La rueda de la vida
Inaugurar año y celebrarlo es vital para nuestra especie. Como seres gregarios que somos, necesitamos compartir con los demás las emociones y, por extensión, nuestras alegrías y tristezas. Los antropólogos creen que las celebraciones de cambio de ciclo nacen precisamente ahí, del deseo de compartir un nuevo tiempo, una nueva esperanza y nueva vida. Para la antropóloga Carmen Bonilla, “hoy
vivimos mucho, somos bastante longevos. Pero en la Prehistoria llegar a un nuevo ciclo de estaciones equivalía a haber sabido luchar contra la muerte, contra las desgracias, las alimañas y las enfermedades. Además, en casi todas las culturas el cambio de año coincidía con la llegada de la primavera: más luz, mejor temperatura, más caza, etc. Por tanto, más posibilidades para seguir vivosâ€. Cambiar de año es mudar de aires, al menos así está marcado en nuestra herencia geníética. Es evidente que los ciclos, en culturas industrializadas como la nuestra, no parecen estar en diciembre, sino en el verano, cuando “terminamos†el año con las vacaciones, y celebramos (es un decir) el “Año Nuevo†con la llegada al trabajo en septiembre, con el inicio del curso, etc. Pese a ello, seguimos llevando a cabo el ritual de Año Nuevo a finales de diciembre. Según el historiador Gerardo Herbás,
este cambio de ciclo ha sido festejado por todas las culturas “no solo para conmemorar que la rueda de la vida sigue girando, sino para atestiguar la presencia de los dioses y las entidades sobrenaturales. Si la vida sigue es porque los dioses protectores continúan en ellaâ€. A su juicio, las celebraciones de Año Nuevo son esenciales para el mantenimiento de los cultos espirituales, los mitos y las supersticiones: “Recordamos a los que no verán el nuevo tiempo y ello sirve como sentido homenaje a los difuntos. Repetimos las mismas costumbres ceremoniales o rituales teniendo, inconscientemente, la sensación de que todo está en orden y atávicamente creemos que debemos hacerlo así, porque las supersticiones y los tabúes pueden castigarnos si no lo llevamos a caboâ€. Pero el mantenimiento del ritual parece ser trascendente por algo más. Como seres sociales que somos, sirve para revitalizar el “espíritu del clanâ€. Según Carmen Bonilla, “los rituales de celebración refuerzan los vínculos entre los miembros de la tribu. Acentúan el hermanamiento y, por supuesto, revitalizan las instituciones o castas tribales. Los vivos comparten un nuevo tiempo, estrechan lazos, se alegran de seguir juntos. Por eso es tan relevante el recordatorio a los que ya no están, porque los vivos se sienten más fuertes, más valerosos o más protegidos por los dioses, los sacerdotes o los jefes y guerreros de la tribu, del grupo al que pertenecenâ€.