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Autor Tema: La manipulación de la voluntad o telebulia  (Leído 560 veces)

Scientia

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La manipulación de la voluntad o telebulia
« en: Abril 18, 2016, 08:16:05 pm »
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Manipulación de la voluntad
La manipulación de la voluntad o telebulia fue un tema habitual en la ciencia ficción, especialmente en la de los años '50.
La palabra telebulia, del griego "tele" (lejos) y "bule" (voluntad), denomina a la sugestión telepática en la que la voluntad del manipulador modifica la voluntad del sujeto manipulado y determina en alguna medida su comportamiento e incluso sentimiento.
El poder sobre la voluntad ajena fue un tópico muy representativo de cierta íépoca dentro de la ciencia ficción. Al calor de las narraciones de mutantes con poderes extraordinarios, el control sobre pensamientos de terceras personas por parte de los telíépatas parecí­a un paso lógico. Era como si el poder leer la mente supusiera el poder modificarla.
Los grados de modificación variaban en gran medida según el deseo del autor, representando desde pequeñas alteraciones en la memoria hasta autíénticas manipulaciones integrales que podí­an incluso inducir a la ví­ctima al suicidio.
Los ejemplos son innumerables:
Como poder:
Isaac Asimov incluyó este poder en el repertorio de sus personajes en varias ocasiones. Dos de las más notables fueron en El Mulo (Fundación e Imperio, 1952) y en el robot R. Giskard Reventlov (Los robots del amanecer, 1983). En el primer caso, la aparición del mutante con poder para modificar el estado de ánimo de grandes masas de gente poní­a en serio peligro el Plan Seldon. En el segundo, la capacidad de Giscard para bloquear e implantar conceptos en la mente humana sin dañarla le permití­a guardar el secreto de sus habilidades y le facilitaba la tarea de tutelarlos.
Pero antes de Asimov, Robert A. Heinlein ya habí­a escrito su novela Amos de tí­teres (1951), con sus innumerables veces homenajeadas babosas mentales. La unión fí­sica entre el manipulador y su ví­ctima hací­a más que verosí­mil el inquietante poder. La obra de Heinlein fuera o no intención del autor, ha sido interpretada y tomada como ejemplo de la proyección metafórica de la visión que los americanos tení­an del peligro comunista. Durante los años cincuenta y sesenta, la píérdida de personalidad avivaba el miedo a la socialización comunista. Proliferaron en esta íépoca otras obras de temática similar, como Ladrones de cuerpos (Jack Finney, 1955).
Una nota discordante la aportarí­a el poíético Ray Bradbury con su cuento La bruja de abril (1952). Enmarcado, como gran parte de la obra de este autor, en el recuerdo de un estilo de vida que se estaba perdiendo, de vida rural y pasiones sencillas, el relato narra la breve usurpación de la voluntad de una joven por parte de otra adolescente con este extraño poder, quien desea ir al baile y enamorarse. La mayorí­a de las connotaciones negativas se reducen enormemente al conocer las inocentes intenciones del actor y su romántico estado de ánimo.
La inquietante píérdida del control de los propios actos, e incluso de la personalidad parece ser uno de los miedos más genuinos en el hombre social y la nueva ola tampoco abandonó el tema completamente. Así­ tenemos obras como Pasajeros (1969), de Robert Silverberg, autor que explotarí­a la aversión social mencionada.
Como tecnologí­a:
Con medios muy distintos, la manipulación mental e incluso de la voluntad ha reaparecido con fuerza en el ciberpunk, sustituyendo el esoterismo de los mecanismo mentales telepáticos por la integración de la tecnologí­a en el ser humano.
Por ejemplo, en el manga Ghost in the Shell (1989), del japoníés Masamune Shirow, es habitual la ampliación del cerebro humano con otros dispositivos electrónicos, cibercerebros que constituyen una verdadera ampliación de las capacidades naturales, pero que tambiíén son un objetivo para el pirateo por parte de hackers, que pueden llegar a hacerse con el control de las partes ciberníéticas del cuerpo de la victima.
E incluso sin la necesidad de un intermediario electrónico, muchas obras ciberpunk han empezado a contemplar el cerebro humano como un hardware, cuyo software (personalidad, voluntad... ghost) es susceptible de ser modificado si se dispone de la tecnologí­a adecuada.
En cierto modo, esta la idea que sustenta Madrid (2007), de Daniel Mares. El fenómeno del entrelazamiento cuántico sirve de base cientí­fica a este autor para sustentar la telepatí­a, vista como una modificación directa en la mente receptora, lo que sugiere inmediatamente otras manipulaciones mayores, incluso el borrado de la personalidad subyacente e implantado de una nueva.