Por... Mark Gilbert
Los libros de texto sugieren que cuando hay un período prolongado de caída de precios, las empresas y consumidores aplazarán las compras con la expectativa de que caigan más, pero el mundo real no está respondiendo a esta teoría, y un ejemplo es España.
Jacob Rothschild, el descendiente multimillonario de la que podría decirse que es la mayor dinastía bancaria de Europa, dice que estamos viviendo “el mayor experimento de política monetaria en la historia del mundoâ€.
Sin embargo, hay un gran fallo en este experimento: el mundo real no está respondiendo a la política de la forma en que los libros de texto dicen que debería hacerlo. Es más, parece cada vez más evidente que los temores que llevaron a unos tipos de interíés cero y a los programas de compras activos fueron, en el mejor de los casos, exagerados, si no totalmente injustificados.
Resulta fácil diseccionar el dilema económico. En casi todas partes los bancos centrales han santificado el objetivo de inflación del 2 por ciento como el nirvana económico.
Sin embargo, los precios al consumo de las principales economías del mundo están aumentando de forma mucho más lenta que este ideal arbitrario.
España se ha constituido en un ejemplo representativo de la deflación.
Los precios cayeron un 0.6 por ciento en julio, el duodíécimo mes consecutivo que no se ha registrado un aumento de la inflación.
Los libros de texto sugieren que cuando hay un período prolongado de caída de precios -la definición de deflación- la economía puede entrar rápidamente en un círculo vicioso.
Las empresas y los consumidores aplazarán las compras ante las expectativas de que los productos y los servicios se abaraten aún más en el futuro.
Por tanto, si España ha registrado una tasa media de inflación de menos 0.4 por ciento desde finales de 2013 y ha registrado una caída de precios en 23 de los últimos 30 meses, los consumidores habrán respondido alejándose de las tiendas y recortando el gasto, ¿no?
Erróneo.
El incremento medio anual de las ventas minoristas en España en los últimos tres años ha sido del 1.7 por ciento. El gasto aumentó un 5.8 por ciento en junio, pese a una caída de los precios del 0.8 por ciento.
La posibilidad de un abaratamiento de los productos en el futuro no parece estar inhibiendo a los españoles de darse un poco de gusto (o bastante) de terapia consumista.
¿Hay algo en la economía española que pueda explicar esta actitud despreocupada hacia una caída de los precios? (Aparte, me refiero, de lo que parece ser una verdad obvia -bueno, obvia para los no economistas- que la mayoría de la gente percibe unos precios más bajos como una oportunidad para comprar más cosas).
Un íéxito importante ha sido la caída de la tasa de desempleo. La cifra de desempleados de junio seguía siendo extremadamente alta en un 19.9 por ciento, pero ha caído a un ritmo constante desde un pico de más del 26 por ciento a principios de 2013.
Y si se compara esta caída del desempleo en España con una lectura del consumo interno de Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos se puede apreciar una tendencia interesante: con el aumento de la tasa del empleo llega un aumento del consumo.
Extrapolar lo específico a lo general siempre es arriesgado. Lo que está ocurriendo en la economía de España podría ser característico de sus circunstancias particulares, y no ser aplicable a otro país.
Pero los datos económicos de España le hacen a uno preguntarse si el temor a una deflación -y si las medidas mundiales sin precedentes para evitar este fenómeno de precios- son un caso de mucho ruido y pocas nueces.