Por… Reníé Baba
«Fue a principios de la primavera de 1750 cuando nació el hijo de Omoro y Binta Kintíé en el pueblo de Djoufforíé, a cuatro días en piragua de la costa de Gambia» (Roots: The saga of an american family (1976) Alex Haley, en español Raíces (1)
Curiosa trayectoria. Curiosa encrucijada. Mientras el africano de Sine Saloum, región natal del autor de Raíces, era extirpado de su tierra por los colonizadores de la «Senegambia» y enviado allende los mares para contribuir a la prosperidad del Nuevo Mundo, los franceses, ingleses, españoles y portugueses en primer lugar, en los siglos XVIII y XIX, y despuíés los libaneses y los sirios, en el siglo XX, eran conducidos al íéxodo bajo presión de la economía.
Un movimiento paralelo… el movimiento negro iba a poblar Amíérica cuando el blanco se sustituía a sí mismo en su continente como intermediario entre colonizadores y colonizados.
52 millones de personas: colonos en busca del sustento, aventureros en busca de fortuna, militares en busca de pacificación, administradores en busca de consideración, misioneros en busca de conversión, todos en busca de promoción, salieron del «Viejo Mundo» en poco más de un siglo (1820-1945) al descubrimiento de nuevos mundos, como lejanos precursores de los trabajadores emigrantes de la íépoca moderna.
Al ritmo de 500.000 expatriados anuales de media durante 40 años, de 1881 a 1920, 28 millones de europeos abandonaron el viejo continente para poblar Amíérica. 20 millones fueron a Estados Unidos y 8 millones a Amíérica Latina, sin contar Oceanía (Australia, Nueva Zelanda), Canadá, el continente negro, el Magreb y el sur de ífrica especialmente, así como los confines de Asia y establecimientos en los enclaves de Hong Kong, Punduchery y Macao. 52 millones de expatriados, es decir, el doble del total de la población extranjera que residía en la Unión Europea a finales del siglo XX, una cifra muy similar a la población francesa.
Principal proveedora demográfica del planeta durante ciento veinte años, Europa consiguió la hazaña de hacer a su imagen y semejanza otros dos continentes, las dos Amíéricas y Oceanía, e imponer la marca de su civilización a Asia y ífrica.
«Dueña del mundo» hasta finales del siglo XX, Europa convirtió el planeta en su campo de tiro permanente, su propia válvula de seguridad, el trampolín de su influencia y su expansión, el vertedero de todos sus males, un drenaje para sus excedentes de población y un presidio ideal para sus alborotadores sin las limitaciones impuestas por la rivalidad intraeuropea por la conquista de las materias primas.
En cinco siglos (del XV al XX) el 40% del mundo habitado estuvo más o menos sometido al yugo colonial europeo. Al tomar el relevo de España y Portugal, iniciadores del movimiento, Gran Bretaña y Francia, las dos principales potencias marítimas de la íépoca, llegaron a poseer, ellas solas, hasta el 85% del dominio colonial mundial y el 70% de los habitantes del planeta a principios del siglo XX. A su paso, Portugal y España saquearon el oro de Sudamíérica, Inglaterra las riquezas de la India y Francia el continente africano.
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* La carga del hombre blanco (en inglíés The White Man’s Burden ) es un poema de Rudyard Kipling que, aunque tiene matices más profundos, su lectura directa se popularizó desde los puntos de vista dominantes en la íépoca (racismo, eurocentrismo e imperialismo) justificando como una noble empresa, una ingrata y altruista obligación (incluso una sagrada misión en el sentido misionero), el dominio del hombre blanco sobre las que definían como «razas inferiores» (N. de T.)
Suerte en sus vidas…