Por... Martín Simonetta
Martín Simonetta dice que aunque no es fácil desarmar los legados del populismo, es mucho más difícil hacerlo sin determinación y sin estar consciente de las consecuencias económicas de no hacerlo.
Mauricio Macri será recordado como el líder que derrotó a Cristina Fernández, tras doce años de gobierno populista autoritario. Pero también, como el presidente que resucitó a un populismo, que parecía agonizante. La derrota de 15 puntos vivida por el macrismo en las recientes elecciones primarias ante el kirchnerismo ampliado, renovado, remozado, de aspecto más civilizado (47 por ciento a 32) es el inicio de una nueva etapa de la historia argentina.
A lo largo de su primer mandato, Macri no logró desarmar la pesada estructura dejada por el legado populista: un Estado gigante, sobre empleo público, déficit fiscal, y una peligrosa presión impositiva, que hicieron fracasar su economía.
No es fácil desarmar los legados del populismo, pero menos sin determinación y sin consciencia de las consecuencias económicas y sociales de no hacerlo. El presidente Macri pidió –a pocos días de asumir– que se lo juzgue por: 1) su capacidad de reducir los niveles de pobreza y 2) ganarle la batalla a la inflación. A casi cuatro años de mandato, la pobreza alcanzaría al 35 por ciento de la población, la inflación de los últimos doce meses es superior al 55 por ciento anual, uno de cada dos niños es pobre. Además, en las últimas horas tras los resultados electorales, el riesgo país se acercó a los 1500 puntos básicos y el peso argentino perdió valor respecto de las monedas extranjeras, necesitándose alrededor de 30 por ciento más de la moneda local para comprar un dólar.
El gobierno se negó a aplicar una política de “shock” y fue un firme defensor del “gradualismo”. A pesar de haber experimentado un positivo resultado electoral en 2017, en 2018 enfrentó la primer gran crisis cuya característica central fue una fuerte devaluación de la moneda, que a lo largo del año perdió la mitad de su valor. Ante el cierre de los mercados financieros, el gobierno de Macri debió recurrir al Fondo Monetario Internacional como prestamista de última instancia. A pesar del apoyo del FMI, la economía argentina no logró comenzar a despegar con firmeza, más allá mantener un “dólar pisado” en el período pre-electoral, es decir artificialmente barato, con efectos positivos sobre el nivel de precios.
Las elecciones PASO del 11 de agosto quedarán para la historia por los sorprendentes resultados en contra del oficialismo macrista, totalmente alejados de las estimaciones de casi todas las encuestas de opinión.
La sociedad parece no recordar el legado de los Kirchner, o prefiere “lo malo sobre lo peor”, en su visión. Una de las debilidades del gobierno de Macri ha sido sin duda la comunicación, que permitió a los opositores aprovechar al máximo el descontento popular y el malestar material para resucitar políticamente. En este marco, el Kirchnerismo populista –o peronismo renovado– retorna como héroe ante un gobierno que subestimó la economía, que no logró alcanzar sus metas y terminaría su mandato siendo un mal recuerdo en la historia de los argentinos, especialmente en los sectores más bajos. Si bien no está todo dicho, los desafíos parecen abismales para revertir la situación.
La lección parece clara: no es posible cambiar sin cambiar. Y sin cambios profundos, rápidos y con determinación no parece factible escapar de las tentadoras garras del populismo 'cool' que también lleva al colapso las cuentas públicas, acerca nuevamente al kirchnerismo al poder y evapora los sueños de cambio de una porción de los argentinos.