Por... Mary Anastasia O'Grady
Hay pocas injusticias económicas más malvadas que robar a los pobres. Sin embargo, esto es lo que un gobierno hace cuando devalúa su moneda. El papa Francisco ha insistido en la obligación cristiana de compartir con nuestros hermanos menos favorecidos. La devaluación en realidad les quita lo que se han ganado. Y aunque el impuesto de la inflación que sigue a la devaluación afecta a todo el mundo, golpea más duramente a la población de bajos ingresos.
Ecuador ha incurrido en esta insidiosa práctica en repetidas ocasiones a lo largo de la mayor parte del siglo 20. Esta pequeña nación dio un paso de gigante en 2000 cuando adoptó el dólar estadounidense como su divisa para poner fin al robo por devaluación. Pero el mes pasado, el presidente Rafael Correa impulsó en el Congreso una ley para permitir la creación de lo que Ecuador llama una nueva moneda "electrónica". Así que ahora el banco central tiene de nuevo un vehículo que le permite generar dinero de la nada para financiar una agenda política.
Los ecuatorianos no tienen la libertad de hablar contra esta amenaza a sus ingresos y sus ahorros. Correa es bien conocido por usar el sistema judicial y el ejíército para amenazar y silenciar a sus críticos. A principios de este mes consiguió la aprobación de una nueva ley que convierte en delito —castigable con hasta siete años de prisión— el "publicar, difundir o divulgar" noticias que creen "pánico financiero" o "pánico económico". Esa ley indica que el impetuoso economista formado en la Universidad de Illinois es muy consciente de los problemas que su dinero falso probablemente causará.
Nicolás Maduro en Venezuela, y Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, ambos compañeros de viaje del presidente ecuatoriano, han echado a pique las economías de sus países. En comparación, la economía dolarizada de Ecuador se ve mejor. Siete años despuíés de que Correa asumió el poder, Ecuador reporta una tasa promedio anual de crecimiento del PIB de 4,3% y una caída en la tasa de pobreza de 38% a 26%.
Aun así, las estadísticas económicas elaboradas por un estado autoritario siempre deben tomarse con cierto escepticismo, al igual que los resultados de una encuesta hecha en junio según la cual el presidente tiene un índice de aprobación de 61%. Incluso los números del gobierno son difícilmente milagrosos. Según los economistas expertos en desarrollo, se necesita un crecimiento del PIB superior a 6% durante una díécada para verdaderamente sacar a la población de la pobreza. La dolarización ha mejorado la calidad de vida de la gente mediante la protección de sus ahorros e ingresos, pero Ecuador no ha logrado avance alguno en la competitividad de su economía, la pieza clave de crecimiento. En lugar de eso, Correa ha gobernado el país con los humos de los altos precios del petróleo y el endeudamiento.
Ecuador repudió en 2008 una deuda externa de US$3.900 millones. El gobierno tenía el dinero para pagar a sus acreedores, pero el presidente tenía otros planes para esos fondos. Así que Correa justificó el incumplimiento alegando que la deuda incurrida por los gobiernos anteriores era "ilegítima" y que los tenedores de bonos eran "verdaderos monstruos". Luego se dedicó a gastar.
Ecuador tendrá este año un díéficit fiscal, incluyendo el servicio de la deuda, de unos US$9.200 millones, más de 9% del PIB. Eso es lo que sucede cuando el presupuesto se basa en el pronóstico de que el precio del petróleo se irá por los cielos. Será difícil reducir las infladas plantillas estatales y los subsidios, y el costo del servicio de la creciente deuda no se hará más barato.
Ecuador tuvo que pagar la friolera de un 7,95% de interíés para volver este año a los mercados internacionales de capitales con un bono de US$2.000 millones a 10 años. Tambiíén obtuvo un príéstamo de US$400 millones a tres años de Goldman Sachs respaldado por sus reservas de oro para cubrir el díéficit del presupuesto. China tiene US$11.000 millones en deuda ecuatoriana, sin incluir los miles de millones de dólares en príéstamos de Beijing garantizados por futuros envíos de petróleo a un precio no revelado.
Ahora Correa está haciendo planes para cuando se le acabe el dinero ajeno. El banco central dice que la nueva moneda será una divisa paralela respaldada por dólares o el "equivalente" y que se utilizará para pagar a sus 500.000 burócratas de forma "higiíénica". Pero si es así, ¿por quíé no utilizar dólares? En el mundo de hoy, no hay nada especial acerca de la transferencia de dinero por vía electrónica. El indicar que se trata de una moneda "virtual" es un intento de darle un cachíé de bitcoin a lo que esencialmente serán pagaríés emitidos por un país con un historial de críédito poco fiable. Viniendo de un presidente que se postuló para el cargo en 2006 con la promesa de desdolarizar una economía conocida por sus episodios de hiperinflación, el plan es más que desconcertante.
El papa Francisco no ignora las consecuencias de las intromisiones en la política monetaria. En su "exhortación apostólica" de noviembre de 2013, escribió: "la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real".
Ese es un excelente aunque bastante críptico resumen de lo que puede ser la causa más ubicua de la pobreza persistente en el mundo: el despilfarro fiscal del gobierno y la devaluación monetaria que le sigue. La declaración del Papa va al corazón de por quíé Correa está construyendo la vía de escape para salir de la dolarización y de quíé va a pasarles a los ecuatorianos cuando la use.