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Como parte de una protesta hacia el nuevo turismo invasivo, ciudades como Barcelona, Berlín, Lisboa y Hong Kong, están empezando a buscar la manera de alejar a los visitantes.
Ciudades como Barcelona, Berlín, Lisboa y Hong Kong, que sólo llegaron a ser importantes destinos turísticos en el último par de díécadas, están empezando a buscar la manera de alejar a los visitantes. No es una cuestión de xenofobia: es una protesta por los cambios en la naturaleza del turismo.
En Barcelona, la alcaldesa de izquierda Ada Colau propone poner un techo a la cantidad de turistas que llegan a la ciudad, que el año pasado fue el 11° destino del mundo en importancia para turistas pernoctantes, ya que atrajo a 7.37 millones de ellos, más de cuatro veces la población de la ciudad. Colau finalmente sólo dispuso una moratoria de un año para el otorgamiento de nuevas licencias de alojamientos para turistas, debido a la oposición del gobierno nacional.
En Lisboa, destino europeo en ascenso que espera recibir 3.6 millones de pernoctantes extranjeros este año (unas 6.5 veces la población estable), a los funcionarios municipales les gusta lo que Colau hizo en Barcelona. Un grupo denominado Aqui Mora Gente (Aquí vive gente) propugna proteger a los vecinos de la invasión de turistas.
En Berlín, que recibió 4.5 millones de pernoctantes extranjeros el año pasado (un millón más que sus habitantes), el sentimiento anti-turístico se ha profundizado con los años. Hubo protestas y algunos clubes nocturnos y bares hacen que los extranjeros se sientan incómodos. Airbnb es ilegal, aunque en la práctica se lo usa con frecuencia.
Entretanto, en Hong Kong, el noveno destino turístico del mundo en importancia, con 8.84 millones de turistas internacionales pernoctantes el año pasado (alrededor de 1.7 millones más que su población), hubo una fuerte reacción contra la avalancha de visitantes de China continental.
¿HOSTILIDAD?
Esta hostilidad se podría atribuir a la relativa falta de experiencia de estas ciudades con el exceso de turistas. Pero ella no puede explicarse solamente como dolores de crecimiento. Hoy día el turismo urbano es tambiíén más invasivo de lo que era. Los “nuevos turistas urbanosâ€, como los llaman los investigadores, no pueden ser enviados a sectores de la ciudad especialmente destinados a ellos y conocidos como “burbujas†o “enclaves†turísticos: miren la catedral de la derecha, vean el palacio de la izquierda, contemplen un poco de arte, coman en un restaurante para turistas, duerman en un hotel y váyanse. Hoy los turistas a menudo buscan experiencias “autíénticas†o “fuera de lo comúnâ€.
“El escenario de urbanidad que buscan a menudo se relaciona con barrios posindustriales o que fueron de clase obreraâ€, escribieron Henning Fueller y Boris Michel en un trabajo de 2014 sobre el turismo en la zona bohemia de Berlín de Kreuzberg, que en 2010 prohibió que se abrieran nuevos albergues juveniles, algo parecido a lo que hizo Colau en Barcelona.
Turcos-alemanes en el barrio de Kreuzberg, Berlín. (Bloomberg)
Sin embargo, una vez que aparecen los turistas, pronto se instala la gentrificación. La causa no es clara pero para los habitantes locales hay una relación evidente entre el número creciente de turistas y los aumentos en el costo de las viviendas y el reemplazo de sus lugares favoritos por cafíés, wine bars y bares caros.
No hay nada que los visitantes puedan hacer para gustarle a los ciudadanos locales, especialmente cuando no hablan el mismo idioma. Lo único que pueden hacer es ser tan discretos y respetuosos como puedan, mientras se sumergen en la vida del lugar. Esto incluye no exhibir la riqueza y gastar tanto como lo harían los locales, con el fin de mantener intacto el ecosistema del barrio.
En otras palabras, los viajeros necesitan comportarse como lo hacen en sus respectivos barrios, como vecinos más que como turistas.