Todos sabemos que tenemos un ojo dominante sobre el otro, esto significa que un ojo hace foco y el otro se acomoda, pero cuando esto se dificulta se produce una patología conocida como astigmatismo. Concretamente, los problemas en la acomodación visual frente a un punto determinado del campo visual. Es común que el paciente vertiginoso sufra de astigmatismo con anterioridad a la aparición de los síntomas. Recordemos que los músculos cervicales toman como referencia para acomodar la cabeza en el plano vertical que la mirada tenga un plano horizontal paralelo al suelo, por lo que cualquier alteración en el campo visual, y fundamentalmente en la acomodación, será compensada con ajustes en los músculos del cuello. De ninguna manera se debe esperar de aquel que sufre vértigos, que tenga necesariamente problemas de acomodación visual, pero sí es un dato para tener en cuenta. Otro elemento a considerar, desde el punto de vista biológico, es la tensión de los músculos que se ve aumentada cuando sentimos frío en forma intensa, y particularmente con los primeros fríos del año cuando aún el cuerpo no se encuentra adaptado a las bajas temperaturas. Si bien estas circunstancias provocan un aumento de la sintomatología, es imposible que produzcan vértigos por sí solas.
Las líneas precedentes tratan de dar una explicación biológica y psicológica, pero nos falta aún acomodar toda esta sintomatología en un contexto social, que fue en realidad con lo que habíamos empezado este libro.
Desde el punto de vista de la transmisión cultural, la idea de bajar la cabeza significa humillación o humildad, mientras que la idea de levantarla comunica dignidad. Todas las religiones proponen bajar la cabeza ante Dios como muestra de humildad y así reconocerlo como un ser superior. Desde que el poder existe entre los hombres, bajar la cabeza ante el que lo sustenta ha sido un signo de dominio y humillación, por el contrario mantener la cabeza firme y erguida como los soldados en su formación es un signo de dignidad. “Esconder la cabeza” o “llevar la frente bien alta” son dos conceptos que han tenido un claro sentido y vigencia desde siempre. Sin querer, la cultura popular ha dado un trabajo extra a los músculos cervicales y fundamentalmente a los de la nuca. En nuestros días, donde priva el individualismo, un cuello rígido a pesar de ser causante de dolor es un símbolo de éxito, y una cabeza caída es una expresión de fracaso. Claro que esto no es casualidad, los primeros músculos que aprendemos a mover en forma voluntaria son precisamente los músculos del cuello, y esto ocurre generalmente en los tres primeros meses de vida. Pero ya de adultos siguen siendo los músculos del cuello los responsables de mostrar nuestra voluntad ante la sociedad.
El vértigo y el mareo se definen como sensaciones subjetivas donde la persona siente que los objetos se mueven a pesar de tener conciencia de que esto no ocurre, por lo tanto es un problema de percepción. La percepción es precisamente un paso intermedio entre las sensaciones y emociones antes del pensamiento conciente; como ya sabemos, son muchos los elementos que pueden influir en este paso intermedio. Siempre desde la subjetividad estará presente, pero igual de forma concreta y objetiva el malestar existe, y de la misma forma se debería actuar frente a él, pero en tiempos actuales hay una realidad en la objetividad de medir la biología del ser humano solo en números y todo aquello que escapa a sus parámetros científicamente-tecnológicos aceptados es: enfermedad, esa realidad científica se auto-descalifica constantemente con la renovada tecnología que busca mas precisión en sus mediciones, a tal punto que los parámetros sanos se patologizan cíclicamente con el correr del tiempo.
Por “decreto científico” hasta el próximo número exacto, aun no demostrado y así sucesivamente, la ciencia crea nuevas enfermedades en el ser humano sano, por ejemplo la ternura no es medible científicamente, ni existe elemento tecnológico que demuestre de forma científica su existencia, pero la ternura existe y es inherente a la condición humana, esta solo se entiende en la realidad subjetiva de cada ser humano y su historia de vida.
No es necesario explicar que la falta de ternura en el desarrollo de la personalidad de un niño, llevará consigo una forma muy distinta de entender la vida cuando sea adulto y enfrente realidades subjetivas, a la de aquel que recibió adecuadamente la ternura necesaria y entendió la subjetividad de las emociones y sentimientos.
Sí es bueno recordar que el contacto corporal del bebé con su madre o los sustitutos lazos familiares son determinantes en el desarrollo y maduración del sistema nervioso, en particular con la parte conocida como glia (el tejido sostén y nutricio del SNC) la maduración incompleta de la glia traerá insuficiencia individualidad inmunológicas mas inmadurez enzimática.
Como es natural, “la ciencia hipertecnológica” no puede ni sabe medir la relación afectiva del recién nacido y su madre, pero una madre sí sabe de la necesidad de contacto y calor humano con su hijo/a.
Todo buen sanitario dedicado a la pediatría en su especialidad correspondiente, es un gran observador de este hecho de forma subjetiva, por eso nadie desprecia la experiencia del observador.
Las actitudes frente a la vida serán distintas entre la forma de resolver solo desde la lógica objetiva irrestrictita y medible en números, con la que acepta la lógica pero entiende los matices de la subjetividad de la realidad circundante y afecta al individuo como persona.
Personas inteligentes y muy lógicas frente a los síntomas se desesperan si no encuentran el diagnóstico lógico y medible, pero cuando la medicina de la evidencia lógica medible les devuelve: un “no hay diagnóstico-no hay enfermedad”, el síntoma suele agravarse por el desconcierto de la falta de objetividad, trayendo consigo la obsesión; esta es la que articula la vida del ser humano estrictamente lógico y su síntoma subjetivo sin diagnóstico claro.
