Por… Ian Vásquez
Hace unos días se anunció a travíés del Banco Mundial que el tamaño de la economía china sobrepasará el de la estadounidense este año. Los cálculos nuevos, basados en la paridad de poder adquisitivo, pueden dar una impresión exagerada de la potencia económica de China, pues la misma metodología muestra que, en tíérminos de ingreso per cápita, EE.UU. todavía le lleva cien años de ventaja a China (el ingreso per cápita de China es US$9.800, alrededor del ingreso estadounidense en 1912). Esto sin considerar los defectos institucionales y políticos que, si no se corrigen, serán problemas cada vez mayores para el desarrollo de esa nación.
No obstante, no hay duda alguna de que el crecimiento fenomenal de China ha ayudado a desplazar el eje de la economía mundial hacia Asia, y que su experiencia ofrece lecciones para cualquier país en desarrollo.
Desde que China inició sus reformas a finales de los setenta tras la muerte de Mao, tanto la escala como la rapidez del desarrollo del país ha sido iníédito en la historia mundial. El crecimiento anual ha promediado 9,9% desde 1980. Ha levantado a más de 600 millones de personas de la pobreza, reduciendo su tasa de pobreza extrema de 84% a 10%. Los chinos han vivido grandes cambios sociales durante este período, tales como la migración masiva a las ciudades, el crecimiento de la clase media, el acceso a educación superior y mejoras en numerosos indicadores sociales.
En su libro reciente sobre la transformación de China en un país capitalista, el premio Nobel de Economía Ronald Coase y Ning Wang describen cómo, a pesar de medidas oficiales para incentivar las empresas estatales y revitalizar el socialismo, las grandes reformas que transformaron a China no fueron iniciadas por el gobierno en Beijing. El cambio sucedió en un proceso desde abajo para arriba y abarcó cuatro áreas: la agricultura privada; empresas rurales a nivel de aldeas y municipios; empresas privadas urbanas; y zonas económicas especiales.
Despuíés del fracaso del colectivismo en el campo, experimento en el que murieron unos 40 millones de chinos por hambruna, los granjeros en algunas partes del país empezaron a plantar y cosechar por cuenta propia y de manera ilegal. El íéxito de esta práctica fue tan notable que Beijing lo permitió en todo el país. Es así que las otras “revoluciones marginales†tambiíén se permitieron y luego se promovieron siempre y cuando no amenazaran al sector estatal o al poder político del Partido Comunista. Las empresas en el sector rural operaban como empresas privadas, fuera de la planificación central, y pronto lograron una productividad más alta que el sector estatal. Cosa semejante ocurrió en las ciudades una vez que se permitió la empresa privada allí. Las famosas zonas económicas especiales empezaron cuando la provincia en la frontera con Hong Kong convenció a Beijing de copiar en buena medida el sistema económico de esa isla en una parte de su territorio.
El auge de China se debe a que ha sido un gran laboratorio de experimentos económicos en el que, según Coase y Wang, “el conocimiento de todo tipo ha sido creado, descubierto, y difundido rápidamenteâ€. Según los autores, es un error pensar que el autoritarismo combinado con una economía libre es el modelo a seguir porque lo que le hace falta a China es un libre mercado de ideas, necesario no solo para que funcione una democracia sino tambiíén para mejorar la economía. El flujo de ideas es importante para la política y para sectores de la economía todavía reprimidos, como es el caso de las telecomunicaciones, las finanzas o el campo, donde los derechos de propiedad no se respetan. Solamente despuíés de eliminar esa represión al intercambio de información e ideas podrá China llegar a los niveles de prosperidad de los países más ricos del mundo.
Suerte en sus inversiones…