Por... Carlos Rodríguez Braun
Carlos Rodríguez Braun dice que los impuestos no expresan solidaridad, salvo que se confunda a la Madre Teresa de Calcuta con la Agencia Tributaria.
Kathleen Kennedy Townsend, de la Universidad de Georgetown, señaló en ABC: “Hay mucha gente rica en EE.UU. dispuesta a pagar más impuestos”. Y César Rendueles, de la Universidad Complutense, proclamó en El País: “Los impuestos son el cemento de la democracia liberal, una expresión cuantitativa de la red de solidaridades que articula nuestra sociedad”. Parece que en las universidades a ambos lados del Atlántico se ignora que los impuestos son obligatorios –si no los pagamos, podemos acabar en la cárcel– y que la democracia significa elegir.
La profesora Kennedy Townsend aplaude a Biden: “quiere construir la economía desde cero y asegurarse de que tengamos justicia, que todos tengan un buen trabajo con buenos beneficios”. Para eso basta con subir los impuestos, “un poco más a las corporaciones y a los más ricos”. Y para colmo de bienes, algunos ricos, encima, quieren.
Pero cualquiera puede entregar todo su dinero al Estado. El problema estriba en que no se trata de la opción libre de una minoría de ricos sino de la coacción sobre todos. Lo sugiere ella misma, cuando recomienda “facilitar el ahorro, como se hace en Europa, que coloca una parte de los salarios en la Seguridad Social”. Otra vez, la cuestión es que la Seguridad Social no tiene nada que ver con el ahorro, porque el poder político impone un sistema de reparto y no de capitalización, y las cotizaciones sociales son tan obligatorias como los impuestos.
El profesor Rendueles comete el mismo error de solapar la política y la sociedad civil, porque los impuestos no expresan ninguna solidaridad, y no es lo mismo la Madre Teresa de Calcuta que la Agencia Tributaria. A esta confusión de los socialistas de todos los partidos se añade la perpetua invención del enfrentamiento social. Asegura don César que hay una “guerra fiscal”, nada menos, entre los ricos y las autoridades contra la mayoría del país. Igual que la señora Kennedy, sugiere el profesor que la solución está a la mano, y es cobrarles más impuestos a los ricos. Junto a este remedo de la lucha de clases, el profesor Rendueles habla seriamente de “nuestro decrépito Estado de bienestar”. Solo cabe la inquietud de conjeturar cuánto más debería aumentar la coerción política y legislativa sobre la masa del pueblo para que don César considere que el Estado ha alcanzado por fin una dimensión tranquilizadoramente saludable.