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Autor Tema: La ciencia de viajar en el tiempo  (Leído 435 veces)

Scientia

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La ciencia de viajar en el tiempo
« en: Abril 14, 2015, 09:52:31 pm »
http://quo.mx/noticias/2013/06/24/la-ciencia-de-viajar-en-el-tiempo


La ciencia de viajar en el tiempo



Cuántas noches no hemos vivido que se pasan volando; siestas de una hora que duran un pestañeo. Sin que el tiempo se sienta transcurrir, viajamos hacia el futuro cercano, hacia la mañana siguiente. Estos viajes perceptivos al futuro resultan muy similares a aquellos que, efectivamente, utilizan la dilatación del tiempo, uno de los fenómenos de la naturaleza más interesantes y sorprendentes descritos en la teorí­a de la relatividad especial.

Durante muchos siglos se consideró al tiempo como un parámetro de medición que no varí­a, que fluye siempre uniformemente. Newton llamó a este parámetro ideal el tiempo absoluto, verdadero y matemático, resaltando el hecho de que no existí­a ningún reloj perfecto que pudiese medirlo sin error alguno. A raí­z de la publicación del famoso artí­culo “Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento” en la revista alemana de fí­sica Annalen der Physik, el joven Albert Einstein, de tan sólo 26 años de edad, dio a conocer la teorí­a de la relatividad especial, que, entre otras cosas, describe cómo el tiempo depende de la velocidad.

Si consideramos dos personas, una en reposo y otra en movimiento, el tiempo corre más lentamente para la persona que se mueve. Este efecto de dilatación se percibe sólo a velocidades altí­simas, cercanas a la velocidad de la luz. La velocidad de la luz es de 300,000 km/s (299,792,458 m/s, para ser exactos), y es una barrera natural, lo cual quiere decir que, en teorí­a, nada puede viajar más rápido. Cuando la materia viaja a velocidades relativistas (comparables con la velocidad de la luz), la dilatación del tiempo se vuelve perceptible, el flujo de tiempo se vuelve más lento hasta el punto en que al llegar a c (velocidad de la luz), el tiempo se detenga por completo. Ya antes, Hendrik Lorentz (1853-1928) y Henri Poincaríé (1854- 1912) habí­an propuesto esta transformación temporal; sin embargo, su trabajo fue tomado como una curiosidad matemática sin ninguna relación con la experiencia cotidiana.

Hacia el futuro

Viajar en el tiempo no es difí­cil, de hecho, todos lo hacemos, pero en una misma dirección: hacia el futuro. La parte interesante de viajar en el tiempo es hacerlo a una velocidad distinta al resto de nuestro universo o en la dirección contraria. Dejando de lado los estados en coma y la suspensión congelada que mantienen el cerebro y el cuerpo en pausa mientras la vida sigue, buscamos la manera de manipular directamente el flujo del tiempo. ¿Es esto posible? Teóricamente, sí­, pero, como todo en la vida, tiene sus limitantes y sus complicaciones. Para viajar en el tiempo utilizando el fenómeno de la dilatación del tiempo tendrí­amos que trasladarnos a una gran velocidad con ayuda de alguna nave y, por lo tanto, recorrer una gran distancia (que podrí­a ser en grandes cí­rculos, como lo hacen las partí­culas en los aceleradores) y quedarnos en esa máquina del tiempo mientras la vida en la Tierra sigue.

Imaginemos que Juan espera en la Tierra mientras su hermana Marí­a viaja en una nave espacial superpotente a la estrella más cercana, Alfa Centauri, localizada a cuatro años luz de distancia (unos 38 mil millones de km). Si la nave viajara a la velocidad de la luz, Marí­a tardarí­a ocho años terrestres en ir y volver, pero como esto es imposible, ya que requerirí­a de una energí­a infinita o de una nave con masa cero, supongamos que viaja a 0.9c, o sea, a 270,000 km/s. A esta velocidad, Juan esperarí­a casi nueve años a que su hermana volviera a la Tierra, mientras que el viaje, según el reloj de Marí­a, habrí­a durado menos de cuatro años. Tanto los relojes de la nave espacial como el biológico de Marí­a correrí­an más lentamente que en la Tierra, esto querrí­a decir que Marí­a regresarí­a cinco años menor a lo previsto.

