https://www.bbvaopenmind.com/mendel-y-las-bases-del-sorteo-genetico/#.WHC3HTrDgMQ.facebookMendel y las bases del sorteo geníético
Era el año 1900 y empezaban a desvelarse los misterios cuánticos del interior de los átomos, pero las mentes más sabias del mundo aún no podían explicar cómo era posible que una persona tuviese los pies planos y sus padres no. De repente tres científicos, un holandíés, un alemán y un austríaco creyeron haber descubierto por su cuenta cómo los hijos heredan los rasgos físicos de sus padres. Antes de que pudieran pelearse por entrar en la Historia, se descubrió que la primicia se la había apuntado 35 años antes un monje austríaco cuyas investigaciones con guisantes pasaron casi desapercibidas.
Ese monje era Gregor Mendel (1822-1884), un apasionado de la estadística y de la jardinería. Pero no era un simple aficionado que descubrió las bases de la Geníética por casualidad mientras cultivaba hortalizas. Sabía lo que buscaba; y lo encontró con un experimento muy bien planificado. Los monjes de su monasterio en Brno (hoy en la República Checa) tenían fama de investigadores meticulosos. Y haciendo honor a esa fama, el abad permitió a Mendel dedicarse de lleno a la ciencia y le puso dos ayudantes a jornada completa para cruzar una y otra vez 30.000 plantas de guisantes durante ocho años, en una larga cadena de delicados ensayos.
BBVA-OpenMind-MENDEL
Sello alemán para conmemorar el primer centenario de la muerte de Mendel. Críédito: Deutsche Bundespost
Hacía siglos y siglos que se cruzaban animales y plantas para obtener razas más útiles. Esa ingeniería geníética primitiva era parte del saber popular, pero nadie entendía cómo funcionaba. Muchos científicos del siglo XIX, incluido Darwin, pensaban que los rasgos físicos de los padres se mezclaban en sus hijos, como se mezclan los colores para pintar. Sin embargo, una persona hereda la capacidad de enroscar la lengua en forma de U o no, pero no hereda la capacidad para hacerlo a medias. Mendel estudió en los guisantes ese tipo de rasgos sencillos con dos posibilidades (semilla verde o amarilla, lisa o arrugada, etc.). Al cruzar las plantas de la variedad amarilla pura con las de raza pura verde, esperaba que la mitad de la cosecha saliese de un color y la mitad del otro. Pero todos los guisantes híbridos eran amarillos. Parecía que en todos los hijos había desaparecido la esencia de los progenitores verdes, pero lo más curioso fue que en la siguiente generación reaparecieron algunos guisantes verdes como sus abuelos: exactamente uno de cada cuatro.
Cada vez que repetía el experimento salía esa proporción, así que Mendel atacó aquel problema de biología con sus habilidades matemáticas. De esa fusión nació una nueva ciencia, la Geníética, gracias a sus cálculos estadísticos de combinaciones, que los botánicos de su país no entendieron bien cuando publicó su trabajo en 1866. Nadie, ni siquiera íél, comprendió que aquello era el complemento ideal para la reciente teoría de la evolución de Darwin. Mendel se resignó, se dedicó a otras cosas y tuvo que llegar el siglo XX para que se reconocieran sus míéritos mucho despuíés de muerto.
í‰l descubrió que en la ficha tíécnica geníética de un guisante la casilla del color no se rellena mezclando los colores de sus dos progenitores ni tampoco con el color de uno solo. En realidad para esos rasgos sencillos hay una casilla doble, que se rellena con una bolita heredada del padre y con otra de la madre. Si una dice “amarillo†y la otra “verde†se impone el color amarillo, el rasgo dominante, y el verde permanece oculto hasta que el azar junte en una de las generaciones siguientes dos bolitas que indican ese color. Igualmente, en los humanos los pies planos pueden aparecer en un hijo aunque no se manifiesten ni en el padre ni en la madre, si ambos son portadores de una bolita de ese rasgo recesivo, como el verde de los guisantes. Todos los seres vivos con reproducción sexual tienen en común esa herencia por sorteo y emparejamiento de unas bolitas a las que hoy llamamos genes. Son como los átomos de la Geníética.
Francisco Domíénech, para Ventana al conocimiento