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Autor Tema: El actual Desatino Monetario....  (Leído 84 veces)

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El actual Desatino Monetario....
« en: Mayo 27, 2015, 06:38:17 pm »
Por...   Luis Humberto Hernández


Antes de los años ochenta del siglo XX si la economí­a norteamericana era promisoria, paí­ses como Colombia se sentí­an participes de ese provecho, pues se les abrí­a la posibilidad de aumentar sus exportaciones, y de contera aumentar su producción, empleo y bienestar. Tambiíén sucedí­a, que si le daba tos a esa economí­a brotaba la bronquitis en la nuestra; entonces, para el mantenimiento de nuestro bienestar, era nuestro deseo que esa economí­a se mantuviera saludable.
 
En el momento actual, año 2015, la situación ha cambiado, pues al tiempo que se indica la recuperación de la economí­a norteamericana se va dando sí­ntomas de malestar en la nuestra, es decir, que la salud de la economí­a de los Estados Unidos, traducida en la valoración de su moneda el dólar, hunde la nuestra en el enfisema cuyos sí­ntomas se traducen en: la baja en el PIB, disminución en las exportaciones de materias primas como el petróleo, la devaluación del peso ($), díéficit de la balanza comercial y aumento de la deuda. Una circunstancia desatinada.       
 
Meollo del desatino
 
Cuando uno se informa por los medios económicos que en el mundo se producen y consumen actualmente unos 90 millones de barriles diarios de petróleo, pero que en la bolsa de valores se negocian más de 500 millones diarios no le queda fácil entenderlo, pues no se explica cómo es que se negocie 5.5 veces más petróleo del que se consume; como que se realiza en el mercado más de cinco veces algo que no existe. Un desproporcionado embrollo lógico.
 
Otros hechos más vitales y cotidianos nos ubican en la misma inentendible situación. En el 2009 se informaba que uno de los más grandes magnates del mundo, Adolf Merckle, se habí­a suicidado debido a las fuertes píérdidas que la crisis financiera global ocasionó en sus finanzas. Al momento del suicidio nuestro protagonista contaba con una fortuna de US$ 9.200 millones pero, como tení­a una deuda de US$ 16.000 millones, significaba que en la realidad no tení­a nada, pues debí­a realmente US$ 6.800 millones, que lo llevó a lanzarse al tren de Berlí­n; al fin de cuentas, era un pobre diablo, tanto o peor que la mayorí­a de quienes están ahora leyendo su historia. Junto a íél otros magnates de ficción corrieron la misma suerte: Thierry de la Villehuchet, Steven Good, Presidente de Seldon Gook & Co. Eric Von der Porten, al frente de la gestora de fondos estadounidense Leeward Investments.  Khartik Rajaram, inversionista independiente, quien mata a su esposa, sus tres hijos y su suegra  (Roldán, 2009). Indicativo de que hoy la riqueza nos resulta una ficción y el sistema que la reproduce un despropósito.
 
Razón del despropósito
 
No les falta razón a los abuelos quienes consideran que “antes la plata si valí­a”, seguramente se referí­an a la íépoca en que el dinero era una mercancí­a con valor intrí­nseco, en cuanto se correspondí­a al valor que tení­a el metal referenciado, es decir, que si una onza (31,10 g) de oro tení­a un precio de $ 1.200 y se acuñaba una moneda que contení­a una onza de oro la moneda acuñada mantení­a el valor intrí­nseco de $ 1.200. Las monedas acuñadas valí­an su peso en el metal que eran fundidas, el dinero era tangible: ¡duro! 
 
Pero la ampliación del mercado dio origen al llamado dinero signo, integrado por los billetes y monedas, que ya no tienen valor intrí­nseco, pues su valor se lo otorga la entidad que lo respalda: el Banco Central del paí­s del cual proviene.
 
