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Autor Tema: DEMONOLOGíA Y MAGIA ECLESIíSTICA  (Leído 564 veces)

Scientia

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DEMONOLOGíA Y MAGIA ECLESIíSTICA
« en: Septiembre 15, 2014, 07:22:53 pm »
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1 Parte
DEMONOLOGíA Y MAGIA ECLESIíSTICA
En la famosa obra de Bodin La Demonomanie; ou traitíé des Sorciers (Parí­s, 1587) se
relata una espeluznante historia acerca de Catalina de Míédicis. El autor era un
ilustre escritor, quien durante veinticinco años estuvo coleccionando documentos
autíénticos, sacados de los archivos de las más importantes ciudades de Francia,
para escribir una obra completa acerca de la hechicerí­a y el poder de “los demonios”.
Semejante libro presenta, según la gráfica expresión de Eliphas Líévi, la más notable
colección que darse puede acerca de “los hechos más sangrientos y espantosos, los más
repugnantes actos de superstición, los encarcelamientos y ejecuciones capitales de más
estúpida ferocidad”.
–¡Quememos a todo el mundo! –parecí­a decir la Inquisición –Dios distinguirá
fácilmente a los suyos.
Locos infelices, mujeres histíéricas e idiotas, eran quemadas vivas, sin compasión
alguna, por el crimen de “magia”. Pero al mismo tiempo, ¡cuántos y cuán grandes
criminales no escaparon a esta injusta y sanguinaria justicia! Esto es lo que nos hace
apreciar perfectamente Bodin.
Catalina de Míédicis, la piadosí­sima cristiana que tan meritoria se habí­a hecho a los
ojos de la Iglesia de Cristo por la horrenda e inolvidable carnicerí­a de San Bartolomíé; la
reina Catalina, decimos, tení­a a su servicio un sacerdote apóstata jacobino. Sumamente
versado en el “negro arte” tan patrocinado siempre por la familia de los Míédicis, se
habí­a hecho acreedor a la gratitud y protección de su piadosa señora, merced a su
destreza sin igual en matar las gentes a distancia y sin responsabilidad, torturando por
medio de varios hechizos a sus figuras de cera. El proceso ha sido descrito repetidas
veces y apenas necesitamos repetirlo.Carlos estaba en cama, atacado de incurable dolencia. La reina madre, que con la
muerte del paciente iba a perderlo todo, recurrió a la necromancia y quiso consultar el
oráculo de la “cabeza sangrienta”. Esta operación infernal requerí­a la decapitación de un
niño que debí­a poseer una gran hermosura y pureza. Dicho niño habí­a sido preparado
para su primera comunión por el capellán de Palacio, el cual estaba enterado del infame
proyecto, Llegado el dí­a señalado para la ejecución de íéste, y en punto de la media
noche, en el aposento del enfermo y en presencia únicamente de Catalina y de unos
cuantos de sus confederados, se celebró la “misa del diablo”. Permí­tasenos citar el resto
de la historia tal y como la encontramos en una de las obras de Líévi: “En esta misa,
celebrada ante la imagen del demonio teniendo bajo sus pies una cruz invertida, el
hechicero–sacerdote consagraba dos hostias, negra y grande la una, blanca y pequeña la
otra. Esta se dió al niño, al cual conducí­an vestido de blanco como para el bautismo, y aquien mataron en las mismas gradas del altar inmediatamente despuíés de su comunión.
