Por... Xulio Ríos
En vísperas del septuagésimo aniversario de la fundación de la República Popular China, el PCCh afronta un momento de peculiar presión que acentúa el carácter crucial del mandato de Xi Jinping al frente del país.
Seis serían los frentes principales...
En primer lugar, el comercial. La economía ha sido la clave de la emergencia china. El tránsito hacia un nuevo modelo de desarrollo implica cambios y reconversiones estructurales delicadas que exigen un manejo cuidadoso. Nadie duda que si China logra superar con éxito esta transición, su superioridad económica será incontestable tanto en lo cuantitativo como cualitativo. Nos hallamos, por tanto, ante la última oportunidad que EEUU tiene para impedir verse superado definitivamente por el gigante asiático en una magnitud determinante para la proyección del poder global.
La guerra comercial desatada por el presidente Donald Trump aspira tanto a preservar la condición hegemónica estadounidense como a cambiar el modelo económico chino reduciendo, entre otros, el peso del sector público y del Estado, liberalizando la economía en su conjunto para que el nuevo modelo de desarrollo chino se asimile en sus parámetros básicos al imperante en el Occidente liberal. La pérdida de su brazo económico sería el principio del fin del PCCh.
Las esperanzas, por tanto, de que en lo inmediato amaine la guerra comercial son directamente proporcionales al convencimiento de que su desarrollo no fortalezca a China. De ser el caso, si el balance pone de manifiesto que EEUU la va perdiendo, sería abandonada ipso facto.
En segundo lugar, la tecnológica. Con el argumento de la seguridad nacional, esta presión tiene por finalidad impedir que China confirme su avanzada posición en áreas clave de la nueva revolución económica. Dejar atrás a China para situarse en la delantera en la competición por el 5G y otros segmentos tecnológicos, es el imperativo definido por EEUU. Hace 30 años, Washington estaba muy por delante de otros países en tecnología; ahora, no es el caso. La ubicación de China a la vanguardia en esta materia ratificaría su liderazgo global en las próximas décadas.
En tercer lugar, política. Ya no tanto recurriendo a la hipotética disidencia interna, muy diezmada en los últimos años de xiísmo, como haciendo causa especial de las tensiones territoriales, muy especialmente en el supuesto de Xinjiang y Hong Kong. La complejidad del modelo político-territorial, las debilidades del sistema de autonomías y su coexistencia con las tendencias recentralizadoras recientes así como el propio tono de la lucha anti-terrorista interna, entre otros, ofrecen el caldo de cultivo preciso para que las tensiones políticas afloren con potencial suficiente para amenazar la estabilidad.
En cuarto lugar, la comunicacional. La multiplicación de una agenda informativa que apunta a una presentación acentuada de los aspectos más negativos de su emergencia y desarrollo encuentran en el desconocimiento de su cultura en Occidente un terreno abonado para promover con relativa facilidad una imagen controvertida e indeseada. La confrontación ideológica abriga un amplio espacio de hostilidad que previsiblemente se intensificará en los próximos años para adueñarse de la preeminencia del discurso.
En quinto lugar, la militar. La primacía militar de EEUU en el Pacífico está en entredicho. Los aliados que dependen de su seguridad lo saben. El presupuesto en defensa de China ha aumentado significativamente en los últimos años y la reforma militar apunta a configurar un Ejército Popular de Liberación capaz de dificultar que el ejército de EEUU opere a tiempo en las áreas en disputa en las cuales Beijing ha ganado terreno. Los anuncios estadounidenses de proyectos de nuevas bases militares en la zona y de despliegue de misiles de alcance intermedio así como la intensificación de los vínculos militares con Taiwán advierten de que el pulso irá en aumento en los próximos años. China ha dejado en claro cuáles son sus “intereses centrales” en este orden y si bien rechaza involucrarse en una carrera armamentista bien pudiera tener que enfrentar a su pesar desafíos significativos.
En sexto lugar, estratégica. La multiplicación de su presencia económica y, a la par, el incremento de su influencia política en todo el mundo así como el impulso a la Iniciativa de la Franja y la Ruta y sus proyectos asociados han desatado una confrontación abierta en la que EEUU no cesa de advertir de los peligros asociados a un acercamiento “excesivo” a China. De Europa a África o América Latina, Oriente Medio, el Ártico u otras zonas de relevancia estratégica, la prédica estadounidense alterna un presunto apostolado generoso en sermones con la amenaza abierta para evitar que la presencia de Beijing aminore su tradicional condición de indiscutido hegemón.
La concatenación de estas cinco presiones converge en la soflama del vicepresidente Mike Pence en el Instituto Hudson en octubre pasado. Emulando a Churchill, Pence anunció un cambio en la naturaleza de la relación con China, el fin de la contemporarización, para dar paso a una nueva era de confrontación creciente y sin matices con el propósito de afianzar y preservar la hegemonía liberal global.
La reacción del PCCh a esta nueva situación abarca la adopción de medidas en diversos frentes trazando numerosas “líneas rojas” en una disputa que se aventura será larga. Pero la clave principal de la respuesta china reside en la insistencia en el blindaje ideológico quizá bien plasmado en la actual campaña “permanecer fieles a nuestra misión fundacional” que incide en el elemento que le aportaría mayor solidez: la defensa de la soberanía nacional y de la autonomía de su proyecto.
Puede que alguien estime insuficiente esta respuesta o incluso propia de una época ya superada pero, al contrario, pudiera ser decisiva para sortear las dificultades presentes y por venir, abundando en la real dimensión histórica de la larga transformación china.