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Cuando Martin DuPain regresó a casa después de una caminata corta el jueves por la tarde, estaba cubierto por unas cuantas criaturas voladoras diminutas. Estaban en su cabello, en su camisa y en su nariz.
Cuando estornudaba, los bichos salían volando.
Como si el humo y la neblina provenientes de los incendios forestales en Canadá no fueran suficientes, la ciudad de Nueva York se ha visto invadida en los últimos días por columnas de insectos voladores que se han convertido tanto en una molestia como en una fuente de fascinación: ¿qué eran?, ¿dónde estaban? vienen y se irán alguna vez? ¿Otra exportación canadiense no deseada?