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Autor Tema: La Fí­sica Cuántica Confirma que Creamos Nuestra Realidad  (Leído 516 veces)

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La Fí­sica Cuántica Confirma que Creamos Nuestra Realidad
« en: Marzo 20, 2016, 12:09:54 am »
La Fí­sica Cuántica Confirma que Creamos Nuestra Realidad

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Durante díécadas, los poderes de la mente han sido cuestiones asociadas al mundo “esotíérico”, cosas de locos. La mayor parte de la gente desconoce que la mecánica cuántica, es decir, el modelo teórico y práctico dominante hoy dí­a en el ámbito de la ciencia, ha demostrado la interrelación entre el pensamiento y la realidad. Que cuando creemos que podemos, en realidad, podemos. Sorprendentes experimentos en los laboratorios más adelantados del mundo corroboran esta creencia.

El estudio sobre el cerebro ha avanzado mucho en las últimas díécadas mediante las “tomografí­as”. Conectando electrodos a este órgano, se determina donde se produce cada una de las actividades de la mente. La fórmula es bien sencilla: se mide la actividad elíéctrica mientras se produce una actividad mental, ya sea racional, como emocional, espiritual o sentimental y así­ se sabe a quíé área corresponde esa facultad.

Estos experimentos en neurologí­a han comprobado algo aparentemente descabellado: cuando vemos un determinado objeto aparece actividad en ciertas partes de nuestro cerebro… pero cuando se exhorta al sujeto a que cierre los ojos y lo imagine, la actividad cerebral es ¡idíéntica! Entonces, si el cerebro refleja la misma actividad cuando “ve” que cuando “siente”, llega la gran pregunta: ¿cuál es la Realidad? “

La solución es que el cerebro no hace diferencias entre lo que ve y lo que imagina porque las mismas redes neuronales están implicadas; para el cerebro, es tan real lo que ve como lo que siente”, afirma el bioquí­mico y doctor en medicina quiropráctica, Joe Dispenza en el libro “¿y tú quíé sabes?”. En otras palabras, que fabricamos nuestra realidad desde la forma en que procesamos nuestras experiencias, es decir, mediante nuestras emociones.

La farmacia del cerebro

En un pequeño órgano llamado hipotálamo se fabrican las respuestas emocionales. Allí­, en nuestro cerebro, se encuentra la mayor farmacia que existe, donde se crean unas partí­culas llamadas “píéptidos”, pequeñas secuencias de aminoácidos que, combinadas, crean las neurohormonas o neuropíéptidos. Ellas son las responsables de las emociones que sentimos diariamente. Según John Hagelin, profesor de fí­sica y director del Instituto para la ciencia, la tecnologí­a y la polí­tica pública de la Universidad Maharishi, dedicado al desarrollo de teorí­as del campo unificado cuántico: “hay quí­mica para la rabia, para la felicidad, para el sufrimiento, la envidia…”

En el momento en que sentimos una determinada emoción, el hipotálamo descarga esos píéptidos, liberándolos a travíés de la glándula pituitaria hasta la sangre, que conectará con las cíélulas que tienen esos receptores en el exterior. El cerebro actúa como una tormenta que descarga los pensamientos a travíés de la fisura sináptica. Nadie ha visto nunca un pensamiento, ni siquiera en los más avanzados laboratorios, pero lo que sí­ se ve es la tormenta elíéctrica que provoca cada mentalismo, conectando las neuronas a travíés de las “fisuras sinápticas”.

Cada cíélula tiene miles de receptores rodeando su superficie, como abriíéndose a esas experiencias emocionales. Candance Pert, poseedora de patentes sobre píéptidos modificados y profesora en la universidad de medicina de Georgetown, lo explica así­: “Cada cíélula es un pequeño hogar de conciencia. Una entrada de un neuropíéptido en una cíélula equivale a una descarga de bioquí­micos que pueden llegar a modificar el núcleo de la cíélula”.

Nuestro cerebro crea estos neuropíéptidos y nuestras cíélulas son las que se acostumbran a “recibir” cada una de las emociones: ira, angustia, alegrí­a, envidia, generosidad, pesimismo, optimismo… Al acostumbrarse a ellas, se crean hábitos de pensamiento. A travíés de los millones de terminaciones sinápticas, nuestro cerebro está continuamente recreándose; un pensamiento o emoción crea una nueva conexión, que se refuerza cuando pensamos o sentimos “algo” en repetidas ocasiones. Así­ es como una persona asocia una determinada situación con una emoción: una mala experiencia en un ascensor, como quedarse encerrado, puede hacer que el objeto “ascensor” se asocie al temor a quedarse encerrado. Si no se interrumpe esa asociación, nuestro cerebro podrí­a relacionar ese pensamiento-objeto con esa emoción y reforzar esa conexión, conocida en el ámbito de la psicologí­a como “fobia” o “miedo”.

