Por: Mariella Balbi
Siempre se dijo que el dinero no garantiza la felicidad. Con acierto el gran Groucho Marx añadió que era mejor llorar sobre un Mercedes Benz que sobre un Volkswagen. La crisis financiera mundial parece darle la razón a Groucho, principalmente en EE.UU. Los directivos de entidades financieras que llevaron a la quiebra a varios bancos, perjudicando a millones de clientes, no la pasan nada mal. Según un artículo del "The New York Times" en español, que distribuye acá un medio local, se rumorea con fundamento que la señora Fuld, esposa del presidente ejecutivo del arruinado y extinto Lehmann Brothers, gastó 2.225 dólares en una cachemira, comprada en la exclusiva tienda Hermes. Este grupo de arruinados pero beneficiados con jugosos bonos ingeniosamente pide a los empleados de las tiendas triple A que les entreguen los lujosos artículos en bolsas corrientes, para no levantar la ira santa y justa de los perjudicados.
A estas alturas ya hay consenso de que la fuerte crisis se originó por un exceso de ambición y voracidad por el dinero. Motivaciones tan humanas como la pasión y la gula. Todas las teorías económicas, los ríos de tinta vertidos en miles de libros sobre el tema sirvieron de poco. Menos sirvió la existencia de la Comisión de Intercambio de Valores, la SBS gringa; se colige que no quisieron ver, seguramente guiados tambiíén por la seducción del platal. Este descalabro colosal tenía que contar con un Clae, ni modo. Aunque muchos quieran puntualizar que Madoff no es nuestro criollo Manrique, la codicia insaciable de quienes perecieron financieramente es la misma. Ajeno al realismo mágico de Manrique, Madoff ofrecía un jugoso 12% de interíés. Como en el Perú, el peso feroz de la realidad llevó a los 'madoffistas' a la ruina, con suicidio incluido.
En la misma edición del "The New York Times" se reseñan los gigantescos sobornos que durante años pagó la empresa alemana Siemens. En cuatro años destinó más de 200 millones de dólares para 'aceitar' a funcionarios venezolanos encargados de las vías del metro, a mexicanos por la modernización de refinerías, de Israel, Argentina, China y Rusia entre otros. El 'sello de calidad' de Siemens, su manejo empresarial, se sustentaba en la coima, ni más ni menos.
No es difícil concluir que la corrupción no tiene cura, ni nunca la tendrá. El poder del dinero resulta siendo más eficiente, más atractivo que la desubicada honestidad. Así las cosas, será difícil que la crisis mundial se supere en un año. Nadie confía en nadie y, como bien se sabe, economía es confianza. Pese a todo, un burbujeante y animado 2009.