La especulación sobre margen produce una agonía similar. Usted compra alguna acción, tomando prestado un cierto porcentaje del precio de su agente de bolsa. El porcentaje aceptable es determinado según regulaciones de gobierno, reglas de bolsa, y la política de corretaje individual. La acción queda en manos del agente como garantía para el príéstamo. Si bajan los precios de cotización de la acción, su valor como garantía, obviamente, tambiíén baja. Esto puede hacer que automáticamente se viole una de las normas sobre porcentajes del margen. A continuación, recibirá la temida "llamada de margen", una amistosa y sensata comunicación en la que su agente le ofrece dos opciones difíciles: Invertir más dinero para cubrir la diferencia, o vender. Usted está sustancialmente en la misma posición que el jugador de póker. Si no está dispuesto a abandonar parte de su inversión, entonces debe invertir más dinero en el negocio. La voluntad para abandonar suele ser la mejor salida. Si no puede cultivar esta fuerza de voluntad en si mismo, para abandonar cuando sea necesario, la especulación de cualquier tipo podría ser difícil para usted, y la especulación sobre margen podría ser desastrosa.
El tercer obstáculo para la aplicación del Tercer Axioma la es la dificultad de admitir que estaba equivocado. Las personas difieren ampliamente en las formas en que reaccionan a este problema. Algunos encuentran que es sólo una molestia menor. Otras encuentran que es el mayor obstáculo de todos. Las mujeres tienden a superarlo más fácilmente que los hombres, y las personas de edad avanzada lo hacen con más facilidad que los jóvenes. No tengo idea de por quíé esto es así, y tampoco nadie, incluidos los que dicen que lo hacen. Vamos a dejarlo en esto: Es un gran obstáculo para muchos. Si siente que se cruzará en su camino, debe explorar y buscar la manera de manejarlo. Si hace una inversión, y esta resulta mala, sabe que debe salir. Sin embargo, para salir, debe admitir que ha cometido un error.
Debe admitirlo ante su agente o banquero o quienquiera que se trate, tal vez su cónyuge u otros miembros de la familia y, por lo general lo peor de todo, ante usted mismo. Tiene que colocarse delante de un espejo, mirarse a los ojos, y decir, "¡me equivoquíé!". Para algunos, esto es increíblemente doloroso. El típico perdedor intenta evitar el dolor y, en consecuencia, muchas veces queda atrapado en malas inversiones. Si compra algo cuyo precio comienza a bajar, mantiene la esperanza de que los futuros eventos reivindiquen su juicio. "Esta caída de los precios es sólo temporal", se dice a sí mismo y tal vez incluso se lo cree. "Yo tuve razón al entrar en esta operación. Sería tonto vender sólo por algún momento de mala suerte inicial. Voy a esperar, ¡el tiempo mostrará lo listo que soy!" Así protege su ego. Ha eludido la necesidad de decir que estaba equivocado. í‰l se cree inteligente. Su libreta de ahorros registrará la verdad, pese a todo. Algunos años despuíés, tal vez, la inversión alcance de nuevo el precio al que la compró o incluso superior y, entonces se sentirá reivindicado. "¡Yo siempre tuve la razón!" Exclamará regocijado. Sin embargo, ¿la tenía? Durante todos esos años, su dinero estaba estancado, pudiendo haber estado trabajando. Podría haberse duplicado. En cambio, está casi donde estaba al comienzo de este triste episodio. Negarse a admitir que están equivocados es la respuesta de todos ellos.
Fragmento de “Los Axiomas de Zurichâ€