Todos los hábitos y adicciones operan con la misma mecánica. Un miedo (a no dormir, a hablar en público, a enamorarse) puede hacer que recurramos a una pastilla, una droga o un tipo de pensamiento nocivo. El objetivo inconsciente es “engañar” a nuestras cíélulas con otra emoción diferente, generalmente, algo que nos excite, “distrayíéndonos” del miedo. De esta manera, cada vez que volvamos a esa situación, el miedo nos conectará, inevitablemente, con la “solución”, es decir, con la adicción. Detrás de cada adicción (drogas, personas, bebida, juego, sexo, televisión) hay pues un miedo insertado en la memoria celular.

La buena noticia es que, en cuanto rompemos ese cí­rculo vicioso, en cuanto quebramos esa conexión, el cerebro crea otro puente entre neuronas que es el “pasaje a la liberación”. Porque, como ha demostrado el Instituto Tecnológico de Massachussets en sus investigaciones con lamas budistas en estado de meditación, nuestro cerebro está permanentemente rehaciíéndose, incluso, en la ancianidad.

Por ello, se puede desaprender y reaprender nuevas formas de vivir las emociones.

Mente Creadora

Los experimentos en el campo de las partí­culas elementales han llevado a los cientí­ficos a reconocer que la mente es capaz de crear. En palabras de Amit Goswani, profesor de fí­sica en la universidad de Oregón, el comportamiento de las micropartí­culas cambia dependiendo de lo que hace el observador: “cuando el observador mira, se comporta como una onda, cuando no lo hace, como una partí­cula”. Ello quiere decir que las expectativas del observador influyen en la Realidad de los laboratorios… y cada uno de nosotros está compuestos de millones de átomos.

Traducido al ámbito de la vida diaria, esto nos llevarí­a a que nuestra Realidad es, hasta cierto punto, producto de nuestras propias expectativas. Si una partí­cula (la mí­nima parte de materia que nos compone) puede comportarse como materia o como onda… Nosotros podemos hacer lo mismo.

La realidad molecular

Los sorprendentes experimentos del cientí­fico japoníés Masaru Emoto con las molíéculas de agua han abierto una increí­ble puerta a la posibilidad de que nuestra mente sea capaz de crear la Realidad. “Armado” de un potente microscopio electrónico con una diminuta cámara, Emoto fotografió las molíéculas procedentes de aguas contaminadas y de manantial. Las metió en una cámara frigorí­fica para que se helaran y así­, consiguió fotografiarlas. Lo que encontró fue que las aguas puras creaban cristales de una belleza inconmensurable, mientras que las sucias, sólo provocaban caos. Más tarde, procedió a colocar palabras como “Amor” o “Te odio”, encontrando un efecto similar: el amor provocaba formas moleculares bellas mientras que el odio, generaba caos.

Por último, probó a colocar música relajante, música folk y música thrash metal, con el resultado del caos que se pudieron ver en las fotografí­as.

La explicación biológica a este fenómeno es que los átomos que componen las molíéculas (en este caso, los dos pequeños de Hidrógeno y uno grande de Oxí­geno) se pueden ordenar de diferentes maneras: armoniosa o caóticamente. Si tenemos en cuenta que el 80% de nuestro cuerpo es agua, entenderemos cómo nuestras emociones, nuestras palabras y hasta la música que escuchamos, influyen en que nuestra realidad sea más o menos armoniosa. Nuestra estructura interna está reaccionando a todos los estí­mulos exteriores, reorganizando los átomos de las molíéculas.

El valioso vací­o atómico

Aunque ya los filósofos griegos especularon con su existencia, el átomo es una realidad cientí­fica desde principios de siglo XX. La fí­sica atómica dio paso a la teorí­a de la relatividad y de ahí­, a la fí­sica cuántica. En las escuelas de todo el mundo se enseña hoy dí­a que el átomo está compuesto de partí­culas de signo positivo (protones) y neutras (neutrones) en su núcleo y de signo negativo (electrones) girando a su alrededor. Su organización recuerda extraordinariamente a la del Universo, unos electrones (planetas) girando alrededor de un sol o núcleo (protones y neutrones). Lo que la mayorí­a desconocí­amos es que la materia de la que se componen los átomos es prácticamente inexistente. En palabras de William Tyler, profesor emíérito de ingenierí­a y ciencia de la materia en la universidad de Stanford, “la materia no es estática y predecible. Dentro de los átomos y molíéculas, las partí­culas ocupan un lugar insignificante: el resto es vací­o”.

