a. Apaguíé el fuego, pensando que así­ podrí­an identificarle mejor. Entonces vi a una señorita que me miraba. Estaba casi desnuda.Tení­a unas gomas en los tobillos. Luego comprendí­ que era lo que quedaba de sus medias. Pasó su brazo por detrás de mi cuello y la saquíé del tren. No hablaba. La sentíé en un banco en el andíén y volví­ al vagón. Querí­a ayudar a más, no sabí­a a quiíén primero. Luego vi que el chico al que le ardí­a el pelo tení­a el móvil al lado de la cabeza, habí­a intentado llamar a alguien. Yo pensaba que estaba muerto. Y llamíé al 112. Les dije: ‘¡El Pozo!’. Ya lo sabí­an. Seguí­ ayudando hasta que llegó la policí­a. Llevaban la pistola en la mano. Entonces yo no tení­a papeles. Salí­ corriendo...”.

Silviu Jarnea relata de un tirón, como si hubiera ocurrido ayer, sus recuerdos del 11-M. Entonces tení­a 29 años. Una díécada despuíés sigue atormentándose. “Pienso en el chico que yo creí­ muerto y que habí­a intentado llamar a alguien y en aquella chica que yo dejíé semidesnuda en un banco del andíén, a las ocho de la mañana. Despuíés de los atentados he leí­do mucho sobre cómo actuar en esas situaciones. Aprendí­ lo importante que era hablar a los heridos para que no se durmieran y mantenerlos calientes. Entonces yo no sabí­a nada. Me siento muy culpable. Cuando salí­, vi cosas terribles. Un hombre herido le tapaba los ojos a un niño. Vi mi cazadora y los zapatos llenos de sangre. Y sentí­ que perdí­a toda la fuerza. En ese momento no habrí­a sido capaz de sacar a la señorita del vagón. No síé si se salvó...”. Silviu señala en El Pozo las marcas en el suelo del antiguo banco, donde dejó a la mujer.

Volvió a casa del peor atentado de la historia de España con solo unos cortes en las manos. O eso pensaba. Porque a los pocos dí­as, se dio cuenta de que le costaba horrores levantarse. Tení­a pesadillas. Le daban ataques de pánico al subir al tren. A veces salí­a antes de que cerraran las puertas. Otras lograba recorrer un par de estaciones. A Silviu, como a centenares de personas, le diagnosticaron estríés postraumático.

El paso del tiempo no reduce la posibilidad de sufrir esa patologí­a. “Ahora afloran secuelas psicológicas que al principio no aparecieron y tambiíén fí­sicas, porque muchos que perdieron oí­do ahora padecen sordera total”, explica Sonia Ramos, directora general de Apoyo a Ví­ctimas del Terrorismo. La cifra de personas a las que el 11-M cambió la vida asciende a 3.000, explica, entre familiares de los 192 fallecidos [191 en los trenes y un policí­a en la inmolación de los terroristas en Leganíés]  y los 2.084 heridos y sus familias. Siete sufren aún una "gran invalidez" y requieren de la asistencia de una persona para moverse; 21 están considerados como "incapacitados permanentes absolutos"; 61 son “incapacitados permanentes totales” y 28 padecen "incapacidad permanente parcial". El antecesor de Ramos, Josíé Manuel Rodrí­guez Uribes, elogia a las ví­ctimas: “A pesar de ser un atentado islamista, no hubo reacciones xenófobas, como ocurrió en otros paí­ses”.
Silviu acude periódicamente a terapia. “En la primera, de grupo, una señora contaba que oí­a constantemente su móvil e iba a cogerlo pensando que era su marido. Pero el telíéfono no sonaba y su marido habí­a muerto”. Su terapeuta le recomendó volver a El Pozo. “Fui con mi hija de tres años. Ella me preguntó: ‘Papá, ¿por quíé estamos aquí­?’ Y yo le dije: ‘Aquí­ murió mucha gente’. Ella me preguntó: ‘¿Tú te has muerto aquí­?’ Y no pude aguantar las lágrimas”.

Muchos de los supervivientes del 11-M se sienten culpables: de haber sobrevivido, de no haber ayudado a más gente. Como Silviu, como Araceli Cambronero, que viajaba en los trenes de Atocha: “El psiquiatra me preguntó si me sentí­a viva y le dije que no. Entre otras cosas porque me siento culpable de estar viva y de no haber hecho nada más aquel dí­a que correr”, explica. Araceli llamó a su marido desde la estación tras la explosión. “Le dije que me despidiera de los niños. Pensaba que no salí­a de allí­, que iba a explotar Madrid”.

