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Autor Tema: En Haití­, el gobierno es donde uno va a hacerse rico...  (Leído 143 veces)

OCIN

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En Haití­, el gobierno es donde uno va a hacerse rico...
« en: Diciembre 17, 2014, 12:30:24 pm »
Por...  Mary Anastasia O'Grady




Puerto Prí­ncipe, Haití­â€” En una mañana de domingo, mujeres cargando paquetes, canastas y baldes sobre sus cabezas subí­an las empinadas y serpenteantes calles de Ciudad Píétion, el suburbio más deseable de la capital. Es un inicio duro para el dí­a del Señor, pero aquellos que viven o trabajan en este barrio están entre los afortunados. Han escapado de la extrema pobreza que define la vida en la mayor parte del resto del paí­s.

Me encontraba en Haití­ para ponerme al dí­a con lo que pasa aquí­. El lunes, en el centro de la ciudad, fui rodeada por mendigos mientras me dirigí­a a la misa del 8 de diciembre en la iglesia de la Inmaculada Concepción, detrás de las verjas del Hospital General. La mayorí­a de los mendigos eran mujeres, acompañadas de niños medio desnudos y cargando bebíés.

Casi habí­a cruzado la multitud cuando sentí­ una pequeña mano tirando de mi vestido. Un niño de pelo crespo de no más de 4 años, vistiendo una camisa tipo polo hecha jirones y sin pantalones, me miraba mientras extendí­a su mano.

Casi 25 años despuíés del celebrado lanzamiento de una nueva “democracia”, tras la caí­da del dictador Jean-Claude “Baby Doc” Duvalier, el Producto Interno Bruto per cápita de Haití­ es de apenas US$800 al año. El terremoto de 7 grados que azotó al paí­s en 2010 destruyó buena parte de esta ciudad y muy poco se ha reconstruido. Los extensos barrios marginales, muchos de los cuales existí­an antes del sismo, parecen basureros más que zonas residenciales. Incluso para aquellos que logran evitar la desesperación del niño que conocí­, la vida diaria aquí­ es, en palabras de Thomas Hobbes, en su mayor parte “desagradable, brutal y corta”. Esto se lo debemos a los polí­ticos.

Los partidos de oposición y sus simpatizantes han marchado por las calles de la ciudad en las últimas semanas exigiendo la renuncia del presidente Michel Martelly. Lo acusan de violar la constitución en su intento por obtener más poder y copando el consejo electoral con sus partidarios. No todos están apoyando una transición pací­fica. Algunos han quemado neumáticos y han tratado de incitar a la violencia. A principios de este mes, los opositores del presidente llevaron carteles con la imagen del presidente ruso, Vladimir Putin.

El sábado por la noche, el primer ministro (y aliado del presidente) Laurent Lamothe finalmente renunció, allanando el camino para un nuevo gobierno y para organizar elecciones legislativas y locales, las primeras desde 2011. Según el presidente, la renuncia de Lamothe es “un sacrificio” dirigido a ese fin. Sin embargo, se necesita más compromiso para elegir a un nuevo primer ministro y no se sabe si alguna de las dos partes, y especialmente los populistas de extrema izquierda del Partido Lavalas, del ex presidente Jean-Bertrand Aristide, está dispuesta a hacerlo. La polí­tica haitiana es un juego en el que el ganador se lleva todo.

Los haitianos entienden que el gobierno es donde uno va a hacerse rico. Martelly y Lamothe podrí­an haber usado sus cargos para favorecer a sus amigos y a sí­ mismos, tal como lo creen muchos haitianos. Sin embargo, en una reunión en el Parlamento con senadores de la oposición, la objeción más fuerte que escuchíé no fue que las polí­ticas de Martelly no han generado suficiente crecimiento, sino que no compartió los recursos del gobierno con sus rivales.

La pobreza haitiana no puede ser arreglada con caridad. Necesita el crecimiento del sector privado, lo cual significa que necesita libertad económica y certeza legal. Pero Haití­ es un estado fallido, carente de instituciones, transparencia y el imperio de la ley. Los negocios legales enfrentan obstáculos insalvables, a menos que se tenga amigos en las altas esferas. La clase polí­tica de Haití­ no se ha dado cuenta de esto o no le importa.

Las cosas no siempre fueron tan sombrí­as, como lo sugiere una visita a la ciudad costera de Cabo Haitiano, en el norte del paí­s y lejos del epicentro del terremoto.

En el recorrido desde el aeropuerto, un puente cruza un rí­o sucio y lleno de basura. Un residente de unos 60 años me contó que cuando íél era un niño el rí­o era limpio. En la ciudad, las casas de estilo colonial francíés con balcones y barandillas en su segundo piso adornan sus estrechas calles. Los habitantes aseguran que muchos de los dueños de estas gemas arquitectónicas huyeron del paí­s durante la dictadura de Franí§ois Duvalier y nunca regresaron. Los edificios están deteriorados, al igual que las calles y aceras, pero los fantasmas de su gloria y encanto siguen ahí­. No hay duda que la fuga de cerebros, que continúa actualmente, es una tragedia aún mayor.

“El agua es valiosa”, decí­a un letrero en el baño de mi hotel, implorando a los huíéspedes que limiten su uso. No habí­a una ducha, solamente un tubo de metal que salí­a del muro. La diferencia entre el agua caliente y la frí­a era que la frí­a estaba congelada, mientras que la caliente era simplemente frí­a. El administrador hací­a lo que podí­a para hacer que los huíéspedes se sintieran a gusto. En mi cabeza, contíé los retos que enfrentan los emprendedores en un paí­s casi sin servicios públicos y un gobierno hostil a las ganancias. Es un milagro que existan hoteles.

Al hablar de polí­tica con los haitianos, la mayorí­a dirá que es “una plaga en todas sus casas”. Sólo aquellos que ingresan a la nómina estatal —o que tienen una posibilidad de hacerlo si alguien nuevo llega al poder— creen que las elecciones valen. Para todos los demás, el gobierno es una molestia inevitable en el mejor de los casos y a menudo un depredador.


•... “Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo, poder correr todos los días”...
 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...