La obsesión por el síntoma y su falta de diagnóstico biológico medible es mayor que la necesidad de entender qué refiere el síntoma desde la subjetividad de su reclamo.
Las nuevas tecnologías y tampoco las viejas, crearon el “dolorímetro” para medir cuanto es mucho o poco dolor, ni tampoco inventaron el “mareograma” que muestre una gráfica del nivel de mareo, ni el “animómetro” que nos indique los niveles sanos de ansiedad, angustia, depresión o melancolía.
Un revés psicológico afecta la biología del cuerpo en milisegundos trasformando la bioquímica cerebral y esta la endocrina, produciendo síntomas físicos no medibles por su velocidad de aparición y desaparición.
Todo exceso de carga psíquica se trasforma en un aumento de carga y conducción por todo el sistema nervioso, esta energía se hace motriz plagando el cuerpo de contracturas dolorosas y muy sintomáticas que tampoco se pueden medir, pero sin duda ocurren, alterando la calidad de vida de quien las sufre.
Paracelso, Galeno ya hablaban de los males del alma y el cuerpo, Da Vinci buscaba en sus trabajos de anatomía humana la relación de las enfermedades y el ánima, Feijoo demostró las atrocidades de las sangrías como práctica médica cuando esta hace cuarto siglos era una técnica de avanzada.
Jung, Pasteur, Bernard, Freud, Adler, Marañon, Rof Carballo, Scardo, Graham entre tantos pioneros entendían las enfermedades en las circunstancias biológicas afectadas por el medio social y los efectos de la psicología del individuo, nunca despreciando la clínica, ni los estudios de laboratorio o imágenes, pero siempre escuchando al paciente y respondiendo en consecuencia creando así el vinculo entre ellos.
Nada mas subjetivo que el vínculo entre el o la paciente y el o la sanitario/a, pero nada mas cercano a la posibilidad de la sanación desde ese vínculo, basado en la creencia mutua, que es desde donde comienza toda terapéutica, ya que nuestra biología es un conjunto de átomos que forman moléculas, estas células y su conjunto tejidos especializados, pero definitivamente somos un gran número de historias personales vividas que merecen ser escuchadas.
Características de los episodios de vértigo
Nivel 1:
Fuerte sensación de inestabilidad de corta duración, apenas unos segundos, alguna emoción fuerte o un cambio brusco de la posición de la cabeza. Se refiere con frases como: “sentí que se me movía el suelo”, “sentí que me movieron la cabeza”.
Nivel 2:
Sensación de inestabilidad prolongada que dura unos minutos, seguido de sudoración y palpitaciones por una fuerte descarga de adrenalina (producto del susto y no de la tensión cervical que es el origen del mareo). Suele ocurrir en lugares muy concurridos (grandes almacenes y supermercados). Desaparece saliendo de los lugares mencionados y deja una desagradable sensación similar a una bajada de tensión arterial.
Nivel 3:
Inestabilidad casi permanente: desaparece sólo en la cama o sentado en lugares que el paciente siente como seguros. Hay estado de aturdimiento y gran temor. El paciente refiere “que camina sobre algodones” o “que está en las nubes”. Percibe al entorno con una extraña sensación de irrealidad que contrasta con que nunca hay pérdida de la conciencia ni de lógica.
Nivel 4:
El paciente vive en un estado de ansiedad permanente, solo varia la intensidad de esta. Aprende a convivir con los episodios. La contractura cervical no le parece motivo suficiente como para padecerlos que en parte es cierto, sospecha del componente emocional que si es muy cierto, pero le cuesta aceptarlo solo quiere explicaciones biológicas y una solución “mágica”, la situación se vuelve crónica. Existen pacientes que conviven con ella durante años alternados con ciertos períodos de calma, con periodos muy críticos.
Nivel 5:
La negación del problema como una constitución psicosomática donde la biología del problema es tan relevante como el conflicto emocional, le hace pensar al paciente que otros síntomas comunes que suelen acompañar al vértigo y mareo como dermatitis, estreñimiento o colitis, son otros problemas sin conexión entre ellos. Esto suma más especialistas y más confusión, que da como resultado increíbles cantidades de fármacos a ingerir por tiempos muy prolongados con consecuencias indeseables que suelen agravar los vértigos.
Nivel 6:
El cuadro médico se transforma en un verdadero y complejo rompecabezas de diagnósticos y tratamientos que el paciente debe armar y buscar la solución. Nunca la encuentra, ya que el sistema se olvidó de su verdadero rol y al paciente además de padecer, se le exige un protagonismo injusto: él debe comprender en lugar de ser comprendido.
Nivel 7:
La imposibilidad de resolver el rompecabezas se transforma en un estado de desesperación personal y ruptura de la confianza básica en uno mismo.
Nivel 8:
Los vértigos y mareos son el vínculo de la persona consigo misma, una forma patológica de identidad que se transforma en obsesión. Ya nada es más importante que sus vértigos y mareos, es muy difícil vivir sin pensar todo el tiempo en ellos y condicionan su vida.
Nivel 9:
La obsesión termina por unir los pedazos del rompecabezas de la patología y une la unidad de si mismo de forma contra natura,”ya no puede ser quien fue” solo es alguien en relación a sus mareos o vértigos, vive en su búsqueda desesperada e incomprendida por una solución que no aparece y su la única esperanza es la paradoja de ser un ser quien no es buscando volver a ser quien fue.
Nivel 10:
Se encuentra un tratamiento que entienda al paciente como una persona en toda su unidad biológica, psicológica y social. desde una técnica de medicina manual de realineación de su postura destruida por tensiones musculares parásitas, al tiempo que se entienden los factores psicológicos característicos e históricos del individuo sumergido en una sociedad de incomprensión.
http://www.arieljoselovsky.es/index.php/descargas.html...