En otras palabras, que el átomo no es una realidad terminada sino mucho más maleable de lo que pensábamos. El fí­sico Amit Goswani es rotundo: “Heinsenberg, el codescubridor de la mecánica cuántica, fue muy claro al respecto; los átomos no son cosas, son TENDENCIAS. Así­ que, en lugar de pensar en átomos como cosas, tienes que pensar en posibilidades, posibilidades de la consciencia. La fí­sica cuántica solo calcula posibilidades, así­ que la pregunta viene rápidamente a nuestras mentes, ¿quiíén elige de entre esas posibilidades para que se produzca mi experiencia actual? La respuesta de la fí­sica cuántica es rotunda: La conciencia está envuelta, el observador no puede ser ignorado”.

¿Quíé realidad prefieres?

El ya famoso experimento con la molíécula de fullerano del doctor Anton Zeillinger, en la Universidad de Viena, testificó que los átomos de la molíécula de fullerano (estructura atómica que tiene 60 átomos de cárbón) eran capaces de pasar por dos agujeros simultáneamente. Este experimento “de ciencia ficción” se realiza hoy dí­a con normalidad en laboratorios de todo el mundo con partí­culas que han llegado a ser fotografiadas.

La realidad de la bilocación, es decir, que “algo” pueda estar en dos lugares al mismo tiempo, es algo ya de dominio público, al menos en el ámbito de la ciencia más innovadora. Jeffrey Satinover, ex presidente de la fundación Jung de la universidad de Harvard y autor de libros como “El cerebro cuántico” y “El ser vací­o”, lo explica así­: “ahora mismo, puedes ver en numerosos laboratorios de Estados Unidos, objetos suficientemente grandes para el ojo humano, que están en dos lugares al mismo tiempo, e incluso se les puede sacar fotografí­as.

Yo creo que mucha gente pensará que los cientí­ficos nos hemos vuelto locos, pero la realidad es así­, y es algo que todaví­a no podemos explicar”.

Quizás porque algunos piensen que la gente “de a pie” no va a comprender estos experimentos, los cientí­ficos todaví­a no han conseguido alertar a la población de las magní­ficas implicaciones que eso conlleva para nuestras vidas, aunque las teorí­as anejas sí­ forman parte ya del dominio de la ciencia divulgativa.

Seguramente la teorí­a de los universos paralelos, origen de la de la “superposición cuántica”, es la que ha conseguido llegar mejor al gran público. Lo que viene a decir es que la Realidad es un número “n” de ondas que conviven en el espacio-tiempo como posibilidades, hasta que UNA se convierte en Real: eso será lo que vivimos. Somos nosotros quienes nos ocupamos, con nuestras elecciones y, sobre todo, con nuestros pensamientos (“yo sí­ puedo”, “yo no puedo”) de encerrarnos en una realidad limitada y negativa o en la consecución de aquellas cosas que soñamos.

En otras palabras, la fí­sica moderna nos dice que podemos alcanzar todo aquello que ansiamos (dentro de ese abanico de posibilidades-ondas, claro).

En realidad, los descubrimientos de la fí­sica cuántica vienen siendo experimentados por seres humanos desde hace milenios, concretamente, en el ámbito de la espiritualidad. Según el investigador de los manuscritos del Mar Muerto, Greg Braden, los antiguos esenios (la comunidad espiritual a la que, dicen, perteneció Jesucristo) tení­an una manera de orar muy diferente a la actual.

En su libro “El efecto Isaí­as: descodificando la perdida ciencia de al oración y la plegaria”, Braden asegura que su manera de rezar era muy diferente a la que los cristianos adoptarí­an. En lugar de pedir a Dios “algo”, los esenios visualizaban que aquello que pedí­an ya se habí­a cumplido, una tíécnica calcada de la que hoy se utiliza en el deporte de alta competición, sin ir más lejos. Seguramente, muchos han visto en los campeonatos de atletismo cómo los saltadores de altura o píértiga realizan ejercicios de simulación del salto: interiormente se visualizan a sí­ mismos, ni más ni menos que realizando la proeza.

