Por... DAVID ERNESTO SANTOS
La historia parece un mal chiste pero ocurrió en un pueblo costero de Míéxico. El pasado 7 de junio, en medio de un mitin político, el candidato a alcalde Hilario Ramírez Villanueva levantó risas y aplausos cuando reconoció que íél, como funcionario público "había robado, pero poquito", porque su zona era tan pobre que no daba para más. "Me han criticado porque me gusta mucho el dinero pero, ¿a quiíén no le gusta?... ¿Que le robíé a la Presidencia? Sí le robíé, pero poquito porque está muy pobre", dijo Ramírez.
En medio del pequeño escándalo que generó la frase, el político aumentó su popularidad en cuestión de días y finalmente, cuando los ciudadanos del pueblo de San Blas acudieron a las urnas, fue elegido como su nuevo gobernante con más del 40 por ciento de los votos. Las declaraciones de corrupción no hicieron mella en la decisión electoral.
La historia es mexicana pero podríamos ubicarla en cualquier municipio latinoamericano. La corrupción se pasea tan campante por la cotidianidad política del continente que cuando sale a relucir de forma oficial a muchos, más que indignación, les genera risas de picardía. Que un político suba al poder con la única intención de llenar sus bolsillos es más frecuente a que lo haga con pretensiones loables.
Aunque es evidente que en los últimos años la vigilancia sobre los funcionarios ha crecido, tanto los ciudadanos como los organismos de control parecen ser más incisivos en las capitales. Con una profunda tradición centralista del poder, las poblaciones rurales quedan desprotegidas frente a los corruptos.
De la misma manera que en San Blas, Míéxico, un candidato se vanagloria por robar "poquito", en departamentos nuestros como Chocó, Guajira y, recientemente Casanare, vemos a una íélite gubernamental incapaz de estar a la altura de sus responsabilidades. Que una capital como Quibdó no tenga carreteras o que Yopal lleve tres años sin agua es un conjuro solo posible mediante el robo sistemático de los dineros públicos.
Una alta responsabilidad de este círculo vicioso recae en la idea cultural de que la corrupción es picardía latina. Por eso, mientras sigamos riendo con declaraciones como las de Ramírez Villanueva, no hay forma de detener el robo monetario que finalmente es el desangre del país.