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Autor Tema: Wetiko, el virus psicoespiritual que está infectando a toda la humanidad  (Leído 602 veces)

Scientia

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Wetiko, el virus psicoespiritual que está infectando a toda la humanidad

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Hay un tíérmino que puede ser muy relevante para lo que estamos viviendo como civilización: wetiko. Este tíérmino es usado por los indí­genas nativo americanos (wetiko para los algonquin, windigo para los Ojibwa) para describir la forma de pensamiento que se desarrolla entre personas que practican el canibalismo, como si fuere el virus mental del canibalismo. Se dice que este patógeno engaña a su huíésped y lo hace creer que obtener la fuerza vital de los demás (plantas, animales, personas, etc.) es una forma lógica y racional de existir. En otras palabras es el virus del egoí­smo, o lo que Paul Levy ha llamado en su libro Dispelling Weitiko, “egofrenia”, el egoí­smo intrí­nsecamente como una enfermedad que impide reconocer la realidad de que vivimos en un mundo interdependiente, que toda la vida tiene el mismo valor intrí­nseco y que en realidad no existimos como egos separados.
En su libro Colombus and Other Cannibals, el historiador de la cultura nativo americana, Jack D. Forbes, describe la creencia común entre comunidades indí­genas de que los conquistadores europeos estaban crónicamente infectados de wetiko. “Trágicamente, la historia del mundo en los últimos 2 mil años es, en gran medida, la historia de la epidemiologí­a de la enfermedad del wetiko”, escribe Forbes. “El canibalismo es el consumo de la vida de otra persona para el beneficio propio”. Puede que actualmente el canibalismo no ocurra de manera literal —aunque se podrí­a argumentar que alimentarnos de animales es una forma de canibalismo—, pero ocurre masivamente en la forma en la que se ejecuta nuestro sistema económico. Miles de millones de personas viven entregando su jornal, toda su fuerza vital, persiguiendo una ilusión, una fantasí­a ajena, y en el proceso entregando su riqueza a unos pocos. Podemos ver un canibalismo en la voluntad de poder de conquistar el mundo y explotar la naturaleza; en el sobreconsumo y en la extracción de todos los recursos con el fin de obtener más ganancias personales (una especie de vampirismo tambiíén de la fuerza vital del planeta). Todo esto se hace en nombre de la civilización, un argumento colectivo que es la más crasa hipocresí­a. Cuando le preguntaron a Gandhi que pensaba de la civilización occidental, contestó: “Creo que serí­a una buena idea”. Una buena idea que pese a algunos intentos no ha logrado materializarse.
Al final de cuentas el egoí­smo, o la egofrenia, es un canibalismo psí­qiuico. Decimos que es una enfermedad espiritual o psicoespiritual, porque centra toda la conciencia en una parte del cerebro e impide reconocer la profundidad de la mente, que no está constreñida sólo a un cuerpo, a la materia, es decir,  niega el aspecto espiritual del ser.  “La civilización moderna padece un extremo dominio de los aspectos racionales e intelectuales de la mente, un desequilibrio que parece desconectarnos de la naturaleza, de la empatí­a y de nosotros mismos”, dice Levy.
Podemos cree que wetiko es sólo una forma, más o menos supersticiosa, de imaginar concretamente nuestro egoí­smo. Pero es posible que aunque sea sólo una enfermedad mental pueda tambiíén contagiarse y replicarse en otras personas, como sugiere la teorí­a memíética de Richard Dawkins. La información en cierta forma se comporta como un organismo vivo que busca perpetuarse, lo cual logra infectando a travíés de las ideas y el contenido mental (genes culturales) a otros organismos. Paul Levy sugiere que el wetiko opera como un virus mental que esparce a travíés de nuestros puntos ciegos, de la mente subconsciente, y depende de nuestra propia ignorancia de lo que está sucediendo, es decir, de no ver que estamos siendo arrastrados por la importancia personal o la egofrenia.