Mientras, familiares que llamaban a los móviles que tronaban en la improvisada morgue del Ifema repiten un pensamiento similar: que la vida, de alguna manera, tambiíén terminó para ellos aquel 11 de marzo. Algunos han convertido las habitaciones vací­as en altares; otros han escondido todas las fotografí­as. Algunos han hecho del recuerdo de sus seres queridos y el apoyo mutuo una misión que ocupa cada minuto de sus vidas. Otros, como los padres de Laura, en coma vegetativo desde aquella mañana de marzo, han pedido a los especialistas del Ministerio del Interior que hacen seguimiento de las ví­ctimas que no les llamen más, y cada dí­a, en la intimidad -violada solo una vez por un periódico que se coló en el hospital para robar una foto de Laura-, van a ver a su hija. La última vez que la oyeron hablar fue hace 10 años. Ella tení­a entonces 26.

Josíé Luis Sánchez, viudo de Marion, lamenta no haber tenido tiempo de despedirse. “Ella se levantó antes de la cuenta esa mañana. Yo estaba en la ducha y le pedí­ que esperara a que saliera, pero no me esperó”. Antes no creí­a en esas cosas, explica, pero ahora está convencido de que su mujer ya no está con íél “por el destino”. Por eso y porque un grupo de terroristas quiso “emular” en Madrid el 11-S. No quiere darle más vueltas. "Si no, no vives".

“Hace una díécada del atentado, pero para nosotros el reloj se paró aquel dí­a. Todos los dí­as son 11 de marzo”, explica Juan Benito, padre de Rodolfo, que tení­a 27 años cuando murió en los trenes. “Los aniversarios son igual de duros que cualquier otro dí­a. Igual de duros que los cumpleaños, las navidades, las vacaciones, que el dí­a que terminó la carrera, que cuando ves a un chico joven que se casa...Todo te trae el recuerdo de lo que pudo ser y no fue”.

Benito ha convertido el recuerdo de su hijo, ingeniero industrial, en una hermosa idea: la Fundación Rodolfo Benito Samaniego, que entre otras actividades, entrega, con la ayuda del colegio de ingenieros, un premio a la innovación tecnológica al mejor proyecto fin de carrera a estudiantes brillantes, como lo habí­a sido Rodolfo. “ Aquella mañana iba en el tren a trabajar. Me lo imagino, con su cartera, con sus libros... estudiando en el tren. Su deseo era dedicarse a la enseñanza”, recuerda su padre. La fundación entrega tambiíén un premio a los valores que Rodolfo defendí­a: la tolerancia, la convivencia. El último premiado ha sido el Padre íngel.

“Todos los dí­as aprendes cosas. Tambiíén que para algunos la memoria es más frágil. Lógicamente es así­: la gente tiene sus obligaciones, sus problemas y no se puede pretender que lo que a ti te afecta sea el dí­a a dí­a de los demás. La vida ha continuado para todo el mundo, pero para nosotros de una forma diferente, porque nosotros seguimos anclados en el 11 de marzo de 2004”, explica Benito.

Diez años despuíés , muchos viven cada dí­a una extenuante batalla para no venirse abajo. A algunos les cuesta hablar del 11-M. Otros, como Silviu, lo hacen con profusión de detalles, para que no los coma por dentro. “Conozco a una chica rumana herida en el atentado. Era guapí­sima, un bombón. Ahora la ves y parece una anciana. Apenas habla del tema. De hecho, apenas habla”.

El perfil de las ví­ctimas, según Interior, es el siguiente: la mayorí­a eran “clase media-trabajadora que se dirigí­a a sus lugares de trabajo.Estudiantes”.El 78% tení­a entre 36 y 65 años; el 17% entre 21 y 35. El 34% eran inmigrantes de 34 nacionalidades, como Silviu, rumano, que vino a España buscando una vida mejor y casi la pierde. Yolanda sobrevivió, pero perdió en los trenes a su marido, Wieslaw y a su bebíé, Patricia, de siete meses. Eran polacos. Cristina Mora Palomo logró salvar dos vidas aquel 11 de marzo: la suya y la de su hija, Arantxa, que el próximo 24 de mayo cumplirá diez años.