Por… Eduardo Camín
La OTAN alcanzó en el 2020 la impresionante cifra de 1,03 billones de dólares, más de la mitad del gasto militar total del planeta.
¿Qué hay detrás? ... El declive de un imperio y la emergencia de una nueva potencia con el poder suficiente para cuestionar el orden existente.
En la Unión Europea (UE), en estos momentos de recrudecimiento de la pandemia, nadie quiere hablar de las duras realidades y de un incierto futuro, y nadie sabe, por tanto, hacia donde ha de avanzarse, mientras las dificultades no hacen sino acumularse.
El final de la era de Ángela Merkel, el mapa negro de la pandemia, el Brexit, las tensiones con Rusia y la competencia con China son algunos de los factores que confluyen para hacer del 2022 un año potencialmente complejo para la UE, en el que se van a poner sobre la mesa discusiones cruciales como la reforma del pacto de estabilidad, la necesidad de un presupuesto específico para la zona euro o el papel de Europa en un mundo dominado por las tensiones geopolíticas.
Las noticias inquietantes son muchas y aparentan andar sueltas. Parecía que tienen vida propia; desconectadas de las demás, pero las coyunturas históricas las unifican y les dan sentido. Tiempos de incertidumbres; de dudas existenciales, en esta época donde sopla un “viento sin norte” propio de los momentos de cansancio de la razón o de los periodos en que la razón instrumental abandona su tarea y recala en un sueño intranquilo.
El problema es que en la parálisis actual todo se abandona a las tareas del día sin ningún proyecto de fondo claro que las oriente. Aunque para más de un funcionalista ese sea el modo de avanzar, dejando que la solución de los problemas que surgen y su propio decurso cree la necesidad de una mayor unión y la vaya generando. Sin embargo, sin un plan claro ninguna integración real, no meramente sistémica sino también normativa, puede darse.
Cada dato exigiría, sin dudas, la dialéctica del análisis pormenorizado. En un mundo en el que las relaciones de poder global se están modificando a pasos agigantados, donde la decadencia del imperio estadounidense y la emergencia de China están generando una dinámica histórico-social que unifica procesos, que pone en crisis la globalización tal como la hemos conocido e impone cambios geopolíticos de enorme magnitud.
Nuevos vientos, viejas tormentas
Los vientos de cambio que soplan desde Berlín sitúan a la Unión Europea ante un tiempo nuevo. Hoy e el nuevo canciller Olaf Scholz propone “un cambio de paradigma” en su país para invertir en la cohesión social, plantea “avanzar hacia una Europa federal” y está abierto a reformar el pacto de estabilidad de la zona euro. El cambio de tono es evidente.
Francia, está desde el 1 de enero al frente de la presidencia de turno de la UE, ha convocado a los líderes europeos a una cumbre informal para definir “un nuevo modelo europeo de inversión y crecimiento”.
Podría ser el momento en que el presidente Emmanuel Macron y el primer ministro italiano, Mario Draghi, presenten su esperada propuesta sobre la reforma del pacto y la arquitectura institucional de la moneda común para aplicar las que, a su juicio, han sido las lecciones de la pandemia y la crisis de euro, cuando el PIB tardó cuatro veces más que ahora en recuperarse.
No obstante, el desenlace de estos debates dependerá de varios factores. Por el lado francés, obviamente, de quién sea el vencedor de las elecciones presidenciales en la próxima primavera europea. El panorama cambiaría completamente si el interlocutor de Scholz no es Macron sino la extrema derecha de Marine Le Pen o Éric Zemmour. Mientras que, del lado alemán, los acuerdos internos a los que llegue la nueva coalición de gobierno sobre cómo financiar su masivo plan de inversiones serán el sostén de algunas reformas europeas.
Desde marzo del 2020, cuando estalló la pandemia, las reglas presupuestarias desde Maastricht al pacto de estabilidad están suspendidas para dar flexibilidad de gasto a los gobiernos, pero este año debe tomarse decisiones sobre su futuro. En su primera cita en París, Macron pidió a Scholz que fuera creativo en ese sentido.
Una posibilidad es que ciertas inversiones no computen a efectos de déficit y deuda, los sacrosantos topes del 3% y el 60%, por ejemplo, las destinadas a impulsar la transición energética o la digitalización. Los autodenominados países frugales también empiezan a cambiar el paso. Por su parte el nuevo gobierno neerlandés, acaba de lanzar un plan de inversiones histórico y se dispone a nombrar un ministro de Finanzas más afín a las nuevas tesis germanas.
Otra negociación pendiente es el futuro del Fondo de Recuperación, cuyas ayudas (unos 750.000 millones de euros, condicionados a la adopción de reformas) acabarán teóricamente en el 2027, a la vez que Francia quiere hacerlo permanente.
Uno de los impulsores de este instrumento, financiado en parte por primera vez por emisiones de deuda común, fue precisamente Scholz, el último ministro de Finanzas de Merkel. “Si Italia lo hace mal, sería un desastre para Europa. Entonces los estados del norte podrían decir que la UE no debería habernos dado dinero, que no lo hemos gastado bien”, alerta el ex primer ministro italiano Enrico Letta. Su aviso vale para todos: el fondo anticrisis puede ser el embrión de una nueva criatura financiera europea.