Dilatar de esta manera el tiempo sucede ya en la práctica, aunque no con naves espaciales, pero sí­ con las partí­culas, las cuales son más fáciles de acelerar. Si un dí­a las naves alcanzan las velocidades relativistas, para los viajeros será una manera de rejuvenecer con respecto a sus familiares que se quedarán en la Tierra. Así­ podemos imaginar que un padre que viajara con la velocidad cercana a la de la luz, al regresar tendrá menos años que su hijo. ¡Si viaja con la velocidad 0.99c durante cuatro años, en la Tierra transcurrirán 28 años mientras tanto!

Viajes relativistas

Pareciera que el problema de los viajes al futuro estarí­a resuelto si pudiíéramos alcanzar velocidades relativistas; entonces, viajar a una estrella medianamente cercana podrí­a hacerse en tiempos de vida humana. Sin embargo, alcanzar una velocidad relativista es mucho más complejo que lo que uno se imagina. En la actualidad, las únicas naves capaces de transportar humanos fuera de la Tierra son los Soyuz de Rusia y en su tiempo los transbordadores de la NASA, los cuales no superan siquiera la órbita terrestre. Se trata de naves mucho más pesadas que las no tripuladas, ya que contienen grandes sistemas y equipo especializado para mantener la vida humana, y combustible necesario para su regreso.

El 90% del peso de estos transbordadores consta de tanques de combustible que se desechan a medida que se van utilizando. Para desplazarse a 3 km/s se necesitan unas 400 toneladas de combustible quí­mico. A esa velocidad, la nave tardarí­a 800,000 años en ir a Alfa Centauri y regresar. Para llegar a los 10 km/s se necesitarí­an unos ¡500 millones de toneladas de combustible quí­mico!, y ni siquiera estarí­amos cerca de alcanzar una velocidad relativista. Mientras más rápido se desee viajar, más  combustible se necesita; para llevar ese combustible se requieren más tanques que aumentan la masa de la nave, pero entre más pesada es la nave más difí­cil es acelerarla, lo cual crea un cí­rculo vicioso.

Según los datos anteriores, se antoja imprescindible un sistema de combustión mucho más eficiente; por ejemplo, uno que utilice la fusión nuclear para aumentar la velocidad de las naves a por lo menos unos 30,000 km/s (0.1c). Sin embargo, se trata de una tecnologí­a que aún hoy no se encuentra disponible. Para lograr una velocidad de unos 270,000 km/s (0.9c) habrí­a que fusionar unas 8,000 toneladas de hidrógeno, mientras que para alcanzar 294,000 km/s (0.98c) se requerirí­an más  de ¡10,000 billones de toneladas de hidrógeno! Una cantidad muy superior a la existente en el planeta.

Soñemos, entonces, con una fuente de energí­a ideal, como la antimateria, cuya producción sólo es posible a pequeña escala en los aceleradores de partí­culas. La antimateria se destruye al entrar en contacto con la materia, transformándose en energí­a pura en forma de rayos gamma. Para viajar una distancia de 10 años luz bastarí­an unas 140 toneladas de antimateria, una energí­a equivalente a la que consume la Tierra en 200 años. Sin embargo, para producir tal volumen de antimateria se necesitarí­a una cantidad de energí­a similar. Además, serí­a preciso aislarla por completo de cualquier tipo de materia, de lo contrario ocurrirí­a una explosión con suficiente fuerza para destruir la Tierra. ¿Estamos ante un sueño?

La flecha del tiempo

Fí­sicamente es posible viajar al futuro, a pesar de las dificultades tecnológicas actuales; sin embargo, invertir la flecha del tiempo y regresar al pasado no se ve como una posibilidad real. Es sencillo reconocer cuando una pelí­cula (digamos, de vaqueros) está siendo proyectada en sentido contrario. Sabemos que las balas no salen de los cuerpos para entrar en los revólveres, que las personas no saltan del suelo para cabalgar hacia atrás, y que los ladrones no regresan el dinero a los bancos. Además  de que las cosas suceden de manera causal, cuando la materia interactúa (cuando la bala sale del revólver) ocurren fuerzas de fricción que producen calor: una forma de energí­a que no se recupera. Las leyes de Newton están dirigidas a los objetos que se mueven sin fricción, como los planetas en el vací­o. Nadie se darí­a cuenta de que una pelí­cula del sistema solar está siendo proyectada en reversa, pues da lo mismo que los planetas giren a la derecha o a la izquierda.

