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Autor Tema: Microcosmos, Macrocosmos.  (Leído 1654 veces)

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Microcosmos, Macrocosmos.
« en: Noviembre 30, 2009, 09:04:35 pm »
Nuestro cuerpo está formado por millones de seres vivientes pequeñí­simos: las así­ llamadas cíélulas. Cada una de estas cíélulas tiene una existencia relativamente independiente, tiene una vida propia dotada de todos los elementos inherentes a ella: metabolismo, asimilación, secreción, desarrollo, multiplicación y muerte. Y unidos a estos elementos exteriores de la vida, hemos de pensar que tambiíén han de desarrollarse procesos de vida interior, acaso bajo la forma de sensaciones extremadamente primitivas, oscuras, de placer y displacer. Ninguna de las cíélulas podrá percibir con carácter inmediato y claro el contenido de vida de otra cíélula integrante de un mismo cuerpo humano; pero el hombre cuyo cuerpo sea el producto de la integración de cada una de tales cíélulas con las demás, no aí­sla en sus percepciones la percepción de cada una de las cíélulas que integran su cuerpo, sino que reúne dichas percepciones celulares como suma que da por resultado su percepción total como ser humano. Pero esta suma no consiste en la mera adición de las percepciones parciales, sino que es, si se me permite decirlo, su reunión en una unidad superior, su unión en un plano más alto, tanto más alto cuanto mayor sea la altura a que estíé la conciencia humana con respecto a la conciencia celular. La conciencia total de las cíélulas está contenida en la conciencia del ser humano como unidad superior. De ahí­ que el continuo reemplazo de cíélulas moribundas por otras cíélulas "sucesoras" no signifique ningún desgarramiento de la conciencia total del hombre; en la continuidad de su experiencia vital se incluye la continuidad de sus millones de cíélulas. Y viceversa, toda flaqueza del organismo humano considerado en su totalidad, toda inquietud, toda idea resultante del contacto con el medio ambiente, todo estado de ánimo, placer, dolor, ira, amor, satisfacción, desasosiego. serenidad, malestar, bienestar, en fin, todo lo que la conciencia humana percibe en su plano de humanidad, hallará la forma de manifestarse tambiíén "allá", en la conciencia celular, bajo forma de alteración oscuramente percibida de la vitalidad de las cíélulas, trátese de disminución de dicha vitalidad, o de un aumento de ella, según el ser humano se sienta deprimido o eufórico.


Imaginemos que una de tales cíélulas tuviese igual capacidad de discernimiento crí­tico que la que posee el hombre de cuyo organismo total aquella cíélula es parte mí­nima; ni aun en ese caso dicha cíélula tendrí­a representación alguna del cuerpo total del ser humano, ni de su apariencia exterior que la cíélula jamás podrí­a percibir. ni de su "interioridad"; tampoco tendrí­a idea de la proveniencia de las alteraciones de su estado vital; lo único que podrí­a creer es que tales alteraciones provienen de dentro de ella misma o resultan del contacto con las cíélulas inmediatamente próxima a ella. En cambio la idea de que forma parte no sólo fí­sica sino tambiíén psí­quica y mental de un organismo superior, juntamente con millones de otras cíélulas y en la misma forma que íéstas, más aún, la idea de que aquello que dicha cíélula habí­a considerado siempre como su propia vida individual, independiente, no es más que una partí­cula de vida que debe su existencia y su esencia al hecho de estar integrando aquel organismo superior, del cual se producen -sin, que ella cobre conciencia- todos los impulsos y energí­as de la vida propia aparente de dicha cíélula, esta idea le parecerí­a a ella fantástica e inaceptable, inconciliable con su pensamiento "exacto".


Si, en cambio, esta cíélula individual pudiese trasponer los lí­mites de su conciencia celular para proyectarse hacia la conciencia superior del ser humano, entonces, a partir de esta nueva perspectiva, la cíélula comprenderí­a la ley que determina su relación de dependencia con respecto a la totalidad del ser humano. Pero esta noción puede ser ampliada. El hombre, a su vez, no es más que una especie de cíélula dentro de un organismo superior. Del mismo modo, pues, en que se disponí­an las cíélulas individuales en el organismo humano, el hombre individual pasa a integrar un organismo de categorí­a superior, participando de la vida de este organismo en la misma forma en que la cíélula individual participaba de la vida del organismo humano, esto es, participando el hombre en forma "humana" de la vida de aquel organismo superior, aun cuando sus ojos de ser humano no logren contemplar ni reconocer jamás a dicho organismo.


Ahora bien, ¿dónde se encuentra ese organismo, ese ser superior del cual el ser humano no es más que una mí­nima cíélula? ¡Una única, perecedera cíélula de un cuerpo gigantesco!


Ese organismo gigantesco, que contiene a la totalidad de los seres humanos y, con ello, los pensamientos, sentimientos, inquietudes psí­quicas, estados de ánimo, experiencias, percepciones, en fin, la totalidad de la vida fí­sica, psí­quica y mental de todos los seres humanos de la Tierra, del mismo modo en que el cuerpo humano contení­a la vida de todas las cíélulas que lo integraban, y no como suma, sino como unidad superior de todos estos contenidos de vida, ese organismo gigantesco que contiene aquella totalidad en un plano de conciencia superior, que sobrepasa el plano de la conciencia humana del mismo modo en que la conciencia humana sobrepasaba a la oscura conciencia celular, ese organismo gigantesco, es la Tierra.





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Re: Microcosmos, Macrocosmos.
« Respuesta #1 en: Noviembre 30, 2009, 09:05:26 pm »
La Tierra es un inmenso ser viviente, integrado no sólo por el "órgano" de la humanidad total, sino tambiíén por los órganos de la animalidad, de la "vegetalidad", de la mineralidad, de las aguas y los aires, de los fuegos, en fin, de todo lo que vemos "allá afuera", como mundo exterior perteneciente a la naturaleza, a la tierra; y todas estas partes integrantes viven orgánicamente en el cuerpo terráqueo, participan de su vida inconmensurable. Dentro del concierto de esta vida, el ser humano individual, con todo lo que piensa y siente, no es más que un pensamiento fugaz que germina en una relación de dependencia inconcebiblemente superior, de modo que toda ciencia y todo arte humanos no son más que una letra de una palabra superior que sólo puede pensar la Tierra.


Pero tambiíén esta noción de vida "superior", integrada en sí­ misma, puede ampliarse.
La Tierra, a la que Fechner asigna la categorí­a de "arcángel", no es, a su vez, más que una cíélula integrante de un organismo aún superior; juntamente con otras "cíélulas" semejantes a ella los restantes planetas de nuestro mundo solar, forma parto del sistema solar, del cosmos solar, del cual reciben ley y sentido de vida todos los planetas con sus satíélites.


¡Pero sigamos adelante! Los millones de mundos solares de "allá afuera" integran, a su vez, un ser superior, supremo, en cuya conciencia cada uno de los mundos solares no es más que como una letra de la palabra universal, del verbo que fue "en el principio".


Y es así­ que todos somos miembros de un organismo inconmensurable, del cosmos, o, si se prefiere, de "Dios", que está dentro de nosotros en la misma medida en que nosotros estamos dentro de íél. Y sólo es posible adquirir un saber de "dentro hacia fuera" o, como decí­amos antes, un saber oculto de lo que está "allá afuera", porque adquirir dicho saber es sumergirse en el saber de Dios.