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Autor Tema: Adam Smith, hoy...  (Leído 109 veces)

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Adam Smith, hoy...
« en: Octubre 22, 2015, 09:06:17 am »
Por...  Alberto Benegas Lynch (h)



Hay autores que escriben para el momento en que viven por lo que leí­dos al tiempo sus trabajos carecen de interíés, es lo que tambiíén pasa con los que circunscriben sus escritos a la coyuntura, artí­culos, ensayos y libros que vistos a la distancia no resultan atractivos como no sea para algún eventual registro historiográfico. Con Adam Smith, especialmente en su primer libro de 1795 sobre sentimientos morales y en su obra de 1776 sobre economí­a, sucede que casi todo lo consignado es aplicable a la actualidad.

Al cumplirse doscientos años de la muerte de Adam Smith escribí­ un largo ensayo que hace poco se reprodujo en un libro de mi autorí­a publicado en Venezuela por CEDICE (Centro de Divulgación del Conocimiento Económico, Caracas, 2013) bajo el tí­tulo de El liberal es paciente. En aquíél ensayo que se incluyó como un post-scriptum del referido libro, pretendí­ abarcar lo más relevante de este destacado pensador escocíés, incluso aspectos de su vida que estimíé importantes en conexión a su escarceo intelectual. En esta ocasión, en cambio, me circunscribo a comentar muy brevemente algunos pasajes de sus dos obras mencionadas (para facilitar información al lector indico con las siglas SM su primera obra y con RN la segunda).

“Lo que más rápidamente aprende un gobierno de otro es el de sacar dinero de la gente” (RN). Así­ es, por eso hay que tener cuidado, por ejemplo, de sugerir un nuevo impuesto para reemplazar a los vigentes porque los aparatos estatales agregarán el gravamen a los existentes (esto es lo que ocurrió, por caso, cuando originalmente se propuso el tributo al valor agregado).

“El hombre del sistema […] está generalmente tan enamorado de la belleza de su propio plan de gobierno que considera que no puede sufrir ni las más mí­nima desviación del íél. Apunta a lograr sus objetivos en todas sus partes sin prestar la menor atención a los intereses generales o a las oposiciones que puedan surgir; se imagina que puede arreglar las diferentes partes de la gran sociedad del mismo modo que se arreglan las diferentes piezas en un tablero de ajedrez. No considera para nada que las piezas de ajedrez puedan tener otro principio motor que la mano que las mueve, pero el gran tablero de ajedrez de la sociedad humana tiene su propio motor totalmente diferente de los que el legislativo ha elegido imponer” (SM).

Nada más ajustado a la realidad, la soberbia de los gobernantes no toma en cuenta las diversas necesidades sino sus caprichos y deja de lado el hecho del conocimiento disperso y fraccionado en la sociedad para, en cambio, concentrar ignorancia al centralizar decisiones en oficinas burocráticas con todos los consecuentes desajustes que se suceden. El “hombre del sistema” constituye una caracterización muy ajustada a la arrogancia de los planificadores que ni siquiera se percatan de que al distorsionar precios relativos con sus irrupciones dificultan la evaluación de proyectos y la misma contabilidad al registrar precios que no corresponden a las respectivas estructuras valorativas en el mercado para sustituirlas por simples números que no permiten conocer el grado en que se desperdicia capital debido a la mencionada desfiguración.

“Por tanto, resulta altamente impertinente y presuntuoso que reyes y ministros pretendan vigilar la economí­a de la gente […] Dejemos que aquellos se ocupen de lo que les corresponde, y podemos estar seguros de que íéstos se ocuparán de lo suyo” (RN). Efectivamente, sobre todo presuntuoso por las razones apuntadas. Por otra parte, el monopolio de la fuerza que denominamos gobierno, en un sistema republicano,  debe ocuparse principalmente de la seguridad y la justicia, que naturalmente descuida no solo por una cuestión de recursos sino especialmente porque si interviene afectando la propiedad privada, no puede, al mismo tiempo, sostener la justicia, es decir, el “dar a cada uno lo suyo”.

“El productor o comerciante[…] solamente busca su propio beneficio, y, en esto como en muchos otros casos, está dirigido por una mano invisible que promueve un fin que no era parte de su intención atender”(RN). Con este conocido pasaje Smith pone de relieve dos asuntos de la mayor importancia. En primer lugar, pone de relieve la naturaleza humana (al contrario de los que la pretenden torcer con la pretensión de fabricar “el hombre nuevo” y otras gansadas petulantes), esto es que todas las acciones humanas se deben al interíés personal, en verdad una perogrullada porque ni no está en interíés de quien actúa no se sabe en interíés que quien pueda estar. En segundo lugar, esa afirmación que desarrolla en el libro en cuestión apunta a poner de manifiesto el complejo entramado social que no estaba en la intención de cada cual al perseguir su interíés (siempre legí­timo si no se lesiona derechos de terceros).

