Por masud ahmed
La pérdida de fe en el sistema internacional ahora está muy extendida en todo el mundo en desarrollo, escribe Masood Ahmed.
Cada reunión internacional tiene su propio espíritu de la época. Cuando los líderes nacionales se reúnen en eventos globales o cónclaves regionales, intercambian notas sobre temas de política actual, pero un sentimiento particular domina cada reunión. A menudo es ansiedad, alivio, solidaridad o determinación. Pero el sentimiento más presente en la reciente reunión en Accra del Banco Africano de Desarrollo donde los jefes de finanzas del continente se reunieron con sus contrapartes del mundo rico fue nuevo y diferente. Fue una pérdida generalizada de confianza en la voluntad de la comunidad internacional de reconocer la tormenta perfecta que azota a las economías africanas y brindar apoyo a la escala y velocidad necesarias.
Esa reunión fue sobre África, pero la pérdida de fe en el sistema internacional ahora es generalizada en todo el mundo en desarrollo. Sea testigo del fracaso de la reunión preparatoria de la semana pasada en Bonn para la cumbre climática de noviembre, COP27. O simplemente escuche lo que dice el presidente de Senegal, Macky Sall, sobre cómo las sanciones occidentales han empeorado la crisis alimentaria de África y su llamamiento al presidente ruso, Vladimir Putin, para que libere las exportaciones de cereales de Ucrania .
El resentimiento se ha ido acumulando durante algún tiempo. El primer ladrillo del muro de la desconfianza lo pusieron los enfoques contrastantes para mitigar el impacto económico de la pandemia. Los países ricos abrieron los grifos del gasto en casa pero ofrecieron un apoyo anémico y lento al resto del mundo. Luego vinieron los retrasos en el intercambio de vacunas Covid recientemente desarrolladas y el acaparamiento de existencias de vacunas en exceso mientras los trabajadores de salud de primera línea y los vulnerables permanecían inactivos en los países en desarrollo. Después de eso, fue la falta de acción sobre el problema de la deuda insostenible donde las advertencias cada vez más articuladas de una crisis inminente se convirtieron en el sustituto, en lugar del preludio, de la acción necesaria para enfrentarla.
