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Autor Tema: EE.UU.: ¿Quíé pensarí­a Franklin D. Roosevelt del debate comercial de hoy?…  (Leído 143 veces)

OCIN

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Por… Daniel R. Pearson




Cuando Franklin Roosevelt se convirtió en presidente a principios de 1933, íél no solo heredó el colapso económico dejado por la anterior administración del Partido Republicano, tambiíén heredó su ahora infame polí­tica comercial. Los anteriores titulares republicanos del Comitíé de Finanzas en el Senado y del Comitíé de Formas y Medios del Congreso, el Senador Reed Smoot de Utah y el Representante Willis Hawley de Oregon, favorecí­an “proteger” la economí­a estadounidense manteniendo fuera bienes producidos en otros paí­ses.

La Ley “Smoot-Hawley” de 1930 fijó los aranceles a las importaciones en los niveles más altos que habí­an tenido en más de 100 años. Otros paí­ses tomaron medidas en retaliación elevando sus aranceles, las importaciones estadounidenses disminuyeron, las exportaciones se hundieron, y el comercio mundial total colapsó. A la Ley Smoot-Hawley generalmente se le atribuye la profundización y el alargamiento de la Gran Depresión. Torpedear el comercio internacional tambiíén demostró no ser una estrategia polí­tica efectiva. Ni Smoot ni Hawley fueron reelectos en la elección de 1932.

Roosevelt se propuso reparar el daño. Su Secretario de Estado, Cordell Hull, promovió de manera activa la aprobación de la Ley de Acuerdos Comerciales Recí­procos de 1934. Esta ley le dio al presidente la autoridad de negociar reducciones de aranceles con otros paí­ses de manera balanceada. El congreso acordó aprobar o rechazar los paquetes de reducciones de aranceles con un voto de mayorí­a simple. La permanencia de Hull en su cargo durante 11 años lo convirtió en el Secretario de Estado más longevo. Tambiíén recibió el Premio Nobel de la Paz en 1945, en gran medida por sus esfuerzos para establecer las Naciones Unidas. La estrategia recí­proca de Hull para reducir los aranceles demostró que la colaboración entre naciones podrí­a conducir a importantes beneficios económicos y polí­ticos. Esto sentó las bases para laliberalización comercial que se darí­a en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial.
El Presidente Truman avanzó el proceso uniíéndose con otras 22 naciones para crear elAcuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT, por sus siglas en inglíés) en 1947. El congreso proveyó al Presidente con la autorización para negociar y el GATT logró tres rondas de reducciones de aranceles —conocidas como la Ronda de Ginebra, la de Annency y la de Torquay— entre 1947 y 1951.

Durante 20 años y desde el margen, los republicanos tuvieron suficiente tiempo para reconsiderar sus posiciones respecto de la polí­tica comercial. Incluso ellos podí­an ver que reducir las barreras comerciales conducí­a a más libertad para que la gente de EE.UU. haga negocios con compradores y vendedores dispuestos en otras partes del mundo. Esta estrategia parecí­a estar funcionando mucho mejor para la economí­a de EE.UU. y la del mundo que el ríégimen de aranceles altos. Francamente, la evidencia empí­rica algunas veces marca la diferencia, incluso para los polí­ticos. Durante las administraciones de los presidentes Eisenhower, la Ronda de Ginebra (1955-1959) de las negociaciones GATT se completó, y se empezó a trabajar en la Ronda de Dillon (1960-1962).

La administración Kennedy concluyó la Ronda de Dillon y luego recibió una nueva concesión de autoridad para negociar aranceles con la Ley de Expansión del Comercio de 1962. Esta autoridad fue utilizada para lanzar la Ronda de Kennedy, que se completó en la administración de Johnson en 1967. En ese momento, las cosas se volvieron más complicadas. Los negociadores estadounidenses habí­an aceptado muchas reducciones de aranceles, pero tambiíén dos cambios no-arancelarios: una modificación a las reglas de valoración de aduanas de EE.UU.; y ajustes a los procedimientos antidumping de EE.UU. Los constituyentes domíésticos se oponí­an a esos cambios. Porque excedí­an la autoridad de negociación de la administración, el congreso simplemente decidió no aprobar la legislación correspondiente.

Los gobiernos que habí­an realizado concesiones a cambio de esas reformas de polí­ticas en EE.UU. no estuvieron contentos. Sin una garantí­a de que el congreso de hecho votarí­a a favor del paquete final, ningún paí­s estaba dispuesto a negociar con EE.UU. Una realidad de la Constitución de EE.UU. es que el presidente tiene la autoridad para negociar con otros paí­ses, pero el congreso regula el comercio exterior. ¿Cómo podí­a superarse esa brecha?
La respuesta fue la Ley de Comercio de 1974, que fue desarrollada con apoyo de ambos partidos y firmada por el Presidente Ford. El Congreso le concedió al presidente cinco años de autoridad para negociar que cubrí­a no solo a los aranceles, sino tambiíén medidas no arancelarias. El Congreso tambiíén acordó votar si o no y sin enmiendas sobre acuerdos negociados en virtud de esa autoridad. Este procedimiento inicialmente fue denominado “ví­a rápida” y más recientemente como “Autoridad de Promoción del Comercio” (TPA, por sus siglas en inglíés).

El Presidente Carter utilizó su autoridad para concluir la Ronda de Tokyo en 1979, y una legislación similar le permitió al Presidente Clinton finalizar el Tratado de Libre Comercio en Amíérica del Norte (TLCAN) en 1993 y la Ronda de Uruguay en 1994. Cinco díécadas de liberalización ayudaron a fortalecer el valor de las exportaciones de mercaderí­as por un factor de más de 300, desde $58.000 millones en 1948 (ajustados para la inflación) hasta llegar a $18.8 billones en 2013.

En algún momento del camino, los grandes electorados dentro del Partido Demócrata parecen haberse cambiado de lado, respondiendo al atractivo canto de sirena de los señores Smoot y Hawley. Los sindicatos y varias organizaciones social demócratas ahora se oponen abiertamente a la TPA que podrí­a permitir que la administración Obama complete el Acuerdo de Asociación Transpací­fico (TPP) con otras 11 naciones, y posiblemente tambiíén la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP, por sus siglas en inglíés) con los 28 miembros de la Unión Europea. Por primera vez desde que Roosevelt inició su cambio hacia una economí­a global más integrada, un presidente podrí­a concluir su administración sin haber tenido alguna vez autoridad para negociar.

¿Quíé pensarí­a el Presidente Roosevelt de que su propio partido abandone su legado de respaldar unos mercados globales más abiertos?
¿Dónde está Cordell Hull cuando lo necesitamos?


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