La cabeza, separada de un solo golpe del tronco, fue colocada, aún palpitante, sobre la
gran hostia negra que cubrí­a a la patena, y luego fue dejada encima de una mesa, en la
cual ardí­an algunas lámparas fúnebres. Comenzó entonces el exorcismo. El demonio
tení­a que pronunciar un oráculo y contestar por mediación de la cabeza cortada a una
pregunta secreta que el rey no se atreví­a a pronunciar en alta voz y que no habí­a sido
comunicada a nadie… En aquel momento, una voz díébil, una extraña voz que nada
tení­a ya de humana, se dejó oí­r en la cabeza del infeliz y pequeño mártir…” Pero de
nada sirvió semejante crimen de hechicerí­a, porque el rey murió y… ¡Catalina de
Míédicis continuó siendo la fiel hija de Roma! Y es lo notable, que el escritor católico
Des Mousseaux, que en su Demonologí­a usa con tan excesiva libertad los materiales de
la obra de Bodin para formular su formidable acusación contra “los espiritistas y otros
hechiceros”, haya pasado cuidadosamente por alto tan interesante episodio. Es tambiíén un hecho bien probado que el Papa Silvestre II fue acusado públicamente
por el cardenal Benno de encantador y hechicero. La “cabeza oracular” de bronce
fabricada por Su Santidad, era de la misma especie que la construida por Alberto
Magno, que fue hecha pedazos por Tomás de Aquino, no porque fuese obra del
demonio o por íél estuviese habitada, sino porque el espí­ritu que estaba encerrado en
ella por la fuerza magníética, hablaba sin parar como una taravilla, y su charla continua
impedí­a al elocuente santo el trabajar en sus problemas filosóficos. Semejantes cabezas
y hasta estatuas parlantes completas, solemnes trofeos de la ciencia mágica de monjes
y obispos, eran meros “facsí­miles” de los dioses “animados” de los antiguos templos. La
acusación contra el Papa resultó cierta en aquella íépoca, y se le probó tambiíén que
estaba acompañado constantemente de “demonios” o “espí­ritus”. En el capí­tulo
anterior hemos ' mencionado a Benedicto IX, a Juan XX y a los Gregorios VI y VII, todos
los cuales eran conocidos como magos. Este último Papa era, además, el famoso
Hildebrando, del cual se ha dicho que era tan diestro “en hacer salir rayos de la
bocamanga de su vestido”, que ello dió motivo al respetable escritor espiritista Mr.
Howitt, para creer que era tal el origen del cíélebre “rayo del Vaticano”. En cuanto a las hazañas mágicas del obispo de Ratisbona y del “angíélico” doctor
Tomás de Aquino, son demasiado conocidas para relatarlas de nuevo. Si el prelado
católico era tan hábil para hacer creer a las gentes durante una cruda noche de invierno
que estaban gozando de las delicias de un esplíéndido dí­a de verano, y que los
carámbanos pendientes de las ramas de los árboles del jardí­n eran otros tantos frutos
tropicales, tambiíén los magos de la India, aun hoy mismo, y sin necesidad de dios ni
diablo alguno fuera de su conocimiento de leyes no conocidas de la Naturaleza, pueden
poner en juego ante su asombrado público semejantes poderes biológicos, pues que
todos estos pretendidos “milagros”, son producidos por un mismo y dormido poder
humano que nos es inherente a todos, cifrándose sólo el problema en saber
desarrollarlos.
Durante lo íépoca de la Reforma el estudio de la magia y de la alquimia habí­a
adquirido tal preponderancia entre el clero, que dió lugar a los mayores escándalos. El cardenal Wolsey fue acusado públicamente ante el Tribunal y el Consejo privado, de
complicidad con un hombre llamado Wood, conocidí­simo como hechicero, y el cual
declaró: “Mi señor, el cardenal, posee un anillo de tal virtud que cualquier cosa que desea
de la gracia de los reyes le es concedida…”, añadiendo: “Maese Cromwell, cuando serví­a
como criado en casa de mi señor el cardenal…, leí­a muchos de sus libros y especialmente
el llamado Libro de Salomón, y estudiaba las virtudes que, según el canon del rey, poseen
los metales todos”. Este caso, juntamente con otros igualmente curiosos, pueden verse
entre los papeles de Cromwell, en la oficina de Archivos de la Casa de Documentos
públicos.
En dicho Archivo se conserva asimismo una relación de las aventuras de cierto
sacerdote llamado William Stapleton, que fue preso como conjurado durante el
reinado de Enrique VIII El sacerdote siciliano a quien Benvenuto Cellini llama
nigromántico, se hizo famoso por sus afortunadas conjuraciones en las que no fue
molestado jamás. La notable aventura que con íél tuvo Cellini en el Coliseo de Roma, en
donde el sacerdote conjuró a una legión entera de diablos, es harto conocida del
público ilustrado. Por supuesto que el subsiguiente encuentro de Cellini con su amiga,
predicho y anunciado con todos sus detalles por el conjurador, en el tiempo preciso
fijado por íél, será considerado siempre por los frí­volos y los escíépticos como una “mera
y curiosa coincidencia”.