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Autor Tema: En torno a la teorí­a del caos...  (Leído 156 veces)

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En torno a la teorí­a del caos...
« en: Marzo 05, 2016, 11:42:34 am »
Por...  Alberto Benegas Lynch (h)



Hay que andarse con pies de plomo en cuanto a pretendidos correlatos entre las ciencias fí­sicas y las sociales puesto que extrapolaciones en temas metodológicos pueden ser fatales tal como ha sido una y otra vez demostrado por filósofos de la ciencia y economistas de fuste.

Dicho esto, es de interíés aludir brevemente a lo que generalmente se entiende por estados caóticos en fí­sica. Ilya Prigogine en su obra con un tí­tulo que puede aparecer paradójico, Las leyes del caos, nos dice que “La palabra caos hace pensar en desorden, imposibilidad de previsión. Pero no es así­. Al contrario, como veremos en estas páginas, se puede incluir el ´caos´en las leyes de la naturaleza”.

En realidad, la teorí­a del caos en fí­sica se refiere a perturbaciones que se amplifican tal como Lorenz se refirió en su cíélebre ejemplo de como el aleteo de la mariposa en un lugar del orbe genera otros fenómenos en otros lugares y que una causa se desdobla en varios efectos que con el estado actual del conocimiento no pueden ser vaticinados.

Como explican David Bohm y David Peat en Ciencia, orden y creatividad el caos en fí­sica no es más que otro tipo de orden que en una etapa del conocimiento podrán (y pudieron) explicitarse fenómenos que aparecí­an “escondidos” para la mente del cientí­fico, que es el mensaje que trasmite de James Gleick en Chaos, Making a New Science.

Pero hay otros planos de lo que en fí­sica se denomina la teorí­a del caos y que en ciencias sociales se denomina órdenes espontáneos que por su naturaleza nunca se podrán describir ni anticipar. Es lo que en economí­a desarrolló la Escuela Escocesa, luego Micheal Polanyi y finalmente la Escuela Austrí­aca con Hayek a la cabeza.

Veamos con atención la muy ilustrativa descripción de Polanyi que diferencia diversos grados de orden en lo puramente fí­sico y en las relaciones sociales. En su The Logic of Liberty consigna que “Cuando vemos un arreglo ordenado de las cosas, instintivamente asumimos que alguien los ha colocado intencionalmente de ese modo. Un jardí­n bien cuidado debe haber sido arreglado, una máquina que trabaja bien debe haber sido fabricada y ubicada bajo control: esta es la forma obvia en el que el orden emerge. Este míétodo de establecer el orden consiste en limitar la libertad de las cosas y los hombres para que se queden o se muevan de acuerdo al establecimiento de cada uno en una posición especí­fica según un plan prefijado. Pero existe otro tipo de orden menos obvio basado en el principio opuesto. El agua en una jarra se ubica llenando perfectamente el recipiente con una densidad igual hasta un nivel de un plano horizontal que conforma la superficie libre: un arreglo perfecto que ningún artificio humano puede reproducir según un proceso gravitacional y de cohesión […] En este segundo tipo de orden ningún constreñimiento es especí­ficamente aplicado a las partes individuales […] Las partes están por tanto libres para obedecer las fuerzas internas que actúan entre sí­ y el orden resultante representa el equilibrio entre todas las fuerzas internas  y externas […] Esto parece sugerir que cuando una cantidad grande de números debe arreglarse cuidadosamente esto puede lograrse solamente a travíés de un ajuste espontáneo y mutuo de las unidades, no a travíés de asignar a las distintas unidades posiciones especí­ficamente preestablecidas […] Cuando el orden se logra entre seres humanos a travíés de permitirles que interactúen entre cada uno sobre la base de sus propias iniciativas […] tenemos un sistema de orden espontáneo en la sociedad. Podemos entonces decir que los esfuerzos de estos individuos se coordinan a travíés del ejercicio de las iniciativas individuales”.

En otras ocasiones hemos hecho alusión al ejemplo que nos propone John Stossel para entender el orden espontáneo. Ejemplifica con un trozo de carne envuelto en celofán en la góndola de un supermercado e invita a que cerremos los ojos y pensemos el proceso en regresión. Los agrimensores que miden los terrenos, los alambrados y postes (solo los postes deben ser vistos como procesos que insumen varias díécadas desde las plantaciones hasta la tala, para no decir nada de los transportes, las fábricas de los camiones con todos los aspectos financieros,  administrativos, de personal, los bancos que intervienen, los seguros y demás operaciones horizontal y verticalmente), los plaguicidas, los fertilizantes, las sembradoras, las cosechadoras, los caballos, las monturas y las riendas, los peones, el ganado, las pasturas, las aguadas, los galpones, en fin, todas las producciones y comercializaciones en las diversas etapas. Y en esta secuencia nadie está pensando en el supermercado, ni en el celofán ni en el trozo de carne hasta la última etapa y, sin embrago, todo se coordina a travíés del sistema de precios basado en la propiedad privada (como es sabido, no hay precios sin propiedad por ello es que en la medida en que se afecte esa institución los precios se desfiguran y, por ende, deterioran la contabilidad).

