Por... Alfredo Serrano Mancilla
El mundo se mueve geoeconómicamente y aún no lo dimensionamos lo suficiente.
Seguimos mirando hacia los mismos polos creyendo que son los únicos. Nadie duda de que Estados Unidos, la Unión Europea y Japón aún conforman un triángulo clave en materia económica, pero no es el único espacio existente. Gracias al creciente protagonismo de los países emergentes, de los BRICS, se abrió algo más el ángulo de la cámara. Sin embargo, a pesar de ello, todavía hay mucho más detrás de ese muro construido por los centros convencionales del poder económico.
Es cierto que la economía global no pasa por su mejor momento. La tasa de crecimiento del PIB mundial prevista, por ejemplo, por la OCDE para los dos años próximos es de 3,5%. La productividad está a la baja y el comercio también. La economía real no despega, y todo ello dificulta el escenario a enfrentar por las economías latinoamericanas. Pero si la región se empecina en intentarlo únicamente con los bloques económicos de siempre, el objetivo aún se tornará más complejo. No es momento para dejar de relacionarse con el otro gran campo de posibilidades existente más allá del orden económico y financiero dominante.
No percatarse de la importancia económica de Indonesia, Malasia, Vietnam, Corea del Sur, Turquía, Irán, Nigeria, Egipto o Camboya, y de tantos otros países más, sería un error estratégico garrafal en clave geoeconómico. China ya se dio cuenta de este fenómeno hace más de una década y actuó en consecuencia diversificando sus relaciones económicas dándole mayor prioridad a este nuevo mundo prominente. Latinoamérica debe hacerlo cuanto antes para construir una alternativa a la única que le ofrecen los países centrales tradicionales, que tiene como base el creciente endeudamiento externo sin reactivación productiva. Si no se esquiva a tiempo el derrame de deuda externa provocado por el gran boom de impresión en esta última década (10 billones emitidos entre Estados Unidos, Unión Europea, Inglaterra y Japón), la región quedará atada de pies y manos, con la condena de tener un modelo de desarrollo fuertemente financiarizado, vacío de economía real, sin demanda interna, y altamente dependiente.
El otro grupo de países mencionados están en fase de expansión y esto ha de ser aprovechado como oportunidad para la nueva inserción estratégica y eficiente a la que deben aspirar los países latinoamericanos. Entre todas, Indonesia es el país más importante, como lo manifiesta el último informe de la OCDE. El año pasado Indonesia se situó como la decimosexta economía en el mundo por el tamaño de su PIB; y como la séptima a nivel global si se ajusta su PIB por paridad de poder adquisitivo, según datos del Banco Mundial. Para las las proyecciones de la OCDE, Indonesia será la cuarta economía global para 2060. Y, a pesar de esta importancia, la relación comercial entre América Latina y el Caribe y este país es ínfima (del total de importaciones de la región en 2017, apenas el 0,3% provino de Indonesia).
Pero esta no es la única economía a considerar en el nuevo mapa geoeconómico con el que relacionarse. Por ejemplo, Malasia hoy está a las puertas de convertirse en un país de altos ingresos (lugar 27 en el ranking de las economías globales, con crecimiento previsto del 5,5% para este año 2018); Vietnam logró una tasa de crecimiento promedio de 6,4% en el periodo 1985-2015; Corea del Sur ocupa el puesto 12 en importancia económica en el mundo y el sexto en exportaciones; Turquía aparece en el lugar 18 en el mundo por su PIB (en 2017 su PIB creció un 7,4 %); Nigeria ha promediado un 7% de crecimiento económico en la última década; Egipto está creciendo a una tasa del 5%; Camboya ha crecido con un constante 7% en los últimos tres años.
Estos son algunos datos que confirman que hay otro mundo más allá de Occidente, y que no estamos mirando hacia él. Los mencionados países están en fase de expansión y crecimiento, y presentan una ventaja fundamental: son economías aún por desarrollar y, por tanto, es más fácil encontrar una relación de complementariedad más simétrica en materia productiva, comercial y financiera con ellas. Representan potenciales aliados económicos con mayores similitudes en tamaño y desarrollo, lo que permite diseñar hojas de ruta específicas para que ambas partes puedan salir ganando, o sea, sobre una base de intercambio menos desigual, sin tanta dominancia ni supremacía de uno sobre otro.
El nuevo paradigma ganar-ganar en las relaciones económicas internacionales para Latinoamérica reside en este otro universo naciente por explorar, sin que ello signifique que se abandone el relacionamiento con los BRICS ni con el resto de economías centrales.