Levy compara el wetiko con el concepto de la Prisión de Hierro Negro del escritor Philip K. Dick. En sus visiones gnósticas Dick notó que “estamos en un tipo de prisión pero no lo sabemos”. Darnos cuenta de que estamos encerrados en una prisión que existe una especie de simulación generada por nuestra propia mente (infecta por un agente patógeno, “un falsificador del espí­ritu”) que se superpone a la realidad. “La Prisión de Hierro Negro es una vasta y compleja forma de vida que se protege a sí­ misma induciendo una alucinación negativa”.
La Prisión de Hierro Negro se replica creando a travíés de nosotros microextensiones de ella misma, “extendiendo su pensamiento androide (la uniformidad) cada vez más”. A lo que Levy agrega ”el pensamiento androide, esto es, pensamiento grupal robótico mecanicista (sin creatividad programada en su sistema) es uno de las cualidades de la mente tomada por wetiko”. La enfermedad opera produciendo un sentido de aislamiento e independencia, de que estamos solos aquí­ adentro y el mundo haya afuera es salvaje y hostil. “Wetiko nos distrae explotando nuestra tendencia habitual inconsciente a ver la fuente de nuestros problemas como algo externo a nosotros”. Dick habí­a escrito tambiíén que creer que existe una realidad objetiva separada de la mente que lo observa serí­a “un terrible error intelectual”. Esto es importante porque esta creencia en un mundo objetivo es la raí­z de nuestra separación —lo que sustenta un mundo dividido entre un sujeto y sus objetos— y es tambiíén el alimento que mantiene corriendo el programa del ego como una realidad absoluta.
Philip K. Dick escribió “A veces me parece que el planeta está bajo un hechizo.. Estamos dormidos o en un trance”. Dick creí­a que un demiurgo que habí­a querido reemplazar la creación original divina habí­a producido un mundo falso, una realidad espuria —pero lo habí­a producido a travíés de nosotros. El demonio se habí­a infiltrado a nuestra propia mente, al punto de hacernos pensar que es nuestra mente.  (En este sentido puede ser útil recordar la visión del budismo tántrico de que los demonios son en realidad sólo las aflicciones de nuestra propia mente que se proyectan hacia afuera).
Debido a que a final de cuentas el mundo es divino y perfecto, según Dick, el mismo demiurgo y su simulacro global —la Prisión de Hierro Negro o el mismo Wetiko— son agentes de nuestra propia evolución, la enfermedad puede ser el detonador de un estadio de conciencia, de un reconocimiento de lo que es verdaderamente esencial en la vida. Se trata de descubrir que “hay un universo detrás del nuestro, oculto en su interior”. “El mundo no es sólo una falsificación, hay más: es una falsificación, pero debajo de ella yace otro mundo, y es ese otro mundo, ese mundo del Logos, que se filtra y rompe a travíés”. Dick dice que podemos acceder a ese mundo sin la necesidad de un sacerdote o intermediario. Para hacerlo debemos de recordar (anamnesis) que nosotros no somos realmente egos en un cuerpo sino que nuestra naturaleza es la misma que la divinidad que hizo que se manifestará el universo en primer lugar, es decir que somos la totalidad. Es por ello que el camino —y Dick era un ferviente cristiano gnóstico— era liberarse de la importancia personal y no huir del sufrimiento consustancial del mundo, sino hacerlo sacrificio en la trascendencia del conocimiento de esta unidad divina. “Si es que existe la felicidad en el hombre, íésta viene de su renuncia voluntaria a su yo en favor de su participación en el destino de la unidad total”, escribió Dick. “El poder supremo de la compasión es el único poder capaz de resolver este laberinto”. Tenemos aquí­ una receta para escapar de la Prisión de Hierro Negro (de la Matrix) y al mismo tiempo de curarnos de este virus llamado wetiko.
A fin de cuentas la noción de que somos egos o seres individuales separados del mundo es sólo un meme, quizás el meme más exitoso de la historia. Terence Mckenna sugerí­a que debí­amos contrarrestar los efectos del egoí­smo que estaban destruyendo el planeta esparciendo otros memes. En este sentido esparcir el meme de wetiko, es decir, hacer que nos demos cuenta de que padecemos esta enfermedad utilizando mecanismos de replicación de información, podrí­a ser un poderoso remedio para tratar la psicosis colectiva que sufrimos.