Estos órdenes espontáneos no pueden ser anticipados ni conviene que lo sean porque precisamente no es posible conocer el resultado de este proceso antes que el mismo tenga lugar y que al ser abierto y competitivo proporciona la información requieren los operadores económicos. Este problema se plantea con los llamados “modelos de competencia perfecta” donde el supuesto central es el conocimiento perfecto de los factores relevantes por parte de los participantes. Como bien apunta Israel Kirzner, si ese modelo fuera correcto no habrí­a arbitraje, ni empresarios ni competencia por lo que el modelo en cuestión constituye una contradicción en los tíérminos.

La arrogancia no permite que tenga lugar un proceso que no puede ser explicado y mucho menos anticipado por los funcionarios públicos deseosos de planificar haciendas ajenas. Sostienen que “el mercado es caótico” por lo que la arremeten contra ese proceso con lo que naturalmente va desapareciendo la carne, el celofán y las góndolas se muestran vací­as cuando no desaparece el propio supermercado.

El antes mencionado Friedrich Hayek ha escrito un libro titulado La fatal arrogancia para referirse al fiasco de la planificación estatal y varios ensayos sobre el tema del fraccionamiento y dispersión del conocimiento, coordinado en el proceso de mercado y como se concentra ignorancia cuando los burócratas pretenden dirigir la economí­a. Uno de esos ensayos se titula “El resultado de la acción humana, más no del designio humano” para ilustrar el tema que comentamos con una frase tomada de Adam Ferguson, pero tal vez los ensayos más contundentes de Hayek en esta materia son “Los errores del constructivismo” y “La pretensión del conocimiento” (este último fue su discurso al recibir el premio Nobel en economí­a).

En cierto sentido Georges Balandier en su El desorden. La teorí­a del caos en las ciencias sociales elabora sobre como el totalitarismo se nutre de la necesidad por parte del gobierno de imponer un “orden” que estiman perfecto para evitar disidencias y desví­os de las ocurrencias y caprichos del gobernante que todo lo pretende controlar y abarcar. Escapa a su mente la posibilidad de que en libertad las acciones de los hombres que no lesionen derechos de terceros puedan moverse en direcciones que agraden a cada cual.

El adagio latino de ubi dubium ibi libertas (donde hay duda  hay libertad) pone de manifiesto que la incertidumbre y el conocimiento limitado hace que se saque el mayor provecho de un sistema libre a travíés del debate y el desarrollo de ordenes espontáneos. Si hubiera certeza en toda acción, no tendrí­a sentido la libertad. La corrección de errores y los procesos abiertos de evolución presentes en todos los aspectos de la vida solamente se maximizan en un ámbito de libertad.

La pretensión del conocimiento —para recurrir a una expresión hayekiana— es lo que caracteriza a los megalómanos. No pueden concebir el no síé socrático y que hay fenómenos que exceden a la mente humana como los antedichos órdenes espontáneos que si supiíéramos por anticipado sus resultados no servirí­an al propósito de revelar información que brinda el proceso. La conciencia de la propia ignorancia es algo que no concibe este tipo de politicastros. Más aun, en otro plano, la división del trabajo hace posible que nos concentremos principalmente en  nuestra especialidad y no tengamos que conocer como funcionan todos los instrumentos de que nos valemos para vivir (el avión, el microondas, la computadora, la medicina que utilizamos o la cadena de producción de los alimentos que ingerimos y así­ sucesivamente).

Del desconocimiento del significado del proceso de mercado se sigue la voracidad por “controlar” precios o márgenes operativos por lo que no deben sorprender los desajustes mayúsculos que se suceden a raí­z de estas manipulaciones, lo cual está muy bien desarrollado, por ejemplo, en la obra de Lorenzo Infantino titulada El orden sin plan.

Entonces, el aparente caos del mercado no es más que el resultado de conocimientos fraccionados y dispersos de millones de hombres en el spot y de sus planificaciones y sus conjeturas que llevan a cabo con sus propios recursos por lo que sufren quebrantos si yerran y obtienen ganancias si dan en la tecla respecto a las necesidades de su prójimo.


•... “Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo, poder correr todos los días”...
 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...