Por... Luis Humberto Hernández
Antes de los años ochenta del siglo XX si la economía norteamericana era promisoria, países como Colombia se sentían participes de ese provecho, pues se les abría la posibilidad de aumentar sus exportaciones, y de contera aumentar su producción, empleo y bienestar. Tambiíén sucedía, que si le daba tos a esa economía brotaba la bronquitis en la nuestra; entonces, para el mantenimiento de nuestro bienestar, era nuestro deseo que esa economía se mantuviera saludable.
En el momento actual, año 2015, la situación ha cambiado, pues al tiempo que se indica la recuperación de la economía norteamericana se va dando síntomas de malestar en la nuestra, es decir, que la salud de la economía de los Estados Unidos, traducida en la valoración de su moneda el dólar, hunde la nuestra en el enfisema cuyos síntomas se traducen en: la baja en el PIB, disminución en las exportaciones de materias primas como el petróleo, la devaluación del peso ($), díéficit de la balanza comercial y aumento de la deuda. Una circunstancia desatinada.
Meollo del desatino
Cuando uno se informa por los medios económicos que en el mundo se producen y consumen actualmente unos 90 millones de barriles diarios de petróleo, pero que en la bolsa de valores se negocian más de 500 millones diarios no le queda fácil entenderlo, pues no se explica cómo es que se negocie 5.5 veces más petróleo del que se consume; como que se realiza en el mercado más de cinco veces algo que no existe. Un desproporcionado embrollo lógico.
Otros hechos más vitales y cotidianos nos ubican en la misma inentendible situación. En el 2009 se informaba que uno de los más grandes magnates del mundo, Adolf Merckle, se había suicidado debido a las fuertes píérdidas que la crisis financiera global ocasionó en sus finanzas. Al momento del suicidio nuestro protagonista contaba con una fortuna de US$ 9.200 millones pero, como tenía una deuda de US$ 16.000 millones, significaba que en la realidad no tenía nada, pues debía realmente US$ 6.800 millones, que lo llevó a lanzarse al tren de Berlín; al fin de cuentas, era un pobre diablo, tanto o peor que la mayoría de quienes están ahora leyendo su historia. Junto a íél otros magnates de ficción corrieron la misma suerte: Thierry de la Villehuchet, Steven Good, Presidente de Seldon Gook & Co. Eric Von der Porten, al frente de la gestora de fondos estadounidense Leeward Investments. Khartik Rajaram, inversionista independiente, quien mata a su esposa, sus tres hijos y su suegra (Roldán, 2009). Indicativo de que hoy la riqueza nos resulta una ficción y el sistema que la reproduce un despropósito.
Razón del despropósito
No les falta razón a los abuelos quienes consideran que “antes la plata si valíaâ€, seguramente se referían a la íépoca en que el dinero era una mercancía con valor intrínseco, en cuanto se correspondía al valor que tenía el metal referenciado, es decir, que si una onza (31,10 g) de oro tenía un precio de $ 1.200 y se acuñaba una moneda que contenía una onza de oro la moneda acuñada mantenía el valor intrínseco de $ 1.200. Las monedas acuñadas valían su peso en el metal que eran fundidas, el dinero era tangible: ¡duro!
Pero la ampliación del mercado dio origen al llamado dinero signo, integrado por los billetes y monedas, que ya no tienen valor intrínseco, pues su valor se lo otorga la entidad que lo respalda: el Banco Central del país del cual proviene.
Posteriormente el dinero se vuelve más intangible, al convertirse en dinero fiduciario (de fe) fundado en la creencia o confianza entre los sujetos que aceptan la promesa de pago que inspira la autoridad monetaria que lo emite. La situación pone al descubierto el hecho, que el valor del dinero se corresponde realmente con el poder del Estado, es decir, con su razón política.
Un poco de historia precisa lo antedicho. Hasta el siglo XIX aún dominaba en el mundo el dinero mercancía como patrón monetario basado en el oro, de forma que cualquier ciudadano podía ir a un banco a solicitar el cambio del papel moneda que poseía en una cantidad de oro equivalente; la crisis del treinta pone fin a esa convertibilidad. Al finalizar la II guerra mundial los países aliados triunfantes establecen en Bretton Woods un nuevo sistema financiero, según la cual todas las divisas serían convertibles en dólares estadounidenses y solo el dólar estadounidense sería convertible en oro a razón de 35 dólares por onza para los gobiernos extranjeros. En 1971 EE. UU, para paliar la crisis fundamentada en el gasto bíélico que le produce la guerra de Vietnam, entre otros, pone a funcionar la fábrica de billetes verdes sin contar con su respaldo en oro, lo que apura a los Bancos europeos a convertir sus reservas de dólares en oro, generándole inestabilidad al poder de los estadounidenses.
Entonces el presidente Richard Nixon suspende unilateralmente la convertibilidad del dólar en oro y devalúa el dólar. Esa devaluación termina descargándose sobre el resto del mundo, por la necesidad que tienen los países de hacer sus transacciones comerciales y financieras en el mercado mundial en dólares, por los cuales tienen que pagar su uso como se hace por cualquier mercancía; esta vez, producida con solo el esfuerzo y gasto de la imprenta emisora, y la fe puesta en el poder de los EE.UU. En ese orden, la crisis financiera de los EE. UU 2008, es precisamente producto de la danza especulativa de este dinero fácil, a partir del 2001 cuando sus autoridades económicas impulsan una política de bajas tasas de interíés, ofreciendo dinero barato a capitalistas y población en general, que lleva a que crezcan sus deudas notablemente.
Así, las deudas de la población trabajadora estadounidense, que en 1997 equivalían al 66.1% del PIB, llegan en el 2007 al 99.9%, y la del sector financiero pasa del 63.8% del PIB a 113.8% para el mismo periodo. Mientras, la deuda total de la economía norteamericana, que representaba el 255.3% del PIB en 1997, da un salto espectacular diez años despuíés para equivaler al 352.6%. Una situación que se traduce en un desatinado carrusel cuando el sistema bancario y financiero, liberados de las ataduras legales, multiplican los negocios convirtiendo las deudas en títulos comercializables que los lleva a asumir más deuda para comprar más títulos, aprovechando que en cada compra-venta se obtenían jugosos rendimientos por las elevadas tasas de interíés que generaban. La burbuja que se origina eleva a dimensiones colosales el capital ficticio basada en la especulación con los títulos hipotecarios y la guerra financiera, tocando todos los componentes del capital financiero norteamericano y haciendo temblar al mundo.
La salida a la crisis se hace a travíés del Plan de rescate financiero por medio del cual el Estado Norteamericano invierte US$ 700 mil millones de dinero público en la compra a los bancos de sus activos basura, para salvarlos de la quiebra. Un desatino que no castiga ni condena, sino que los favorece a los responsables de la crisis.
La medida tomada, que salva al sistema financiero hunde aún más en el endeudamiento 17.340.039 millones de dólares y díéficit fiscal 964.975 millones de dólares la economía de los Estados Unidos; cuya salida la encuentra en el poder de su moneda. Su actual, pero pasajera, reactivación, muestra un dólar fortalecido frente a las otras monedas del mundo, que deben pagar más altos intereses por las deudas y servicios contraprestados, irónicamente, en una moneda de mala fe.
Suerte en sus inversiones...