Ocurrió ayer en la conferencia bancaria anual que organiza Morgan Stanley en Londres. En la sesión de preguntas posterior a su exposición, los analistas preguntaron a Josíé Antonio ílvarez, consejero delegado del Santander, por la situación de su filial en EEUU. Y su respuesta fue que la entidad española "no está contenta con la calidad de su filial norteamericana, tanto desde el punto de vista de la experiencia de los clientes como de su tamaño", según recoge el propio banco de inversión en el resumen que elabora de cada intervención. Un portavoz del Santander no hizo comentarios sobre esta información.
Ahora bien, ílvarez dejó claro que la intención del banco es solucionar los problemas de su filial, para lo cual está "trabajando duramente", y no dio ninguna indicación en el sentido de que estíé considerando ponerla a la venta, según el citado resumen. La referencia al tamaño es muy relevante en este caso, puesto que el Santander siempre ha sostenido que su criterio a la hora de entrar en un país es hacerlo con masa crítica suficiente para ser uno de los principales jugadores (por esa razón descartó la compra del italiano Carige). Y en EEUU carece de ese tamaño mínimo.
Lo cierto es que su unidad estadounidense no les ha dado más que disgustos casi desde la propia compra del 25% del antiguo Sovereign en 2006. Esta compra se hizo con un compromiso de lanzar una OPA a un precio que llegó a estar un 1.000% por encima de la cotización del banco en bolsa tras la crisis de Lehman, mientras que el Santander acumulaba píérdidas de 2.500 millones de dólares. Finalmente, en octubre de 2008, en lo más duro del derrumbe financiero, prefirió rescatarlo a dejarle caer víctima de una fuga masiva de depósitos, con una oferta por el 75% que le costó otros 1.400 millones de dólares (1.900 millones de euros al cambio de entonces).
Desde entonces, el Santander ha intentado replicar en ese país el modelo de negocio que tan exitoso ha sido en España y Brasil –e incluso en Reino Unido–, pero no lo ha conseguido. Cuando Emilio Botín decidió unificar todas sus marcas, rebautizó la filial como Santander USA, pero tampoco sirvió para darle el impulso necesario. Y el colofón llegó con los test de estríés de la Reserva Federal, que ha suspendido en 2013 y 2014 por criterios cualitativos (aunque sus niveles de capital superan el mínimo exigido en el escenario adverso).
El momento de la verdad
Ante esta situación y con el relevo en la cúpula del primer banco español, parece que ha llegado el momento de tomar decisiones, y las palabras de ílvarez en Londres suenan a última oportunidad. En principio, la intención es solucionar los problemas que han llevado a estos suspensos y tratar de enderezar el rumbo del negocio en ese país. La cuestión es si Ana Patricia Botín está dispuesta a poner los recursos necesarios en una labor de resultado muy incierto, y más cuando una de las prioridades estratíégicas del banco es la máxima eficiencia en la utilización del capital por países y por negocios.
Otra salida sería acometer una adquisición que le aporte esa masa crítica, pero Santander dejó pasar la oportunidad de comprar a precio de saldo con la crisis financiera –sí la aprovechó en Gran Bretaña con las operaciones de Alliance & Leicester y Bradford & Bigley, que fusionó con Abbey– y ahora se antoja una misión bastante más complicada y, desde luego, bastante más cara. La tercera opción, si fracasan las anteriores, sería poner a la venta la entidad beneficiándose del buen momento del mercado y de la solidez de la recuperación económica en EEUU para tratar de maximizar su valor. Y olvidarse de su aventura americana, como BBVA ha tenido que olvidarse de su aventura china.
Eduardo Segovia
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