Esta tíécnica procede del ámbito de la psicologí­a deportiva, que ha desarrollado tíécnicas a su vez recogidas del acervo de las filosofí­as orientales. La moderna Programación Neurolingí¼í­stica, usada en el ámbito de la publicidad, las relaciones públicas y de la empresa en general, coincide en recurrir al tiempo presente y a la afirmación como vehí­culo para la consecución de los logros.

La palabra serí­a un paso más adelante en la creación de la Realidad, por lo que tenemos que tener cuidado con aquello que decimos pues, de alguna manera, estamos atrayendo esa realidad.

La búsqueda cientí­fica del alma

En las últimas díécadas, los experimentos en el campo de la neurologí­a han ido encaminados a encontrar donde reside la conciencia. Fred Alan Wolf, doctor en fí­sica por la universidad UCLA, filósofo, conferenciante y escritor lo explica así­ en “¿Y tú quíé sabes?”: “Los cientí­ficos hemos tratado de encontrar al observador, de encontrar la respuesta a quiíén está al mando del cerebro: sí­, hemos ido a cada uno de los escondrijos del cerebro a encontrar el observador y no lo hemos hallado; no hemos encontrado a nadie dentro del cerebro, nadie en las regiones corticales del cerebro pero todos tenemos esa sensacion de ser el observador”.

En palabras de este cientí­fico, las puertas para la existencia del alma están abiertas de par en par: “Sabemos lo que el observador hace pero no sabemos quiíén o quíé cosa es el observador”.

Hoy recuperadas por la fí­sica cuántica, muchas de estas afirmaciones eran conocidas en la Antigí¼edad, como en el caso del “Catecismo de la quí­mica superior”, de Karl von Eckartshausen.

Cuadro 1 Nuestro cerebro: un ordenador que procesa información

A cada segundo, en una vida como la moderna llena de estí­mulos: nos bombardean enormes cantidades de información. El cerebro solo procesa una mí­nima cantidad de ella: 400 mil millones de bits de información por segundo. Los estudios cientí­ficos han demostrado que sólo somos conscientes de 2.000 mil de esos bits, referidos al medio ambiente, el tiempo y nuestro cuerpo. Así­ pues, lo que consideramos la Realidad, es decir, aquello que vivimos, es sólo una mí­nima parte de lo que en realidad está ocurriendo. ¿Cómo se filtra toda esa información?

A travíés de nuestras creencias: El modelo de lo que creemos acerca del mundo, se construye desde lo que sentimos en nuestro interior y de nuestras ideas. Cada información que recibimos del exterior se procesa desde las experiencias que hemos tenido y nuestra respuesta emocional procede de estas memorias. Por eso, los malos recuerdos nos impulsan a caer en los mismos errores.

Cuadro 2: Cómo romper con esos malos hábitos del pensamiento

El cerebro crea esas redes a partir de la memoria: ideas, sentimientos, emociones. Cada asociación de ideas o hechos, incuba un pensamiento o recuerdo en forma de conexión neuronal, que desemboca en recuerdos por medio de la memoria asociativa. A una sensación o emoción similar, reaparecerá ese recuerdo en forma de idea o pensamiento.

Hay gente que conecta “amor” con “decepción” o “engaño”, así­ que cuando vaya a sentir amor, la red neuronal conectará con la emoción correspondiente a cómo se sintió la última vez que lo sintió: ira, dolor, rabia, etc.

Según Joe Dispenza “si practicamos una determinada respuesta emocional, esa conexión sináptica se refuerza y se refuerza. Cuando aprendemos a “observar” nuestras reacciones y no actuamos de manera automática, ese modelo se rompe”. Así­ pues, aprender a “ver” esas asociaciones es la mejor manera de evitar que se repitan: la llave es la consciencia.

Cuadro 3: La mecánica de la erección

La mejor metáfora del pensamiento creador es el miembro masculino. Una sola fantasí­a sexual, es decir, un pensamiento erótico, es capaz de producir una erección, con toda la variedad de glándulas endocrinas y hormonas que participan en ello.

Nada hay fuera de la mente del hombre pero, sin embargo, se produce un torbellino hormonal que desemboca en un hecho fí­sico palpable. En el lado femenino, tambiíén el poder del pensamiento asociado al erotismo se convierte a menudo en hechos fí­sicos, demostrando la capacidad del pensamiento para crear situaciones placenteras… o adictivas.

Los más firmes defensores del poder de la visualización llegan a proponer que se puede obtener a travíés de ella casi todo lo que deseamos.

Fuente articulo de la pagina web de Rapal.com .:.

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