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Autor Tema: Conócete mejor: el lenguaje que hablas influye lo que piensas y haces  (Leído 540 veces)

Scientia

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Conócete mejor: el lenguaje que hablas influye lo que piensas y haces



¿Sabí­as que, dependiendo de cuál es el idioma que hablas, podrí­as ser mejor para ahorrar, ubicarte, recordar y distinguir colores o para las matemáticas? El lenguaje no solo moldea nuestra forma de ver el mundo, sino que tambiíén cómo nos comportamos.

Si cerraras los ojos, ¿sabrí­as dónde está el norte? Es probable que no, o no muy rápidamente, especialmente si estás en un ambiente poco familiar (aunque en Chile tenemos la gran ventaja de tener la cordillera al este y una costa relativamente recta al oeste). Sin embargo, hay ciertos grupos de personas que lo harí­an sin problema en un abrir y cerrar de ojos. ¿Son genios? No necesariamente. La diferencia está en el idioma que hablan.

Los habitantes de Pormpuraaw, al norte de Australia, no tienen direcciones egocíéntricas en su lenguaje, llamado kuut tayore. Al igual que otro pequeño puñado de idiomas en el mundo, usan referencias cardinales. En vez de decir "el vaso de agua está a tu derecha", dicen "el vaso de agua está al oeste tuyo", o "el estacionamiento está al sur de la casa". Esta curiosidad (para nosotros) del lenguaje les permite desarrollar un sentido innato de dirección, sin importar el lugar.

Mencionado en un artí­culo del New York Times, se hizo un experimento con una persona que hablaba tzeltal, un idioma que tambiíén usa direcciones cardinales al sur de Míéxico. Se le vendaron los ojos, y se le dio varias vueltas dentro de una pieza oscura. Luego de las vueltas, se le pidió que señalara el norte. Lo hizo sin dudar, y sin errar.

Quienes hablan lenguajes “sin futuro” ahorran más


El economista conductual Keith Chen publicó un estudio que reveló que las personas que hablaban idiomas sin conjugación de futuro -como el chino- ahorraban un 30% más que personas que hablan idiomas con conjugación de futuro, como el inglíés o el español.

La razón, explica Chen, es porque al no ser capaz de usar el verbo de una acción (ahorrar, en este caso) en el futuro, aquellas personas sienten la necesidad de hacer las cosas ahora: en chino, se dirí­a “yo el próximo año, ahorrar dinero”. En otros idiomas -como el nuestro-, el decir “voy a ahorrar” o “ahorraríé”  nos predispone a no sentir la urgencia de hacerlo en este momento.  Puedes ver la charla completa de Chen abajo.



Lenguajes buenos –y no tan buenos - para las matemáticas


En una columna anterior se discutieron los beneficios numíéricos que traí­a aprender chino, dado que los números del uno al diez tienen tan solo una sí­laba. Sin embargo, en tíérminos de matemáticas, estereotí­picamente hablando son los asiáticos (japoneses, coreanos y chinos, especí­ficamente) quienes tienen una ventaja.

Esto se debe, según explican expertos, a que los sistemas de contar son más lógicos que los nuestros: nada de “once, doce, trece” o “setenta y uno”, sino que ellos tienen el equivalente a “diez-uno, diez-dos, diez-tres” y “siete-diez-uno” respectivamente. Nada de excepciones. Este sistema le permite a los niños aprender a sumar, restar y multiplicar antes que a hispano o angloparlantes, por ejemplo.

Al otro extremo, la gente de la tribu Pirahí£, en el amazonas, no usan números en su idioma, como demostró un estudio por cientí­ficos de MIT y la Universidad Estatal de Illinois. Solo tienen palabras para “algunos” o “muchos”.

¿Y quíé “ventaja” nos da el español?


Primero, echamos menos la culpa comparados con el inglíés, según un estudio publicado  en el año 2013. Esto porque el español, al igual que el japoníés, usa verbos reflexivos con más frecuencia para describir incidentes: digamos que a Pedro se le cae un vaso. En japoníés y castellano por lo general diremos “el vaso se rompió”, o “el vaso se le rompió a Pedro”, mientras que en inglíés se dirí­a “Pedro rompió el vaso”.

Segundo, tenemos una visión ligeramente distinta del tiempo: tanto el español como el indonesio usa “mucho” para describir el tiempo, mientras que en inglíés tiende medirse en tíérminos de “largo”. “¿Cuánto tuviste que esperar?” te pueden preguntar cuando volviste del registro civil, mientras que en inglíés te preguntarí­an quíé tan largo tuviste que esperar.

Y, tercero, mientras que en inglíés se usa comúnmente la palabra “azul” (blue), tanto los rusos como nosotros diferenciamos el azul del celeste. Yendo al otro extremo, la tribu Himba en Namibia tiene una sola palabra para el naranja, rojo y rosado: serandu. Para ellos, esos tres colores son uno solo, y no pueden diferenciarlos.

Cómo se puede aprovechar esto


¿Las buenas noticias? Podemos aprender nuevos conceptos, especialmente si aprendemos nuevos idiomas. Cuando una persona aprende la diferencia entre el celeste y azul, adquiere la capacidad de diferenciarlos, aumenta su habilidad de distinguir y recordar información relacionada a esos colores, y de apreciar el mundo a su alrededor.

Algo similar ocurre con los idiomas cardinales y los números en idiomas asiáticos, en tíérminos de habilidades de ubicarse espacialmente, procesar cifras y hacer operaciones matemáticas. Aprender conceptos que no necesariamente son traducibles en nuestro propio lenguaje tambiíén ampliarí­a la manera que tenemos de ver el mundo.

¿Y los garabatos?


Mientras que no hay evidencia concluyente de que decir garabatos moldee la forma en que nos comportamos, sí­ se ha comprobado que decir garabatos nos estresa aun cuando no los digamos con intención. Un estudio realizado por docentes de la Universidad de Bristol mostró que reemplazar garabatos por eufemismos (una palabra que reemplaza y “suaviza” la palabra original) nos permitirí­a tener las mismas discusiones sin tener que desgastarnos tanto.

Aún quedan muchas preguntas por responder


Estos casos y estudios abren varias interrogantes: ¿Si no usáramos la conjugación en futuro, ahorrarí­amos más? Al aprender palabras para diferenciar más colores enriquecemos nuestra manera del ver el mundo. Si aprendemos -y usamos- más palabras para describir cuando nos sentimos bien o cuando nos sentimos felices, ¿serí­amos más felices, o nos sentirí­amos mejor? Si siempre me describo como una persona paciente o contenta, ¿serí­a más paciente y contento?

Independiente de las respuestas, la conclusión es clara: el lenguaje que usamos sí­ tiene un efecto claro -y medible, muchas veces- sobre nuestra manera de pensar y comportarnos. Además del hecho que aprender otros idiomas literalmente expande tu manera de pensar y ver el mundo, yo personalmente recomendarí­a que siempre pusiíéramos ojo sobre el lenguaje que usamos para alinearlo con nuestros objetivos y nuestras metas.