En esta misma dirección del interíés personal, el autor explica que “Prácticamente en forma constante al hombre se le presentan ocasiones para ser ayudado por su prójimo pero en vano deberá esperarlo solamente de su benevolencia. Tendrá más posibilidades de íéxito si logra motivar el interíés personal de su prójimo y mostrarle que en su propia ventaja debe hacer aquello que se requiere de íél. Cualquiera que propone un convenio de cualquier naturaleza está de hecho proponiendo esto. Dame aquello que deseo y usted tendrá esto que necesita. Este es el sentido de un convenio, y es la manera por la cual obtenemos de otros los bienes que necesitamos. No debemos esperar nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino que se debe a sus propios intereses. No nos dirigimos a su humanidad sino a su interíés personal, y nunca conversaremos con ellos de nuestras necesidades sino de sus ventajas” (RN).

Todo lo cual para nada excluye la benevolencia a que Smith precisamente alude en las primeras lí­neas con que abre su primer libro que venimos mencionando: “Por muy egoí­sta que se supone que es una persona, hay evidentemente algunos principios en su naturaleza que lo hace interesarse en la suerte de otros y vincula su felicidad con la propia aunque no le reditúe nada excepto el placer de comprobarla” (recordemos que su colega Adam Ferguson tambiíén escribió que “el tíérmino benevolencia no es empleado para caracterizar a las personas que no tienen deseos propios, apunta a aquellos cuyos deseos las mueven a procurar el bienestar de otros”). Como hemos dicho en otras oportunidades, la caridad es por definición realizada con recursos propios, de modo voluntario y si fuera posible de manera anónima. Arrancar recursos del fruto del trabajo ajeno no es caridad, es un atraco. En este contexto es indispensable el uso de la primera persona del singular y no recurrir a un micrófono para declamar en la tercera persona del plural (“put your money where your mouth is” resulta una aforismo muy ilustrativo).

De más está decir que toda la lucha de Smith contra las falacias de la autarquí­a mercantilista basadas en el interíés de las partes se aplican de modo especial al comercio exterior, por lo que afirma que “El interíés de una nación en sus relaciones comerciales con otras es igual al de un comerciante respecto de las diversas personas con quienes trata: comprar barato y vender caro. Las posibilidades de comprar barato serán mayores si se permite que la libertad de comercio estimule a las naciones a comprar los bienes que pueden comprar, y por la misma razón venderán caro en la medida en que los mercados tengan la mayor cantidad de comparadores posible” (RN).

En otro orden de cosas, el filósofo-economista escocíés ofrece un buen mojón o punto de referencia para sopesar la conveniencia o inconveniencia de una acción basado en un personaje imaginario que denomina “el observador imparcial” por lo que escribe que “Cuando nos ponemos en la posición de espectadores de nuestro propio comportamiento nos imaginamos quíé efectos producirá sobre nosotros. Este es el único espejo en el que podemos en alguna medida mirarnos como nos miran los ojos de otras personas y así­ evaluar nuestra conducta […] Hay dos ocasiones diferentes en donde examinamos nuestra propia conducta y la vemos a la luz con que un espectador imparcial podrí­a verla: primero, cuando estamos por actuar, y segundo, despuíés de haber actuado” (SM).

Respecto a la presión tributaria, este pensador fue pionero en tres siglos de lo que hoy se conoce como la Curva Laffer al señalar que “Los impuestos altos, unas veces debido a la disminución en los bienes sujetos al gravamen y otras como consecuencia del estí­mulo que se produce al contrabando, se traducen en menores ingresos para el gobierno respecto de aquella situación en donde los impuestos son más moderados” (RN).

Por último para no cansar con citas por más jugosas que sean, reproduzco el párrafo que hace referencia a la conveniencia de las desigualdades de rentas y patrimonio (que son consecuencia de las prioridades y preferencias que revela la gente con sus compras y abstenciones de comprar en el mercado): “Cuando hay propiedad hay desigualdad. Por cada hombre rico habrá por lo menos quinientos pobres y la riqueza de unos pocos supone la indigencia de muchos. La opulencia de los ricos excita la indignación de los pobres, quienes están empujados a invadir aquellas propiedades debido a la necesidad y a la envidia. Solamente bajo el escudo protector del magistrado civil puede dormir tranquilo el propietario quien ha adquirido su propiedad a travíés del trabajo de muchos años, tal vez, a travíés de muchas generaciones” (RN).

Debe tenerse en cuenta la influencia que han tenido los trabajos de Adam Smith. Como destaquíé en mi ensayo mencionado al comienzo, Milton Friedman concluye que “The Wealth of Nations se considera en forma unánime y con justicia, como la piedra fundamental de la economí­a cientí­fica moderna. Su fuerza normativa y su influencia en el mundo intelectual revisten gran importancia para nuestro objetivo actual”.

Joseph Schumpeter subraya este íéxito afirmando que “Antes de que terminara el siglo The Wealth of Nations habí­a conseguido nueve ediciones inglesas sin contar las que parecieron en Irlanda y los Estados Unidos y se habí­a traducido (que yo sepa), al daníés, al holandíés, al francíés, al alemán, al italiano y al español”.

Recientemente fueron recopilados en dos volúmenes algunos de los estudios de Adam Smith sobre jurisprudencia, crí­tica literaria, música y otras misceláneas. Lamentablemente, muchos de sus papeles privados fueron destruidos despuíés de su muerte, documentos que seguramente hubieran agregado información valiosa. El estilo, la elocuencia y la vivacidad presentes en la mayor parte de los trabajos de Smith hizo que Edmund Burke dijera que su primer libro publicado “constituye, posiblemente, una de las más bellas expresiones de la teorí­a moral que hayan aparecido”.


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