Por. .. ALBERTO SALCEDO RAMOS
Mi madre me contó esta historia cuando yo era niño:
En cierta ocasión se secó el río más caudaloso del mundo. Varios líderes sugirieron aprovechar la cuenca vacía para crear un río de leche que aplacara el hambre de los más necesitados.
Los colaboradores voluntarios debían ir a las márgenes del zanjón reseco. Debían llevar –se les advirtió– un recipiente lleno de leche. Antes de arrojar el líquido en la cuenca tendrían que taparse el rostro. Una vez hubieran hecho su donación podrían retirarse la venda de los ojos. La idea era que cuando finalmente vieran el generoso río que habían creado estallaran en júbilo.
Todo transcurrió según lo acordado. Pero cuando los donantes se descubrieron los ojos se hallaron frente a un simple río de agua.
Recuerdo que cuando mi madre terminó le dije que no entendía nada.
-- ¿Por quíé crees que el río no resultó de leche sino de agua? –me preguntó.
-- No síé. ¿Llevaron agua en vez de leche?
-- Exactamente. ¿Sabes por quíé?
-- Porque eran malos.
En este punto me parece haber visto en el rostro de mi madre una sonrisa compasiva.
-- Puede ser –me dijo–. O quizá pensaron que como el grupo garantizaría que el río fuera de leche, cada uno podía desentenderse individualmente de su responsabilidad. Pero esos cálculos, ya lo ves, nunca resultan bien.