El problema del calor no es tratado en la mecánica clásica ni en la relativista, sino en la termodinámica. La segunda ley de la termodinámica trata sobre la entropí­a, una medida de esa energí­a que se pierde cuando la materia interactúa. Esta es la única ley fí­sica que nos da señales de la dirección del tiempo. La entropí­a es una medida del desorden, y plantea que el universo tiende al desorden por una cuestión de probabilidad. ¿Quíé es más  factible que suceda cuando uno agita una caja llena de piezas de un rompecabezas? Lo más probable es que las piezas no se hayan acomodado perfectamente. No hay ninguna ley que prohí­ba que el dibujo del rompecabezas se acomode sólo al agitar la caja, que una bala entre en un revólver, que las cosas sucedan en sentido contrario, pero la probabilidad de que esto pase es muy baja. No hay duda de que viajar al futuro es posible, ya sea que entremos en estado de coma por muchos años, nos congelen o nos vayamos de viaje y aprovechemos la dilatación del tiempo, pero lo más  interesante serí­a poder regresar y hacer uso de los conocimientos del futuro, como evitar algún tipo de desastre bacteriológico aprovechando las novedades tecnológicas. ¿Es posible?

Inversión del orden

El efecto de dilatar el tiempo puede resultar en que la distancia temporal entre dos sucesos se observe de manera distinta. Si un vaquero dispara su revólver y mata al ladrón, el periodo de tiempo que tarda la bala en su recorrido puede cambiar según la velocidad de los observadores. Sin embargo, la bala siempre saldrá primero de la pistola y luego matará al ladrón. Si el disparo y el impacto están relacionados causalmente, no hay manera de que el impacto sea percibido antes de que el gatillo haya sido accionado. Si una señal luminosa es enviada de la Tierra a Andrómeda, la galaxia más cercana, todos los eventos que sucedan allá antes de que la señal llegue estarán libres de todo efecto provocado por la señal. Se dice que se encuentran fuera del cono de luz de, en este caso, la transmisión. Pero todo lo que suceda despuíés de que llegó la señal se encontrará  dentro de su cono de luz. Sólo dos eventos que no estíén relacionados causalmente podrán registrarse en orden inverso por distintos observadores.

Para que dos eventos relacionados causalmente se observaran en orden inverso tendrí­a que existir alguna partí­cula o tipo de señal que viajara más rápido que la luz. A estas partí­culas hipotíéticas se las ha llamado taquiones. La relatividad no excluye la posibilidad de que existan partí­culas cuya velocidad sea siempre mayor que la de la luz; su tiempo propio probablemente irí­a en sentido contrario y ello permitirí­a comunicarse con el pasado. Los taquiones no han sido detectados, pero su existencia implicarí­a un sinfí­n de paradojas, como la posibilidad de comunicarse con uno mismo para cambiar su vida posterior e, incluso, dispararse a sí­ mismo en un autoinfanticidio. Son más  los motivos lógicos que los fí­sicos los que nos hacen pensar que desplazarse más  rápido que la luz, e ir al pasado, es imposible.

Nuestra percepción cotidiana no es de un tiempo absoluto, sino de uno que transcurre a distintas velocidades según el estado de ánimo y, curiosamente, al contrario de la relatividad, mientras más  distraí­dos u ocupados estamos, más rápido corre; si estamos aburridos el tiempo suele alargarse. Pero la percepción del tiempo tambiíén depende de una visión cultural. En íépocas antiguas, el tiempo era cí­clico y dentro de sus ciclos los acontecimientos importantes debí­an repetirse tal como los equinoccios, los eclipses, la alineación de los planetas... La vida y la muerte eran cí­clicas. En religiones como el hinduismo y el budismo, los ciclos son mucho más largos, de miles de años, al tíérmino de los cuales el mundo se acaba y vuelve a nacer. Para las religiones monoteí­stas, el tiempo es finito ya que fue creado junto con el cielo y para algunas, con el Apocalipsis, habrá de llegar a su fin para no regresar.

El tiempo absoluto estuvo muy acorde con las ideas modernas de historia y progreso: la historia busca en el pasado, mientras que las ideas de progreso miran al futuro como si el tiempo no se detuviese. A pesar de que las teorí­as de Einstein fueron del siglo XX, el tiempo-espacio relativo y todas las curiosidades nunca antes imaginadas, consecuencias de la relatividad y de la fí­sica cuántica, como hoyos negros, materia y energí­a oscura, hoyos de gusano, universo en expansión y espacio curvo, incluyendo la posibilidad de detener el tiempo, se presentan como ideas de la posmodernidad. Si los viajes al pasado se volvieran realidad, nuestra concepción cultural del tiempo probablemente volverí­a a cambiar, tal vez a un tiempo enredado.

 Originalmente publicado en el número de QUO 105 de 2006.