Posteriormente el dinero se vuelve más intangible, al convertirse en dinero fiduciario (de fe) fundado en la creencia o confianza entre los sujetos que aceptan la promesa de pago que inspira la autoridad monetaria que lo emite. La situación pone al descubierto el hecho, que el valor del dinero se corresponde realmente con el poder del Estado, es decir, con su razón polí­tica.
 
Un poco de historia precisa lo antedicho.  Hasta el siglo XIX aún dominaba en el mundo el dinero mercancí­a como patrón monetario basado en el oro, de forma que cualquier ciudadano podí­a ir a un banco a solicitar el cambio del papel moneda que poseí­a en una cantidad de oro equivalente; la crisis del treinta pone fin a esa convertibilidad. Al finalizar la II guerra mundial los paí­ses aliados triunfantes establecen en Bretton Woods un nuevo sistema financiero, según la cual  todas las divisas serí­an convertibles en dólares estadounidenses y solo el dólar estadounidense serí­a convertible en  oro a razón de 35 dólares por onza para los gobiernos extranjeros. En 1971 EE. UU, para paliar la crisis fundamentada en el gasto bíélico que le produce la guerra de Vietnam, entre otros, pone a funcionar la fábrica de billetes verdes sin contar con su respaldo en oro, lo que apura a los Bancos europeos a convertir sus reservas de dólares en oro, generándole inestabilidad al poder de los estadounidenses.
 
Entonces  el presidente Richard Nixon suspende unilateralmente la convertibilidad del dólar en oro y devalúa el dólar. Esa devaluación termina descargándose sobre el resto del mundo, por la necesidad que tienen los paí­ses de hacer sus transacciones comerciales y financieras  en el mercado mundial en dólares, por los cuales tienen que pagar su uso como se hace por cualquier mercancí­a; esta vez, producida con solo el esfuerzo y gasto de la imprenta emisora, y la fe puesta en el poder de los EE.UU. En ese orden, la crisis financiera de los EE. UU 2008, es precisamente producto de la danza especulativa de este dinero fácil, a partir del 2001 cuando sus autoridades económicas impulsan  una polí­tica de bajas tasas de interíés, ofreciendo dinero barato a capitalistas y población en general, que lleva a que crezcan sus deudas notablemente.
 
Así­, las deudas de la población trabajadora estadounidense, que en 1997 equivalí­an al 66.1% del PIB, llegan en el 2007 al 99.9%, y la del sector financiero pasa del 63.8% del PIB a 113.8% para el mismo periodo. Mientras, la deuda total de la economí­a norteamericana, que representaba el 255.3% del PIB en 1997, da un salto espectacular diez años despuíés para equivaler al 352.6%. Una situación que se traduce en un desatinado carrusel cuando el sistema bancario y financiero, liberados de las ataduras legales, multiplican los negocios convirtiendo las deudas en tí­tulos comercializables que los lleva a asumir más deuda para comprar más tí­tulos, aprovechando que en cada compra-venta se obtení­an jugosos rendimientos por las elevadas tasas de interíés que generaban. La burbuja que se origina eleva a dimensiones colosales el capital ficticio basada en la especulación con los tí­tulos hipotecarios y la guerra financiera, tocando todos los componentes del capital financiero norteamericano y haciendo temblar al mundo.
 
La salida a la crisis se hace a travíés del Plan de rescate financiero por medio del cual el Estado Norteamericano invierte US$ 700 mil millones de  dinero público en la compra a los bancos de sus activos basura, para salvarlos de la quiebra. Un desatino que no castiga ni condena, sino que los favorece a los responsables de la crisis.
 
La medida tomada, que salva al sistema financiero hunde aún más en el endeudamiento 17.340.039 millones de dólares y díéficit fiscal  964.975 millones de dólares la economí­a de los Estados Unidos; cuya salida la encuentra en el poder de su moneda. Su actual, pero pasajera, reactivación, muestra un dólar fortalecido frente a las otras monedas del mundo, que deben pagar más altos intereses por las deudas y servicios contraprestados, irónicamente, en una moneda de mala fe.




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